Eterno Retorno

Thursday, August 21, 2025

85 años del pioletazo coyoacanense

 


 

 

Hace 85 años Ramón Mercader le enterró un piolet en la cabeza a León Trotsky. Esa historia siempre me ha fascinado, pues tiene todos los elementos de un drama de Shakespeare escenificado en Coyoacán. Como personaje de tragedia griega, Lev Davidovich Bronstein no puede escapar a su destino, determinado desde el rojo Olimpo del Kremlin por un iracundo Zeus georgiano llamado Stalin. Haga lo que haga y vaya a donde vaya, la fatalidad le aguarda, aunque acaso su furtivo romance otoñal con Frida le haya hecho olvidar por un instante su aura de condenado. También Ramón Mercader es a su manera una marioneta edípica que no puede escapar a su destino. Su despiadada madre y el Camarada Stalin han decidido que él sea el ejecutor de la condena y el pobre Ramón simplemente se resigna a su condición de verdugo (Leonardo Padura narró su drama de manera magistral en El hombre que amaba los perros).  Sin embargo, nunca pierdo de vista que el asesino de Trotsky pudo ser David Alfaro Sicario. Faltó muy poquito para ello. El fundador del Ejército Rojo asesinado por un genio del muralismo, pero el pintor no resultó ser tan buen tirador como presumía. Siqueiros fracasó como sicario.

En fin. Hace algunos años, imaginé que el fantasma de Trotsky visitaba al viejo Siqueiros en Lecumberri.

Esto es lo que el muralista le dijo al espectro:

¿Tú también vienes a visitarme? Por favor, León Davidovich, ¿qué carajos haces aquí? Yo pensé que estarías allá, bebiendo vodka en el purgatorio de los rusos. A lo mejor cuando ustedes se mueren se van a morar a una especie de Siberia para las ánimas, y vaya que conoces bien Siberia tú. ¿No le llamaba Dostoievski la Casa Muerta? Sí, ahí deberías de andar  León. ¿O  a poco te quedaste a vagar como alma en pena por las calles de Coyoacán? A lo mejor allá te la llevas, deambulando con Frida por la Casa Azul.  ¿Qué diablos se te perdió aquí? Mira,  si vienes a buscar a Ramón Mercader, déjame decirte que lo liberaron hace muy poco y se fue derechito para Moscú. Así como lo oyes:  él salió y luego yo entré, ya no nos tocó coincidir y saludarnos en estas inmundas ratoneras, pero aquí anduvo el pobre, igual que ando yo ahora. Veinte añotes se comió aquí adentro, en estas mismas crujías. Muchos de los que ahora son mis compañeros lo conocieron bien.   Ahora creo que anda viviendo en Cuba, por si lo quieres ir a buscar. ¿Qué? ¿Por qué me miras así? ¿A mí qué me reclamas? Yo ni un rasguño te hice. Solo provoqué que tú, tu nieto y tu  esposa Natalia se tiraran al suelo. Eso fue todo y a la fecha yo he sufrido más por eso que tú. Sí, vaya que lo he sufrido León, y no nada más porque tuve que exiliarme a Chile allá con Pablo, porque de exilios y persecuciones yo sé mucho al igual que tú.  No, lo peor ha sido la vergüenza  por la maledicencia y las burlas que he tenido que soportar. Mira,  yo puedo soportar sin problemas que a alguien no le guste mi arte, que digan que mis murales son horribles, que Diego y Clemente pintan mejor que yo. Que digan lo que quieran. Yo no pinto para gustarle a todo el mundo y nadie está obligado a enamorarse de lo que brota de mi pincel. Eso a mí me viene guango. Pero que me digan mal tirador y gatillo chueco, eso sí me hiere en lo más profundo. Saber que cualquier pendejo ande diciendo por ahí que yo no sé ni agarrar una ametralladora y que lo del Coronelazo me queda grande, que qué Coronel ni que ocho cuartos, si  no pudimos acertar un solo tiro. Y mira que éramos un comando como de 20 cabrones, todos bajo mis órdenes. Más de cien casquillos percutidos quedaron regados por la casa. Eso sí, te rompimos todos los cristales, pero dicen los reporteros que cubrieron la nota que ni siquiera a alguno de tus conejitos que tenías en jaulas nos pudimos chingar y desde entonces ya no me la acabo con las burlas de mis enemigos, que cómo fue posible que yo, el as de la ametralladora en las trincheras republicanas no haya podido  meter una sola bala en tu cuerpo. Una sola.  Ni un rasguño.  Eso sí me hiere en el orgullo León. A mí no me quedó otra que decir que no íbamos con la intención de darte chicharrón, que queríamos nada más darte un sustito para ver si escarmentabas de una vez por todas, pero los militantes del partido saben que el Camarada Stalin no es de mandar recaditos, que él siempre tira a matar. Tú puedes pensar lo que quieras. Yo prefiero que la gente se quede con la versión de que nomás fuimos a romperte las ventanas y que en realidad no queríamos matarte. Yo no te mandé al otro mundo León. ¿Qué me vienes a mí a reclamar? Reclámale a Ramón, porque ¿ya te enteraste que se llama Ramón? Por favor Davidovich, te chamaquearon ¿A poco le creíste que se llamaba Frank Jackson y que era de Bélgica? ¿No le escuchabas el acentote gachupín? Te perdió el ego León, por querer dar entrevistas a la prensa internacional para hablar mal del Camarada. Y al final no pudiste escaparte de  la condena. Fue más efectivo el piolet que los cien balazos que te disparamos.  Claro, él te tenía sanchito y de espaldas, con la guardia baja, sentado frente a tu escritorio mientras que nosotros tuvimos que tirar en la oscuridad y enfrentar a tu escolta. Ve y reclámale a él, no mí. Enséñale el hoyo que te dejó en la cabeza. Aquello te ha de haber quedado como cráter.  Y no, no me vengas con sentencias condenatorias porque si a cuentas pendientes vamos, tú debes muchas más que yo y lo sabes...

