Aguilar, el auténtico clásico de los clásicos
Dentro
de mi fructífera pepena efectuada en la pasada Feria del Libro Antiguo y de
Ocasión, mi adquisición más entrañable fueron sin duda los tomos con las obras
completas de Shakespeare y Oscar Wilde en la mítica Editorial Aguilar. Me los
vendió el siempre noble Martín García de Ágora a un extraordinario e
inmejorable precio.
Si
hablamos de libro objeto, los de la Biblioteca Aguilar están entre mis piezas
más apreciadas de todos los tiempos. Es el auténtico clásico de los clásicos y
habitan en la zona profunda de mi nostalgia. Su delicado papel Biblia, sus
páginas en doble columna, sus ilustraciones y estudios preliminares son un
agasajo.
Creo
que si eres lector aferrado y creciste en un país de habla hispana durante el
Siglo XX, tuviste altas posibilidades de acercarte a algún clásico a través de
esas ediciones. Eran los que había en casa de mi Abuelo. Para no ir más lejos,
mi primer acercamiento a Shakespeare, con la guía de mi madre, fue leyendo el
Hamlet de las obras completas en Aguilar, las mismas que acabo de pepenar.
Exceptuando
la omnipresencia de la colección Sepan Cuántos de Porrúa, que forman parte de
la educación sentimental de todo lector mexicano y que fueron fieles compañeros
en los días de estudihambre cuando era preciso estirar cada centavo, creo que
la biblioteca emblemática de nuestra lengua cuando hablamos de obras completas
de autores clásicos, es y será Aguilar.
Su
fundador, el valenciano Manuel Aguilar Muñoz (1888-1965), fue uno de los
editores españoles que marcó pauta y camino en la configuración del mundo
editorial del Siglo XX. Hijo de un maestro rural, Manuel Aguilar trabajó desde
los doce años de edad en la editorial Sempere de Vicente Blasco Ibáñez. Fue
repartidor de periódicos en Barcelona y después periodista. Después de rodar de
acá para allá (siendo de todo y sin medida) inició su aventura editorial en
1923. El primer libro que publicó fue La muerte y su misterio, del astrónomo
francés Camille Flammarion, del que logró vender 9 mil ejemplares. Después
concretó las primeras traducciones al español de HG. Wells y Bernard Shaw,
además de publicar la primera edición íntegra en español de El Capital de Marx.
Su esposa, Rebecca Airé, de origen israelí, fue clave en el crecimiento de la
editorial, pues ella llevaba todo lo administrativo y fue fundamental en la
expansión del sello a Latinoamérica, que a mediados de los cuarenta tenía ya
oficinas en Buenos Aires, México, Montevideo, Bogotá y Caracas.
Por
ejemplo, en las obras de Shakespeare publicadas en 1932, tan solo el estudio
introductorio a cargo de Luis Astrana Marín consta de 29 capítulos y 130
páginas. Un libro en sí mismo, un ensayo con valor propio.
Creo
que así como los francoparlantes tienen su mítica Bibliothèque de la Pléiade de
Gallimard y los ingleses sus Penguin Classics, los discípulos de Cervantes
tenemos nuestra entrañable Aguilar.
Así
la materia de mi hedonismo bibliófilo. Sweet dreams (are made
of this).