Eterno Retorno

Saturday, July 04, 2020

Julio nos puso un cuatro y la nueva normalidad es anormal. El bicho coronado sigue contagiando y matando a lo bestia, el semáforo destella impúdico su color rojizo, pero en esta frontera la gente está harta de permanecer en el dulce hogar. El quédate en casa fue siempre tan contundente como una llamada a misa o una recomendación de derechos humanos pero ahora ya es de plano un chiste. Algo sabemos de cuatros de julios por estos rumbos. Después de las puertas cerradas de Semana Santa y el Memorial Day, a hoteleros, antreros y restauranteros les urge engordar la escuálida vaca y a los vecinitos les urge seriamente emborracharse (máxime porque California ha vuelto a las restricciones). Dado que Papas&Beer es ahora un restaurante (por favor, no vaya a usted a creer que es un antro) y dado que la hermana república ensenadense tiene una aduana hermética e intolerante, los cuatreros julianos se han quedado a libar en Rosarito. Mentira que los mexicanos seamos los más valemadristas a la hora de cuidarnos. Hay gringos que parecen aferrados a quitarnos el papel de compañeros exclusivos en la parranda con la muerte. Todos los hombres nacen iguales, dice la declaración de Independencia que Washington, Jefferson y compañía firmaron en una calurosísima tarde de verano en Filadelfia y para nuestros vecinos, nuestro amado y caótico Rosarito es la más alta expresión de la libertad. Por otra parte (y no es por echarle la sal) pero me extraña que el santo oficio de los ofendidos y la generación woke no haya arrojado sus sensibles tentáculos sobre el 4 de julio. Vaya, la independencia de las trece colonias es un asunto de patriarcas blancos privilegiados y en la nueva moral eternamente ofendida, ser blanco, patriarcal y privilegiado es un pecado monstruoso, la peor aberración posible. Que no les extrañe si los niños woke empiezan a grafitear estatuas de Washington, borran su cara de los billetes y exigen cambiarle el nombre a la capital (ahora se llamará Malcolm X DC) Para nadie es un secreto que el libertario George Washington (a diferencia de Cervantes y Junípero Serra) tuvo esclavos toda su vida (al momento de su muerte, en 1799, había 317 esclavos en su finca de Mount Vernon), que Jefferson creía en la igualdad del hombre, pero a la hora de redactar la puritana Declaración de Independencia se le olvidó liberar al más de medio millón de personas que aún vivían en la esclavitud (y que siguieron viviendo así noventa años más). Eso sí, justo es señalar que con todo su caos y su desmadre a cuestas, Miguel Hidalgo tuvo el detalle de abolir la esclavitud durante su estancia en Guadalajara. En fin, son las nueve de la noche y la gringada patriota del vecindario ya comenzó con la tronadera de cohetes, los mismos que en su free country no pueden tronar. Canica se inquieta. Pronto empezará la sinfonía perruna, mientras los gringos, como los peces en el río, beben y beben y vuelven a beber.