Gabo y Marito en Lima
Lo que torna fascinante esta charla entre Gabo y Marito en Lima, es el
momento clave e irrepetible en que ocurre: septiembre de 1967. Aún faltaban
nueve años para el mítico puñetazo. Si el de Aracataca y el de Arequipa
hubieran platicado una década después ya
nada habría sido igual, pero el 67 encarna la esencia del éxtasis. Cien años de
soledad se acaba de publicar cuatro
meses antes mientras que La casa verde
recién ha ganado el premio Rómulo
Gallegos. No es el momento cumbre sino algo mejor: el momento del ascenso
imparable, cuando ambos intuyen que están elevándose a los cielos como Remedios
la Bella. Ojo, lo intuyen pero no lo saben. Hay todavía una dosis de inocencia
en sus personalidades. No son todavía
dos monstruos con descomunal tonelaje político sino dos narradores en ebullición.
Aunque ya se le nombra de manera esporádica, el Boom todavía no es Boom porque
está ocurriendo justo en ese momento. Aún no se sabe que esta onomatopeya se
acabará canonizando. Tampoco que los escarceos fantásticos del colombiano serán
nombrados realismo mágico. El formato de
la charla establece que Marito pregunta y Gabo responde. El colombiano, al puro
estilo de Rulfo, es un fabulador de su propia vida. Su estilo oral es fiel a
esa fina socarronería de la que hará
gala siempre. No le acabo de creer que la frase “Muchos años después,
frente al pelotón de fusilamiento…” se le ocurrió a los quince años de edad y
que desde entonces tenía Cien años de
soledad en la cabeza. Según él, La hojarasca, Los funerales de la Mamá Grande,
El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, fueron solo un preludio
antes de la gran obra. También me llama la atención que según Gabo, el
legendario viaje que realiza junto con su madre a Arequipa para vender la casa de sus abuelos
lo hizo siendo un quinceañero, cuando en
la autobiografía Vivir para contarla, dicho viaje lo realizó (entiendo) cuando acababa de dejar
sus estudios de Derecho y se ganaba la vida como reportero en Barranquilla.
Otro punto que contrasta con el tradicional discurso garcíamarqueano, es la
forma de referirse al periodismo. Yo me acostumbré a frases como “el periodismo es el mejor oficio del mundo” y
“se es reportero toda la vida”, pero aquí Gabo
habla de la reporteada como un vil trabajo alimentario que le robaba tiempo
para escribir. Conozco esa sensación. Por supuesto hablan de Borges (y no me
gusta del todo lo que dicen). Marito, aunque se declara su admirador, le echa en cara su conservadurismo mientras
que Gabo, siempre socarrón, dice “lo leo todas las noches y es un escritor que
detesto”. En fin, me chuté esta charla “de
hidalgo”, en menos de una hora y media en que subrayé muchísimas
frases. Para la sobremesa quedan los testimonios de algunos asistentes al encuentro y el álbum de fotos de la que a
la postre fue la única visita de Gabo a Lima en su larga vida.