Eterno Retorno

Sunday, May 03, 2020

Apenas desembarcando en el puerto de Acapulco conociste al peor de tus demonios: el mezcal. Aquello sí fue amor al primer trago. Desde el momento en que empezaste a beberlo me di cuenta de la capacidad transformadora de ese licor. Con el whisky y la ginebra eras simplemente un ebrio, pero con el mezcal parecías poseído por mil diablos. El nido donde reencontraríamos nuestro amor estaba en el jardín de la Eterna Primavera, en la hermosa Cuernavaca, pero tú te encargaste de convertir el edén en averno. Ahí tenías frente a ti a tu idealizado volcán y también a tu temida barranca, muy cerca de nuestra casa. México te atormentaba, pero sembró semillas de inspiración. Aquel recorrido que hicimos rumbo a la corrida de toros en ese horrible camión lleno de gallinas desde donde vimos un indio agonizante a la orilla de la carretera, fue la semilla de tu historia. Primero hiciste un cuento en donde yo, o más bien Yvonne, era hija de un cónsul sin nombre, debidamente alcohólico como tú. En tu segundo intento, ya un embrión de novela, tu cónsul se llamó William Erickson pero tu pluma estaba tocada por el Diablo, o al menos eso pensamos cuando poco después leímos en un periódico mexicano la historia de un visitante extranjero llamado William Erikson asesinado en una cantina. ¿Lo habrás marcado para la muerte? México está lleno de embrujos. Tú escribías y naufragabas en mezcal y yo a mi manera buscaba aventuras, lo que a ti te desquiciaba aún más Algunas veces, después de vomitar sangre y arder en fiebre en medio de alguna resaca devastadora, prometías enmendarte pero sólo podías dejar de beber algunos días y después regresabas como más sed que nunca, como si quisieras recuperar el tiempo perdido y la vida no fuera a alcanzarte para beber todo el mezcal. Lo anterior es un fragmento de mi cuento Falso epistolario para Malcolm Lowry. La narradora en primera persona es Jan Gabrial, la primera esposa de Malcolm, inspiradora de Yvonne. Pa que es más que la pura verdad, tengo harto cariño a la antología El caso Lowry a donde fui invitado a integrarme por Martín Solares en vecindad con narradores a los que admiro tanto como Deville, Lumbreras, Villoro, Ortuño y Parra, entre otros. Ya les he dicho que la canija cuarentena me ha arrojado a compulsivas relecturas y así como he navegado en el Pequod buscando a Moby Dick, me he sumergido (una vez más) en las profundidades del Volcán. El detalle es que cuando uno lee a Lowry se le antoja hacerlo con mezcal y lo bueno es que por aquí moran 400 Conejos volcánicos que no se rajan. Carajo, es como escuchar Motorhead y no beber Jack Daniels.