Eterno Retorno

Thursday, May 29, 2025

La aleatoriedad se viste a menudo con su traje de infierno

 


Demasiados crímenes se han consumado por casualidades fatales, por estar, como tantísimas veces ocurre, en el lugar y momento equivocado. La aleatoriedad se viste a menudo con su traje de infierno. Dos minutos de más o de menos en tu ruta habitual, un pequeño olvido que te hace regresar a casa y retrasarte, tomar una calle por error, confundir una dirección, perder un avión, consumar una acción absurda. Como en la película Corre Lola, el día a día está atiborrado de casualidades y muchas de ellas tuercen o deciden el destino de una vida. Esos caprichos suelen inspirarme a pintar de negro. 

Aunque  a la hora de las creencias me declaro  partidario de la aleatoriedad pura, confieso que a veces cuesta horrores no creer en el destino, en una irrenunciable fatalidad de tragedia griega marcando cada uno de nuestros pasos. La escena más simple,  tierna e inocente de nuestra vida adquiere una tonalidad macabra cuando sobre ella se posa la sombra del infortunio. Hagas lo que hagas no podrás escapar a tu destino. Como en las escenas de Danzas de la Muerte popularizadas en el Medioevo tardío, la sombra fatal te acompaña cuando das rienda suelta al hedonismo. Esa fatalidad también me inspira a la hora de escribir.  
  1.  El crimen siempre está ahí, a la vuelta de la esquina. Algunas veces se manifiesta con desparpajo, pero lo común es que fluya como un río subterráneo, un abismal hoyo negro yaciente bajo una delgadísima capa de hielo siempre a punto de romperse. Muchas veces en tu vida has pasado afuera de una casa de seguridad donde un secuestrado aguarda la mutilación o la muerte o te cruzas en la calle con el hombre que será ejecutado esta noche o acaso con su ejecutor. 
En una ciudad como la nuestra, donde el crimen ha sembrado de anécdotas cada punto de la cartografía urbana, todos los días cruzas el puente peatonal del que hace un año colgaba un hombre o giras en la esquina donde hace poco ejecutaron a alguien e identificas en el pavimento la tonalidad de los manchones de sangre. Nuestras calles son museos del horror pobladas por fantasmas, surcadas por ríos de aguas negras donde flotan cadáveres, periféricos baldíos donde se pudren osamentas. Alguna vez dormiste en la habitación de hotel de un suicida y posaste tus suelas sobre una fosa clandestina. Los fantasmas están en todas partes y a veces les da por hablarte al oído.  
En cualquier caso, no existe vacuna o conjuro que nos inmunice contra nuestros demonios interiores. Ante determinada alineación de quiebres, derrumbes y circunstancias tú mismo puedas ser el abominable criminal a quien tanto temes. Hay miles de potenciales monstruos que no tuvieron un escenario propicio para brotar. Otros se quedaron en el daño que pudieron causar con una navaja porque nadie puso en sus manos un AK-47. En cualquier caso esas bestias yacen en todas partes.  Tú o yo podemos perfectamente  ser una de ellas. 
En la mente humana, como en el Universo, hay agujeros negros cuya existencia es inexplicable y cuya profundidad no alcanzamos a dimensionar. Aunque un psiquiatra pueda decir lo contrario, la mente no obedece a designios de ciencia exacta y a veces atraviesa una suerte Triángulo de las Bermudas en donde naufraga y se pierde para siempre. Me seduce la idea del quiebre repentino, del apagón inesperado, del desdoblar sin advertencia de nuestros demonios; tan tercos y omnipresentes, tan fieles compañeros.

Tuesday, May 27, 2025

Tal vez la muerte que ya viene a buscarme es una parca española

 

 


¿El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas? No lo sé, pero cuando duermo en la cama de Ikercho siempre tengo sueños rarísimos, vívidos, con esencia de viaje astral. De pronto creo estar solo dormitando y salgo por la ventana o atravieso la pared como un fantasma y entonces es como si nuestra casa fuera tan solo un cuarto de hotel, una habitación yaciente en la inmensidad de un gran conjunto habitacional. Recuerdo sobre todo pasillos, oscurísimos pasillos, deshumanizados jardines y edificios y por alguna razón aquello era Japón pero era también una perpetuación del cuarto de Ikercho y una Mátrix murakamiana. En cualquier caso, la red duermevelera está llena de agujeros y el atrapasueños es un fraude porque últimamente nomás no puedo pescar nada por más intensos que los sueños se hayan tornado. Pero insisto: esto del despiadado país de las maravillas fue un pinche viajesote black trip astralucinado.

 

Los vívidos trips duermeveleros me llevan a aquella churrasquísima película ochentera de El Auto. ¿La recuerdas? Un carro negro conducido por el mismísimo Diablo. Al parecer el auto nos perseguía por la rampa Otay, pero no era muy difícil burlarlo dando unos cuantros giros radicales en una rampa postalera típicamente tijuanesca

 

Tal vez la muerte que ya viene a buscarme es una parca española, porque en cualquier caso está llegando tarde, muy tarde. O acaso es alemana o japonesa y vendrá con obscena puntualidad a buscarme en una mañana como esta, tal vez hoy mismo. ¿Por qué no? Ritual de taquicardias y sueños interrumpidos por la enésima meada de la noche

 

Así se siente el fin del viaje, vacío visceral de mares y especies.