Eterno Retorno

Monday, July 04, 2022

El Sol afila sus dientes, el verano se anuncia rudo y todo el entorno parece enloquecer

 


No sé si a ustedes les pase lo mismo, pero de un tiempo para acá tengo la impresión de que todo se ha desbordado y se ha vuelto excesivo por estos rumbos bajacalifornianos. Es como si en este 2022 se hubiera multiplicado la raza humana en Tijuana, Rosarito y Ensenada. Como si de un día para otro le hubieran sumado un millón de personas más a este terruño. Lo que antes te tomaba minutos hoy te toma más de una hora. A donde vayas hay una multitud. Un fin de semana cualquiera, sales a la carretera Escénica y en la caseta de Playas te encuentras filones de un kilómetro, a veces en ambos sentidos. Regresas por la Avenida Internacional y a cualquier hora del día fluye a vuelta de rueda. Tomas la Vía Rápida Poniente y te encuentras una vía lenta donde se celebra una carrera de caracoles contra tortugas. Ir de Playas a la Mesa te anda tomando una hora. De la Vía Rápida Oriente ni hablar: esa está por completo anulada por la kilométrica fila del cruce internacional en Ready Lane, que a menudo está atrás de la 20 de Noviembre. La Vía Rápida Oriente es una vialidad cancelada con la que ya no cuentas en tu ciudad. Si llegas de Tecate por la carretera de cuota, tardarás más de una hora en cruzar el bulevar Industrial. Haces lo mismo de la caseta hasta Mexicali que de la caseta hasta Playas de Tijuana. Ya para que acabe prefiriendo correr el riesgo de irme por el Bulevar 2000 al caer la noche, es que la cosa es seria.

Pero no hablo solamente del tráfico. Vas un día cualquiera al Costco y las filas para pagar atraviesan toda la nave y llegan al cuarto congelado de las verduras. Tardas 20 minutos en llenar tu carrito y más de una hora y media en pagar. Vas a un festival Otaku en el Museo del Trompo o en el Cecut y verás ríos de gente. Encontrar estacionamiento es algo más que una hazaña, si bien te va en el tercer piso de Plaza Río. Ni hablar de la fila para pagar el boletito a la hora de salir del parking. Las calafias y los taxis de ruta van abarrotados. Llegas a comer al Caesars una tarde cualquiera y la lista de espera es de más de una hora para poder entrar. La carretera en el Valle vinícola es un hervidero y es imposible ir a un restaurante sin reservación. En los hoteles ensenadenses como el Coral y Marina la ocupación es total de aquí a septiembre. En el Dandy del Sur no hay un resquicio en la barra y en el Hussongs pistearás rigurosamente de pie, con apenas espacio vital para alzar tu cerveza. Caminas por Tijuana y en donde pongas los ojos verás una construcción: cimientos, andamios, grises carcasas de descomunales edificios. Oficinas, condominios, varios miles de albañiles. Ayer en el Oxxo hice más de 20 minutos de fila. La cerveza y el hielo saqueados. Hordas de gringos y pochos acunando sus respectivos cartones de Tecate como si fueran bebés. En el asador de la colonia, un tumulto aguarda impaciente con sus kilos de carne. Una tropa completa de la Guardia Nacional asando sus carnitas y echando el taco en el estacionamiento sin soltar jamás sus R-15 mientras la gringuiza enfiestada del 4 de julio brinda por el jolgorio de estar vivos y yo leo la autobiografía de Johnny Ramone aguardando turno de mis ribbs en la parrilla. Las inmobiliarias construyen casas y la gente se las compra, los costos de la vivienda suben al cielo y cada vez más estadounidenses optan por vivir en este lado de la frontera (nuestra colonia ya es bilingüe desde hace un tiempo). La economía parece estar en ebullición, la gente abre las carteras y gasta, el dinero circula, pero al mismo tiempo las calles y camellones están a reventar de migrantes deportados, gente sin casa durmiendo en las banquetas, centroamericanos aguardando el milagro de una visa humanitaria, ucranianos en fuga buscando hogar. En cualquier estacionamiento hay viene-vienes, cargadores o gente que hace cualquier cosa por conseguir una propina de cinco pesos. En casi cualquier ladera o baldío brota de un día para otro un tenderete, una casita de llanta y cartón y un mes después aquello es ya un pequeño asentamiento (fíjense en la rampa El Soler o al borde de los Laureles). A la orilla de la carretera ves un montón de gente caminando a la deriva en medio de la noche, tecatos o esquizofrénicos en feroz diálogo con sus demonios internos. El Sol afila sus dientes, el verano se anuncia rudo y todo el entorno parece enloquecer. The World is on Fire. Un presagio ronda mis duermevelas: algo va a suceder, algo va a estallar.