Esa gran fabuladora llamada memoria me ha llevado de paseo por la serpenteante ruta de ascenso a la meseta de Chipinque. De pronto, revivo la tortura de mis infantiles mareos a bordo de la combi familiar, compensada por la ilusión de ver a los leones en el foso y arrojarme por los descomunales resbaladeros de piedra. Desde las alturas, el entonces despoblado Valle Oriente es una suerte de Lilliput en donde apenas se distinguen - mostrencos y desolados- los tubos de la Plaza de la Alianza, edificada para signar el nuevo pacto de unión entre los empresarios regiomontanos y el gobierno federal luego del drástico rompimiento con Luis Echeverría.
Fue en Chipinque donde bebí mi primera cerveza completa a mediados de los años ochenta durante una carne asada en donde los adultos se olvidaron de llevar sodas.
A esos utópicos reinos invisibles pertenece el Nuevo León de mi nostalgia y acaso sean las fábulas de mi saudade las que me juran que había un foso con leones en Chipinque; zorros grises en la Quinta González y tlacuaches colgando de las ramas de los árboles de nísperos; coyotes que bajaban del cerro Loma Larga; arroyos con peces y culebras en medio del Río Santa Catarina y alcobas con literas, vagón comedor y bar en el Regiomontano. La verdad, tampoco estoy tan seguro de haber bebido esa cerveza en Chipinque y de haber escuchado esa charla secesionista. El Nuevo León de mi saudade ya no existe, pero a estas alturas me pregunto si alguna vez de verdad existió.
Sunday, May 17, 2020
<< Home