últimamente cada nuevo día me parece un pequeño gran milagro.
Hay lunas tercas y aferradas que no se exilian con el
amanecer. Lunas que se toman su tiempo para despedirse. Lunas que aprovechan hasta el último resquicio del alba
para brillar. La luna de llena de febrero pertenece a esa estirpe. La primera
luz tiene una personalidad única e intransferible. También el fresco y el canto
de los pájaros. No se escucha ni se siente igual a otra hora del día. Comienza
la semana con el asueto constitucional y una calma cargada de presagios.
Sí, ya lo sé: es tan solo la terquedad un planeta
rutinario que lleva millones de años ejecutando su movimiento de rotación y
traslación, pero últimamente cada nuevo día me parece un pequeño gran milagro.