Dos salvajes declaraciones de amor a los libros
Qué tan cabrón no estará el fenómeno editorial de El
infinito en un junco, que el voraz pingüino random le va a la zaga con el
mismísimo Umberto Eco como póstumo caballo de batalla. Dos declaraciones de
amor a los libros y a la bibliofilia.
Sea como sea son buenas noticias para los lectores. Es obvio que en el
mega corporativo se quisieron subir a la
ola y aprovechar el trenecito del éxito que ha tenido el libro de Irene Vallejo.
Ya me imagino la junta de los altos ejecutivos pingüinoides, tratando de
aprovechar los problemas de distribución que sin duda tiene la editorial
Siruela. La gente irá a la librería a preguntar por El infinito en un junco y
no lo encontrará, pero en el aparador le sonreirá esta reedición de
conferencias de Umberto Eco oportunamente traducidas por vez primera al español. Los pingüinos
de plano ni le disimularon: hasta la portada, con su respectivo junco, es un descarado pastiche, el título alude a la
memoria cultural yaciente en una planta
y por supuesto, como no podía ser de otra forma ¿qué es lo primero que leerá
usted en la banda promocional delantera? Un elogioso comentario de Irene
Vallejo, of course. Claro, hay de oportunismos a oportunismos y al menos éste
es de agradecerse. Umberto Eco es Umberto Eco y siempre valdrá la
pena leerlo - ayer, hoy y dentro de 50 años- aunque lo expresado en La memoria vegetal no sea tan distinto de
lo enunciado en Nadie acabará con los libros, el ensayo publicado en 2009 en
coautoría con Jean Claude Carriére. Lumen, el emblemático sello de Esther
Tusquets, fue por siempre la casa de Eco en español. Esther tejió personalmente
la compleja relación con el de Siena y El nombre de la
rosa fue el gran best seller de su editorial en donde Eco se mantiene hasta la
fecha, a cinco años de su muerte, aunque Lumen haya sido chupada por el comelón
e insaciable pingüinucho.
Y a todo esto… ¿qué
noticias les tengo de El infinito en un
junco? Pues que lo estoy disfrutando muchísimo. Llevo poco más de 200 páginas y
leo sin prisas, paladeando cada párrafo, como cuando estás bebiendo un vino muy
bueno y no quieres que se acabe. El
éxito está justificado. Es un libro lindo, que se deja leer. Es como Alberto Manguel
pero narrado más bonito, con gracia. Hasta ahora el libro que yo más había
disfrutado sobre el tema –por encima aún del clásico Historia de le lectura- es
La ciudad de las palabras, pero creo que El infinito en un junco lo está
superando. Ya les compartiré mi reseña cuando concluya.