Dos negras novelitas duermeveleras. La primera corresponde a un Oswald norteño, con chamarra vaquera a lo Piporro, quien disparará (¿o acaso será cazado?) desde una específica ventana del edificio Latino de donde eludirá cámaras y eléctricos ojazos indiscretos. Su víctima yacerá en una esquina exacta de la calle Juan Ignacio Ramón en el centro regio y la bala caerá como un diagonal rayo fulminante de profecía por segunda vez sobre ese sitio en afán de silenciar al último testigo de ese primer crimen. ¿La futura víctima fue el primer asesino? Lo he olvidado. Recuerdo solo la estampa de viejo norteño y correoso (el abuelito prófugo de Rómulo Lozano), la chamarra de víbora, la certidumbre de no fallar. La segunda novelita duermevelosa es más bien un típico cuadro de angelina miseria. El padre blanco y tecato adicto al fentanilo; la madre güera whitethrasher, cateada por la vida, tirándole a la putería por estricta necesidad, viviendo de gorra y caridad en pisos ratoniles de donde acaba siendo corrida. Va escaleras arriba en busca de una desvencijada puerta en el piso chingomil y de pronto del tecurucho irrumpe como si tal cosa el padre tecato quien con todo su fentanilazo a cuestas los abraza (la imagen no miente: los ama) y por un instante, solo por unos segundos antes de despertar, hay una estampa de auténtica filia y amor tecatil.
Tuesday, July 14, 2020
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