La nota roja es un vicio tan cabrón como el tabaco.
La nota
roja es un vicio tan cabrón como el tabaco. Dos vicios que se complementan y
van siempre hermanados. Cuando dejara
uno necesariamente dejaría el otro, solía decir. ¿De verdad eso decía? Pues
mentí: he dejado de ser un reportero policiaco y ahora fumo más que antes;
mucho más. Será porque abandoné la
reporteada pero no a los muertos. Antes veía los cadáveres solamente en las
escenas del crimen pero ahora están conmigo todo el tiempo, a toda hora.
De ser el
reportero de guardia del periódico El
Bordo, pasé a convertirme en el encargado de comunicación y relaciones
públicas del Servicio Médico Forense en Tijuana. Cumplí 62 años de edad y
pensé que había llegado el momento de
cambiar las emociones fuertes por la burocrática pachorra. Imaginé una chambita protocolaria y relajada
con un salario que por primera vez no sería un insulto al hambre, pero jamás
dimensioné esta catástrofe. ¿Comunicación y relaciones públicas? A la chingada:
ya nadie se acuerda que para eso fui contratado. Después de la huelga de los
trabajadores sindicalizados del gobierno estatal, me toca hacerla de cargador camillero e
intendente acomodador de fiambres. Soy guardia nocturno, recepcionista y dador
de pésames y pretextos a los deudos. En
todo el Semefo quedamos solamente cuatro empleados: Nabor y Juliano, que andan
todo el día subiendo y bajando cuerpos de la camioneta; Altagracia, que la hace
de secretaria, limpiadora y paño de lágrimas;
y yo, Edelmiro Mascorro, mejor conocido como el Carnitas, que hago todo lo demás y lo que se ofrezca.