Wednesday, August 20, 2025

Leer a Tostói en la línea

 

Leo los diarios tardíos de Tolstói mientras hacemos línea. La lectura es y ha sido siempre la mejor manera de exorcizar el tedio y estrés de los cruces fronterizos. Estos cuadernos finales comienzan en 1895, cuando Lev tiene ya 67 años y es un autor consagrado. Para entonces ya ha escrito Guerra y Paz y Ana Karenina. Es una celebridad mundial que recibe cartas de lectores de los más diversos países y un candidato natural al naciente Premio Nóbel, tanto al de Literatura como al de la Paz. El propio Zar Nicolás le escribe. Aún le quedan 15 años de vida pero Tolstói piensa todo el tiempo que su muerte está a la vuelta de la esquina y que está viviendo sus últimos días. Todo el tiempo se queja de su estado de salud y de su angustia moral. Seguro de que le queda muy poco tiempo de vida, hace su testamento y pide que lo pongan en el ataúd más barato posible y que no haya funerales ni homenajes de ningún tipo. Su aferre místico parece ocuparlo todo. Por momentos más parece el diario de un ermitaño o un monje obsesionado con el desapego material. Su posición económica le causa un enorme conflicto y parece sentirse culpable de ser rico. Me sorprende (o acaso diría me aterra) la sobriedad y el aparente desapego con que toma la muerte de su hijo menor Vániechka. Considera que llorar demasiado por la muerte del pequeño es un acto egoísta opuesto a la voluntad divina. El viejo Tolstói es un cristiano primitivo que despotrica contra la soberbia de la aristocracia zarista y el materialismo de la Iglesia Ortodoxa que acaba por excomulgarlo en 1901. Es una suerte de anarquista espiritual que sueña con vivir como anacoreta, pero topa de frente contra el frívolo materialismo de su propia familia. Quiere donar sus tierras de Yásnaia Poliana a los campesinos, pero su esposa Sonia es la primera en pegar el grito en el cielo. Claro, sobran comentarios y actitudes que le valdrían la cancelación del Zeitgeist actual: “Eva tentó a Adán y siempre es así. Todo lo deciden las hembras”. “Qué olfato tan sorprendente tienen las mujeres para reconocer la celebridad. No la descubren por las impresiones recibidas, sino por cómo y hacia dónde corre la multitud”.  Me llama la atención la diversidad de sus lecturas. Lee Sutras budistas y se engrana en Confucio pero también lee el Zaratustra de Nietzsche de quien concluye que está totalmente loco: “ ¿Qué pasará con la sociedad si un loco como éste, un loco malvado, es reconocido como maestro?”. Tampoco sale tan bien parado su amigo Chéjov: “Leí La dama del perrito de Chéjov. Igual que Nietzsche. Personas que no han elaborado en ellas mismas una concepción del mundo clara, capaz de distinguir el bien del mal. Antes dudaban, buscaban; ahora en cambio, como piensan que están más allá del bien y del mal, se quedan de este lado, es decir, son casi como animales”.  Lee a Kant, a Pascal, a Turgéniev y a Hans Christian Andersen (y le gusta)

