We saw dead restaurants
¿Cuánto
hacía que no entrábamos a un bar de Sanborns? ¿20 años? ¿18 tal vez? Ayer se
nos ocurrió ir y la sensación fue (digamos) extraña. Muy extraña. I see dead
people, dice el pequeño Cole en Sexto Sentido. We saw dead restaurants,
podríamos haber pronunciado anoche. Cuando éramos unos recién llegados a la
ciudad, hace más de dos décadas, Carol y yo solíamos rolar de vez en cuando por
el bar del Sanborns de la Ocho. Inolvidables los tarros fríos de porcelana
blanca con dibujos azules, mismos que solíamos acompañar con banderitas tricolores
de tequila, sangrita y limón. En cualquier caso, el detalle infaltable de ese
bar (y de cualquier bar de Sanborns en realidad) era la presencia de algún
crepuscular cantante interpretando rolitas de José José en su organito Yamaha.
Pasara lo que pasara y fueran cuales fueran las circunstancias, la música de
fondo tenía que ser del Príncipe de la Canción. Eso era invariable, como si
José José fuera el único soundtrack posible para ese bar. Ayer, después de
refinarnos unas tostadas y unos taquitos en La Corriente Cevichería, Carol y yo
tuvimos un extraño arrebato de nostalgia y se nos ocurrió la improbable idea de
pasar al bar de Sanborns.
Lo
primero que nos extrañó al entrar, fue la desolación absoluta que reinaba en la
tienda. Ni un alma en el área de revistas, ni siquiera un empleado. Nada,
nadie. Solo el silencio. Dentro del bar únicamente una mesa estaba ocupada por
tres hombres de avanzada edad. Incluso la barra estaba vacía y no parecía haber
nadie atendiendo, pero aún en el abismal vacío algo se mantenía imperturbable,
como las rocas ígneas a través de los milenios: ahí estaba un crepuscular y
triste cantante interpretando, por supuesto y como no podía ser de otra forma,
canciones de José José. Tal vez lo único que rompía con el estereotipo era la edad
del cantante, en este caso un treintañero. Una sola mujer se repartía como
cajera, mesera y cantinera entre el bar y el restaurante (en donde también
había solo una mesa ocupada). Tardó un buen rato en atendernos. Pedimos nuestra
tradicional bandera tequilera, pero a falta de sangrita nos pusieron clamato.
El cantante no perdía el estilo. “Pido un aplauso para el amooor”. Recordé mis
tiempos de estudiahambre de preparatoria, cuando mi amigo Salvador Adame y yo
compartíamos los molletes y eternizábamos el refill del café en Sanborns
Interlomas. “Es que la vida es asííí, o túúú o yooo”. La máquina del tiempo me
llevó al Sanborns de la calle Morelos en Monterrey, donde a mediados de los
noventa solía eternizarme leyendo revistas enteras que nunca compraba. Casi
nunca consumíamos nada y sin embargo la sección de revistas del Sanborns de la
Morelos era un punto infalible de encuentro antes de los celulares y el
WhattsApp. Ahí recalaban los punks, los poetas, los teatreros, los gays.
En
el Sanborns de la Ocho los muebles seguían siendo los mismos. Sillas de madera
firme y cuero, servilletas con dibujitos rimbombantes. En cualquier caso
muebles más cómodos que las sillas de tortura que tienen en La Justina o los
banquitos de castigados de El Lunario. “El que quiere pretende olvidar y nunca
llorar, nuuunca lloraaar”. El entusiasmo del émulo de José José no decaía,
aunque su público estaba conformado por espectros.
De
pronto empecé a pensar que el bar de Sanborns es tan descarada y radicalmente
anti trendy, que podría acabar siendo trendy con un pequeño cambio de chip. No
hay mezcales hípsters (no hay mezcal de ningún tipo en realidad), no hay tragos
coquetos ni cervezas artesanales o vinos de nuestro valle. Solo hay un
crepuscular intérprete de José José.
El
espíritu de la época no perdona. El Sanborns de la Ocho ocupa un espacio
envidiable de casi media manzana en uno de los puntos más concurridos de
Tijuana. Tiene suficiente estacionamiento y su terraza frente a la Revolución
es amplísima. Por espacio y ubicación es un lugar privilegiado y sin embargo
está muriendo y creo que le queda muy poco tiempo de vida. Carlos Slim nunca
juega a perder y aquí nos queda claro que está perdiendo.
¿Lo
que envejece y no se renueva muere? Mentira. El Hussongs en Ensenada y el Dandy
del Sur tienen el mismo mobiliario de hace un siglo, la misma ordinaria cerveza
y sin embargo están y seguirán estando siempre a reventar.
Tacos
Don Esteban tiene las mismas tristes mesas de lámina de 1965, su menú se limita
a dos variedades de tacos y sin embargo nunca lo hemos visto vacío.
En
2009 el emblemático Caesars estaba muriendo e incluso habían sido ya
desalojados por no pagar la renta, pero llegó Don Tana Plascencia, lo rescató,
le dio nueva vida con su aire antiguo y si hoy vas al Caesars un sábado por la
tarde, tardarás más de una hora en poder entrar, pues siempre está a full.
Sanborns,
en cambio, con su gran ubicación y su espacio, ya no atrae ni a las moscas y
está condenado a muerte. Es el anti Zeitgeist absoluto. Anoche no había ni
siquiera un triste ocioso hojeando revistas. Ni siquiera la clásica pareja
furtiva de amantes oficinescos, romances Godínez de subdirector, subgenrente o
subcualquiercosa con la secretaria o la asistente que se ponen románticos y
querendones con Gavilán o paloma. Nada, nadie. Fuerte era el silencio cuando se
acababa cada canción.
La única mesera-cajera-cantinera tardó más de media hora en traernos la cuenta. El cantante seguía en lo suyo sin perder el estilo. Los fantasmas empolvados aplaudían desde algún universo paralelo.