El Sol afila sus dientes, el verano se anuncia rudo y todo el entorno parece enloquecer
No
sé si a ustedes les pase lo mismo, pero de un tiempo para acá tengo la
impresión de que todo se ha desbordado y se ha vuelto excesivo por estos rumbos
bajacalifornianos. Es como si en este 2022 se hubiera multiplicado la raza
humana en Tijuana, Rosarito y Ensenada. Como si de un día para otro le hubieran
sumado un millón de personas más a este terruño. Lo que antes te tomaba minutos
hoy te toma más de una hora. A donde vayas hay una multitud. Un fin de semana
cualquiera, sales a la carretera Escénica y en la caseta de Playas te
encuentras filones de un kilómetro, a veces en ambos sentidos. Regresas por la
Avenida Internacional y a cualquier hora del día fluye a vuelta de rueda. Tomas
la Vía Rápida Poniente y te encuentras una vía lenta donde se celebra una
carrera de caracoles contra tortugas. Ir de Playas a la Mesa te anda tomando
una hora. De la Vía Rápida Oriente ni hablar: esa está por completo anulada por
la kilométrica fila del cruce internacional en Ready Lane, que a menudo está
atrás de la 20 de Noviembre. La Vía Rápida Oriente es una vialidad cancelada
con la que ya no cuentas en tu ciudad. Si llegas de Tecate por la carretera de
cuota, tardarás más de una hora en cruzar el bulevar Industrial. Haces lo mismo
de la caseta hasta Mexicali que de la caseta hasta Playas de Tijuana. Ya para
que acabe prefiriendo correr el riesgo de irme por el Bulevar 2000 al caer la
noche, es que la cosa es seria.
Pero
no hablo solamente del tráfico. Vas un día cualquiera al Costco y las filas
para pagar atraviesan toda la nave y llegan al cuarto congelado de las
verduras. Tardas 20 minutos en llenar tu carrito y más de una hora y media en
pagar. Vas a un festival Otaku en el Museo del Trompo o en el Cecut y verás
ríos de gente. Encontrar estacionamiento es algo más que una hazaña, si bien te
va en el tercer piso de Plaza Río. Ni hablar de la fila para pagar el boletito
a la hora de salir del parking. Las calafias y los taxis de ruta van
abarrotados. Llegas a comer al Caesars una tarde cualquiera y la lista de
espera es de más de una hora para poder entrar. La carretera en el Valle
vinícola es un hervidero y es imposible ir a un restaurante sin reservación. En
los hoteles ensenadenses como el Coral y Marina la ocupación es total de aquí a
septiembre. En el Dandy del Sur no hay un resquicio en la barra y en el
Hussongs pistearás rigurosamente de pie, con apenas espacio vital para alzar tu
cerveza. Caminas por Tijuana y en donde pongas los ojos verás una construcción:
cimientos, andamios, grises carcasas de descomunales edificios. Oficinas,
condominios, varios miles de albañiles. Ayer en el Oxxo hice más de 20 minutos
de fila. La cerveza y el hielo saqueados. Hordas de gringos y pochos acunando
sus respectivos cartones de Tecate como si fueran bebés. En el asador de la
colonia, un tumulto aguarda impaciente con sus kilos de carne. Una tropa
completa de la Guardia Nacional asando sus carnitas y echando el taco en el
estacionamiento sin soltar jamás sus R-15 mientras la gringuiza enfiestada del
4 de julio brinda por el jolgorio de estar vivos y yo leo la autobiografía de
Johnny Ramone aguardando turno de mis ribbs en la parrilla. Las inmobiliarias
construyen casas y la gente se las compra, los costos de la vivienda suben al
cielo y cada vez más estadounidenses optan por vivir en este lado de la frontera
(nuestra colonia ya es bilingüe desde hace un tiempo). La economía parece estar
en ebullición, la gente abre las carteras y gasta, el dinero circula, pero al
mismo tiempo las calles y camellones están a reventar de migrantes deportados,
gente sin casa durmiendo en las banquetas, centroamericanos aguardando el
milagro de una visa humanitaria, ucranianos en fuga buscando hogar. En
cualquier estacionamiento hay viene-vienes, cargadores o gente que hace
cualquier cosa por conseguir una propina de cinco pesos. En casi cualquier
ladera o baldío brota de un día para otro un tenderete, una casita de llanta y
cartón y un mes después aquello es ya un pequeño asentamiento (fíjense en la
rampa El Soler o al borde de los Laureles). A la orilla de la carretera ves un
montón de gente caminando a la deriva en medio de la noche, tecatos o
esquizofrénicos en feroz diálogo con sus demonios internos. El Sol afila sus
dientes, el verano se anuncia rudo y todo el entorno parece enloquecer. The
World is on Fire. Un presagio ronda mis duermevelas: algo va a suceder, algo va
a estallar.