Eterno Retorno

Friday, January 20, 2023

Caja sin cajera

 


 Ayer fui al Calimax y por vez primera en un supermercado mexicano pagué en una solitaria caja automática en donde no había un ser humano para cobrarme. Aunque esto lo hemos hecho muchas veces en  supermercados gringos  (donde más de la mitad de las cajas no son atendidas por persona alguna) fue una sensación extraña hacerlo de este lado de la frontera. Claro, por ahora en el Calimax es una sola caja automática limitada a menos de 15 artículos, misma que  por cierto estaba desolada, pues la mayoría de la clientela sigue prefiriendo el método tradicional.

En cualquier caso el hecho me pareció significativo y decidí registrar la fecha. Lo hago porque estoy seguro que dentro de cinco años el pago automático será la regla y no la excepción y cada vez serán más atípicas las cajas en donde una mano humana reciba tu dinero. Quizá donde es más notorio el contraste fronterizo es en las gasolineras. Aquí en México eres despachado por una persona (cada vez más mujeres, por cierto) que además limpia el parabrisas de tu carro, te pregunta por los niveles de agua y aceite y te ofrece algún aromatizante. En Estados Unidos, en cambio, hace muchos años que no uso efectivo ni interactúo con persona alguna en una gasolinera donde absolutamente todo es self service. En Baja California y muy especialmente en Rosarito se siguen viendo enormes contrastes, pues mientras algunos negocios evolucionan hacia la robotización, no son pocos los establecimientos que siguen sin aceptar pago con tarjeta y me refiero a restaurantes muy tradicionales como La Cazuela del Mole o Birriería el Cuñado. Vaya, hasta hace muy poco,  en el oneroso Valle de Guadalupe seguía habiendo negocios que solo aceptaban pago en efectivo.

El asunto me hace pensar en el futuro de la economía y la fuerza laboral. Es obvio que la tendencia apunta hacia la automatización, a la máquina sustituyendo a la persona. Finalmente se cumple la profecía de aquel ensayo noventero llamado El Horror Económico escrito por Viviane Forrester. En él, la ensayista francesa plantea la evolución histórica  de los cimientos de la pirámide económica. En la antigüedad había esclavos, en la Edad Media había siervos, la Revolución Industrial creó al proletariado obrero pero ahora avanzamos fatalmente hacia la casta de los prescindibles, los innecesarios, los sin vela en el entierro. Millones de seres humanos no pueden ni podrán encontrar un lugar en la cadena productiva capitalista. El trabajo se vuelve una ficción porque la mano de obra es cada vez más innecesaria.

Yo sé que el sueño húmedo del SAT y de los bancos es un país en donde desaparezca el dinero en efectivo y todas las operaciones sean digitales, pero eso en México sería la hecatombe absoluta. Más de la mitad de los mexicanos siguen viviendo de la morralla. Por más intentos desesperados que emprende Hacienda, nuestra economía es esencialmente informal a todos los niveles. Todos tenemos una vecina que vende pasteles o pone uñas o un conocido que arregla carros,  hace chambitas diversas, tiene un puesto en el sobre ruedas  o el que de plano se junta con la malandrada y se hace dealer. Ello por no hablar de la descomunal cofradía de la morralla: el anciano que empaca el mandado en la bolsa que ahora tú debes llevar y a menudo olvidas; el viene-viene infaltable en todo estacionamiento a lo largo y ancho de todo el país;  el malabarista de crucero, el cantante de camión. Este país vive y seguirá viviendo  de morralla mientras la economía formal es cada vez más complicada y precaria y no veo ningún gobierno de izquierda o de derecha que pueda crear un engranaje económico alternativo.

Y claro, ni hablar de la nueva desigualdad que viene, la desigualdad biológica, cuando una cofradía de millonarios émulos de Elon Musk alteren sus cuerpos y sus cerebros con nanochips e inteligencia artificial y el mundo se divida en una casta privilegiada de cyborgs semidioses y un descomunal proletariado de mortales prescindibles y asilvestrados como profetiza Yuval Noah Harari, pero esa, amigos,  es ooootra historia.

En fin, todas esas ideas hacen ebullición en  mi mente mientras deslizo mi tarjeta en la caja automática del Calimax.