Hace cien años llovía fuerte en Tlaxcalantongo y entrada la madrugada, las paredes de palma del mísero jacal donde dormía Venustiano Carranza fueron despedazadas por los kilos de plomo descargados por el pelotón de Rodolfo Herrero. Cuesta trabajo creerlo, pero el Barón de Cuatro Ciénegas ha sido el único presidente mexicano asesinado en funciones (Madero fue muerto a los tres días de su forzada renuncia y a Obregón lo mató Toral siendo presidente electo). Debo admitirlo: don Venus nunca me ha caído nada bien. Me cuesta trabajo perdonarle que haya fusilado a Felipe Ángeles o que haya asesinado a Zapata valiéndose de una traición tan vil como la ejecutada en Chinameca. En cualquier caso, su final es dramático, una novela digna del mejor Mariano Azuela o Martín Luis Guzmán. Si quieren sentir en carne viva el drama de Tlaxcalantongo, escuchen la narración de Ignacio López Tarso “Emboscada a la Constitución, muerte de Carranza”. Es desgarrador cómo Tacho narra la historia desde el momento en que el de Cuatro Ciénegas sale huyendo de la capital rumbo a Veracruz llevando en el tren el tesoro nacional y el archivo. A medio camino, el tren es acribillado y descarrilado por la tropa de Guadalupe Sánchez. Al final le acaban matando a toda la escolta, otros lo traicionan o de plano huyen y Carranza, solo y desamparado pero aún presidente, se oculta en la sierra de Puebla con los poquísimos hombres que le quedan. En la abrupta serranía se produce el encuentro providencial con Herrero (el Judas del Constitucionalismo) quien le ofrece albergue en el jacal de Tlaxcalantongo. Fue su sentencia de muerte. Vale la pena leer también la crónica de Francisco L.Urquizo, uno de los poquísimos hombres que acompañó al Primer Jefe hasta su última morada y que vio su cadáver al amanecer de ese 21 mayo de 1920. Mucho ha llovido desde entonces. Sólo queda el olor a pólvora y tierra mojada.
Thursday, May 21, 2020
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