Por supuesto, nada de eso ocurrió
Hace un par de años, cuando tomé posesión de mi
cargo, la podredumbre del lugar era la
misma o incluso peor a la de ahora.
La misma peste a moho y a orines
de rata y el mismo negruzco verdor carcomiendo las paredes. Si de algo ha
servido mi presencia en el sitio, es por mis infructuosos intentos por ventilar
un poco y reordenar los libros. Mucho más no he podido hacer. El baño ha estado desde entonces sin agua, la ventana
ya estaba rota y el par de inservibles computadoras yacían
ahí, haciendo bulto, empolvándose
sobre la mesa. El sitio era la misma porquería, cierto, pero entonces yo
aún quería aparentar ser un tipo funcional y presentable, capaz de inspirar
respeto y confianza. Vaya, con decir que en mi primer día de trabajo me
presenté con traje y corbata e incluso llegué a sugerirle a mi jefe, el
director del Instituto de Cultura, convocar a la prensa y organizar un evento
en grande para hablar de los nuevos tiempos de la biblioteca. Por supuesto,
nada de eso ocurrió y mi jefe se limitó a devolverme una sonrisita socarrona.
Yo cumplí con seguir presentándome a ejercer mis funciones con toda la
solemnidad posible.