Las putas y alcahuetas palabras me juraron redención y catarsis
Ya fue todo lo que echó el borracho. El néctar de este vómito ya fue
arrojado. Todo lo demás serán estertores, arcadas viles, la sensación de tener
algo más por arrojar aunque el estómago esté fatalmente vacío. Sí, el deseo reminiscente finge estar ahí: te
doblas, abres la boca e intentas escupir, pero de tus entrañas ya nada brota,
aunque tú sabes bien que ahí hay algo.
Las palabras me han dejado abajo. Se fingieron sordas cuando hice por
invocarlas. Las putas y alcahuetas palabras me juraron redención y catarsis,
pero me dejaron abandonado a la vera del camino, como novia de rancho. Las
palabras no solamente no acuden al llamado sino que me abortan, me repelen, me
arrojan lejos. La negación de la escritura raya en lo psicosomático. Mi silla
reclinable y mi lap top sobre la mesa de vidrio se han transformado en un
territorio hostil. Invoco palabras, pero quien puntual acude al llamado es la
comezón en la espalda, el mazazo de sueño, la insoportable visión de un plato
sucio o algún objeto fuera de lugar que solo es capaz de perturbarme cuando
estoy a punto de escribir.