Su vocación de apóstol le hace obsesionarse contra el deseo sexual: “Se puede considerar a la necesidad sexual como una penosa obligación del cuerpo (así la he visto toda mi vida), pero también puede ser vista como un placer (raramente he sucumbido a ese pecado). Me llama la atención su aparente desapego de la situación política que carcome a su país. Apenas habla un poco de la desastrosa guerra contra Japón y no menciona el Domingo sangriento de 1905.

Impresionante la labor de la traductora mexicana Selma Ancira. Experta en Tolstói y en Marina Tsvietáieva, pero también en literatura griega ¿Cuántas decenas de miles de páginas ha traducido esta mujer? Una labor colosal y admirable.

Tolstói escribió diarios de 1847 hasta 1910. Salvo por una década de depresión en 1870 en la que apenas escribió nada, se puede decir que dejó testimonio de más de medio siglo de su vida cotidiana.  La última entrada del diario es el 29 de octubre de 1910, 22 días antes de su muerte. Inicia su fuga de sí mismo: “Llegó Serguéienko. Todo sigue igual, aún peor. Lo único que pido es no pecar. Y que no haya maldad en mí. En este momento no la hay”.


Tuesday, August 19, 2025

Los libros de Ikea

 

Tal vez Tomás Moro no habló de ella, pero Ikea es esencialmente un reino utópico en cuyas habitaciones muestra todo funciona de maravilla y el espacio está perfectamente distribuido. Sería lindo si existiera.

Lo primero que observo al llegar a la tienda son los libros que adornan sus confortables utopías hogareñas. Todos son libros escritos en sueco y algunos de ellos más o menos vintage, casi todos en ediciones de pasta dura. Al menos tienen la decencia de no colocar bibliotecas de bisutería como ciertas casas muestra en fraccionamientos pretenciosos que se permiten encimar esperpénticos Quijotes huecos de falsa caoba. Un falso libro de ornato es para mí el non plus ultra del mal gusto. Por fortuna los libros de Ikea son absolutamente reales. Si yo hablara sueco podría sentarme en sus confortables sillones y ponerme a leerlos.

Sin embargo, luego de observar diversas muestras de utópicas habitaciones, concluyo que todas tienen exactamente los mismos libros: Ole Mattson, Matt Britt Wiggh, Fran Aquilonia, Maaret Koskinen, Adam Haslett y Oriana Fallaci (la única que conozco). Por su ausencia brillan grandes best seller del Noir sueco. Nada de Henning Mankell, Camilla Läckberg, Stieg Larsson, Adjvide Lindqvist o de los padres de la criatura, Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Vaya ni siquiera su joya nacional Selma Lagerlöf, la primera mujer en obtener el Nobel de literatura en 1909. Nada, nadita de nada.

En todos los utópicos islotes que muestran habitaciones, estudios, salas de estar o bibliotecas, se repiten los mismos libros sin variación. El mismo libro viejo de Oriana Fallaci se multiplica por veinte. La industria editorial sueca es de las más boyantes de Europa. ¿Será que surte a todos los Ikea del mundo con ejemplares idénticos? A ver, si yo llego con mis ejemplares rescatados del tiradero del Fondo y les dono unos cuántos Samuráis ¿Aceptarán ponerlos como muestra?

Pero la mayor utopía de los libreros de Ikea, es que en todos sobra espacio. Vaya, les sobra más de la mitad, al grado que se dan el lujo de adornarlos con su clásico alce de madera y otras cuantas figuritas. El prototípico habitante del mundo Ikea tiene unos diez o quince libros cuando mucho. Su habitación jamás luce desbordada o rebosante. Es ahí justamente donde la puerca tuerce el rabo, porque tratándose de mí siempre habrá más libros que espacio. No importa cuándo leas esto. En el lugar donde yo siente mis reales, sea casa u oficina, el acervo bibliográfico estará siempre al borde del desmoronamiento, la caósfera absoluta.