Como un efecto colateral a la pandemia, en las conferencias de Hugo López Gatell se están exponiendo con desparpajo las miserias del periodismo mexicano. De pronto, la cobija arrastrada por el oficio queda en vulgar evidencia y solo entonces parecemos reparar en la deficiente preparación de muchos colegas reporteros. Nada nuevo bajo el sol. La única diferencia es que hoy las pifias están a la vista de todos y son reproducidas una y otra vez. Quienes nos hemos dedicado a la talacha reporteril estamos acostumbrados a ver ridículos monumentales en conferencias de prensa. Preguntas tontísimas o redundantes que tan solo sirven para reflejar que el reportero no está poniendo atención o de plano no entiende un carajo del tema. Lo que pasó con la colega de El Sol es pan de cada día. La típica pregunta amarranavajas por consigna específica de un jefe de información grillo. “Ponlo contra la pared: le vas a preguntar por las declaraciones de José Narro y le vas a cuestionar de frente si le está mintiendo a México. Así, con esas palabras: que si le está mintiendo a México. Lo que te conteste es nota”. Dicen que dijo. Declaración sobre declaración. Lo he visto mil veces. La reportera tendría que haber estudiado el contenido y el contexto específico de lo dicho por Narro, pero he ahí el meollo de asunto: los reporteros casi nunca estudian a fondo. Tampoco los culpo. Las malquerencias e ingratitudes del oficio conspiran en su contra. El reportero es un todólogo con sobrecarga de trabajo y magras ganancias (y mira que los periódicos de la OEM pagan particularmente mal). Los medios de comunicación actúan como maquiladoras y sus reporteros acaban siendo simples mensajeros, trasmisores de una línea de producción. La solidez y la profundidad parecen estar peleadas con su ritmo de trabajo. La opinión pública es una bestia insaciable que exige trague calientito cada 20 minutos. Noticias golpe, encabezados matadores, grilla sabrosa, no más de cien palabras, cero profundidad y a otra cosa mariposa. Aunado a la deficiente preparación académica y a su a menudo nula cultura general, el reportero debe satisfacer las exigencias de su maquiladora improvisando sobre la marcha en temas que desconoce absolutamente. Casi ninguna empresa promueve la especialización o la formación profesional. Qué hermoso sería (como ocurría en The Guardian con Tim Radford) que un medio se permitiera tener un periodista especializado en ciencia. Invertirle en cursos y seminarios y saber que cuando dicho periodista pregunta o escribe, sabe lo que está diciendo. Lo mismo aplica en el ámbito judicial, financiero o cultural. Hay muy pocos profesionales por desgracia. Claro, no son pocos los colegas que se vuelven especialistas empíricos a fuerza de experiencia. Conozco reporteros que son viejos zorros en cobertura legislativa y que a menudo le dan tres vueltas a los patanes diputados. Ojalá las universidades y las empresas se tomaran en serio la formación integral de profesionales y ojalá los consumidores de información se acostumbraran a leer más de dos párrafos. ¿Peras al olmo?
Thursday, May 07, 2020
<< Home