Eterno Retorno

Friday, June 24, 2022

We saw dead restaurants

 


¿Cuánto hacía que no entrábamos a un bar de Sanborns? ¿20 años? ¿18 tal vez? Ayer se nos ocurrió ir y la sensación fue (digamos) extraña. Muy extraña. I see dead people, dice el pequeño Cole en Sexto Sentido. We saw dead restaurants, podríamos haber pronunciado anoche. Cuando éramos unos recién llegados a la ciudad, hace más de dos décadas, Carol y yo solíamos rolar de vez en cuando por el bar del Sanborns de la Ocho. Inolvidables los tarros fríos de porcelana blanca con dibujos azules, mismos que solíamos acompañar con banderitas tricolores de tequila, sangrita y limón. En cualquier caso, el detalle infaltable de ese bar (y de cualquier bar de Sanborns en realidad) era la presencia de algún crepuscular cantante interpretando rolitas de José José en su organito Yamaha. Pasara lo que pasara y fueran cuales fueran las circunstancias, la música de fondo tenía que ser del Príncipe de la Canción. Eso era invariable, como si José José fuera el único soundtrack posible para ese bar. Ayer, después de refinarnos unas tostadas y unos taquitos en La Corriente Cevichería, Carol y yo tuvimos un extraño arrebato de nostalgia y se nos ocurrió la improbable idea de pasar al bar de Sanborns.

Lo primero que nos extrañó al entrar, fue la desolación absoluta que reinaba en la tienda. Ni un alma en el área de revistas, ni siquiera un empleado. Nada, nadie. Solo el silencio. Dentro del bar únicamente una mesa estaba ocupada por tres hombres de avanzada edad. Incluso la barra estaba vacía y no parecía haber nadie atendiendo, pero aún en el abismal vacío algo se mantenía imperturbable, como las rocas ígneas a través de los milenios: ahí estaba un crepuscular y triste cantante interpretando, por supuesto y como no podía ser de otra forma, canciones de José José. Tal vez lo único que rompía con el estereotipo era la edad del cantante, en este caso un treintañero. Una sola mujer se repartía como cajera, mesera y cantinera entre el bar y el restaurante (en donde también había solo una mesa ocupada). Tardó un buen rato en atendernos. Pedimos nuestra tradicional bandera tequilera, pero a falta de sangrita nos pusieron clamato. El cantante no perdía el estilo. “Pido un aplauso para el amooor”. Recordé mis tiempos de estudiahambre de preparatoria, cuando mi amigo Salvador Adame y yo compartíamos los molletes y eternizábamos el refill del café en Sanborns Interlomas. “Es que la vida es asííí, o túúú o yooo”. La máquina del tiempo me llevó al Sanborns de la calle Morelos en Monterrey, donde a mediados de los noventa solía eternizarme leyendo revistas enteras que nunca compraba. Casi nunca consumíamos nada y sin embargo la sección de revistas del Sanborns de la Morelos era un punto infalible de encuentro antes de los celulares y el WhattsApp. Ahí recalaban los punks, los poetas, los teatreros, los gays.

En el Sanborns de la Ocho los muebles seguían siendo los mismos. Sillas de madera firme y cuero, servilletas con dibujitos rimbombantes. En cualquier caso muebles más cómodos que las sillas de tortura que tienen en La Justina o los banquitos de castigados de El Lunario. “El que quiere pretende olvidar y nunca llorar, nuuunca lloraaar”. El entusiasmo del émulo de José José no decaía, aunque su público estaba conformado por espectros.

De pronto empecé a pensar que el bar de Sanborns es tan descarada y radicalmente anti trendy, que podría acabar siendo trendy con un pequeño cambio de chip. No hay mezcales hípsters (no hay mezcal de ningún tipo en realidad), no hay tragos coquetos ni cervezas artesanales o vinos de nuestro valle. Solo hay un crepuscular intérprete de José José.

El espíritu de la época no perdona. El Sanborns de la Ocho ocupa un espacio envidiable de casi media manzana en uno de los puntos más concurridos de Tijuana. Tiene suficiente estacionamiento y su terraza frente a la Revolución es amplísima. Por espacio y ubicación es un lugar privilegiado y sin embargo está muriendo y creo que le queda muy poco tiempo de vida. Carlos Slim nunca juega a perder y aquí nos queda claro que está perdiendo.

¿Lo que envejece y no se renueva muere? Mentira. El Hussongs en Ensenada y el Dandy del Sur tienen el mismo mobiliario de hace un siglo, la misma ordinaria cerveza y sin embargo están y seguirán estando siempre a reventar.

Tacos Don Esteban tiene las mismas tristes mesas de lámina de 1965, su menú se limita a dos variedades de tacos y sin embargo nunca lo hemos visto vacío.

En 2009 el emblemático Caesars estaba muriendo e incluso habían sido ya desalojados por no pagar la renta, pero llegó Don Tana Plascencia, lo rescató, le dio nueva vida con su aire antiguo y si hoy vas al Caesars un sábado por la tarde, tardarás más de una hora en poder entrar, pues siempre está a full.

Sanborns, en cambio, con su gran ubicación y su espacio, ya no atrae ni a las moscas y está condenado a muerte. Es el anti Zeitgeist absoluto. Anoche no había ni siquiera un triste ocioso hojeando revistas. Ni siquiera la clásica pareja furtiva de amantes oficinescos, romances Godínez de subdirector, subgenrente o subcualquiercosa con la secretaria o la asistente que se ponen románticos y querendones con Gavilán o paloma. Nada, nadie. Fuerte era el silencio cuando se acababa cada canción.

La única mesera-cajera-cantinera tardó más de media hora en traernos la cuenta. El cantante seguía en lo suyo sin perder el estilo. Los fantasmas empolvados aplaudían desde algún universo paralelo.