Nosotros somos Tijuana, Tía Juana, Ticuán; puerta de entrada o salida de Latinoamérica; el lugar donde empieza o termina la patria; somos la orilla, el umbral, el filo de la navaja; somos el borde y el bordo. Nuestro origen: el puño cerrado, el trabajo duro y creativo, el eterno desafío topográfico, el aferre, la terquedad y el espíritu combativo. Ser tijuanense es una condición del alma, una divina locura. Bebemos agua de la Presa y del Pacífico mientras en el polvo construimos nuestro irrenunciable destino. Entre cerros, laderas y cañones yacen nuestras pieles y nuestros anhelos. La ciudad es la suma (y la resta) de todos nosotros. Tijuana es la declaración de guerra a la gravedad entre calles imposibles y grafiti jeroglífico. Bajo la piedra salitrosa y el polvo picante yacen nuestros corazones, espíritus en ebullición danzando en la fiesta de un mañana que a veces, muy de vez en cuando, llega y cuando lo hace, llega sin avisar, mientras construimos un castillo de arena mojada. Tijuana: avalancha de sueños y naufragios, carnaval de crudas realidades e ilusiones tercas, tornado de almas prófugas de los más improbables rincones que hoy llevan la esencia tijuanense en la sangre y el deseo. Porque Tijuana se lleva en el alma como un amor y en la piel como un tatuaje. Porque Tijuana es un romance complejo, tormentoso y pasional. Pisé por primera vez esta tierra el 16 de octubre de 1998. Ignoraba entonces que es posible llegar a tener una relación tan pasional y extrema con una ciudad. No la tuve con mi tierra natal ni la he tenido con otras urbes en donde he vivido. Es como si la ciudad fuera encarnando poco a poco en el cuerpo y en el subconsciente. Desde entonces no he dejado de reinventar Tijuana en mi cabeza para narrarla en todas las formas posibles. Ningún otro sitio en el mundo me ha hecho imaginar tantas historias. La narrativa de ficción que hasta el momento he publicado brotó de estas calles como una mata baldía. La he narrado desde una supuesta objetividad periodística como un reportero pateador de pavimento y la he narrado como fabulador de mundos posibles. Es como si las calles me susurraran al oído mil relatos. De no ser por Tijuana acaso no habría escrito nunca o habría escrito algo harto distinto en donde no me reconocería. Tijuana-tatuaje, Tijuana-desgarro, Tijuana en carne viva. Tijuana-karma, Tijuana-aferre, Tijuana-destino. La vida está en otra parte y Tijuana (por si no te has dado cuenta) siempre es otra parte. A veces hiere vivir aquí, pero lo tijuaneado es una condición ontológica, porque esta ciudad es un flagelo que causa adicción; porque no hay a la vista procesos quirúrgicos de destijuanización; porque los vicios, al menos los vicios que valen la pena, son aquellos que no pueden curarse y lo hacen a uno perder la razón. Tijuana es mi vicio incurable. Feliz cumpleaños Ciudad Nuestra. Sabes bien que te quiero un chingo.
Saturday, July 11, 2020
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