Eterno Retorno

Monday, April 04, 2005

Pasos de Gutenberg
Insensatez
Horacio Castellanos Moya
TusQuets
Por Daniel Salinas Basave

La primera impresión que me causó la pluma de Castellanos Moya cuando cayó
en mis manos una novela suya hace cinco años, fue la de un narrador
violento.
Debo aclarar que aquella novela era "Arma en el hombre", un caldo de
agresiviad extrema dentro de la aparente frialdad de su prosa. Después leí "Baile con serpientes" y caí en la cuenta de encontrarme ante un
narrador muy inteligente, capaz de derrochar malicia y creatividad. Como le suele pasar a algunas bandas de heavy metal que comienzan con una
línea muy dura y después evolucionan hacia planos más instrospectivos como
consecuencia de una supuesta madurez musical, Castellanos Moya parece dejar
atrás la crudeza de los textos mencionados y avanzar hacia planos narrativos
un tanto más sosegados.
Vaya, antes cada uno de sus párrafos salpicaba sangre y las anécdotas
violentas saturaban sus obras y ahora da la impresión de que esa violencia
trasciende a atmósferas puramente psicológicas.
Esa impresión me quedó con "Donde no estén ustedes" y se confirma con su
última novela, "Insensatez".
Respetando las distancias y con perdón de la odiosa comparación,
"Insensatez" me recordó un poco al "Corazón de las tinieblas" de Conrad. El horror se intuye como telón de fondo, pero jamás como una superficie. Los
demonios se ocultan tras cada frase, dejan intuir su presencia, se trepan
lentamente en la psique del personaje y el lector, pero jamás acaban de
brotar.
Eso sí, Castellanos vuelve a ser fiel a Centroamérica como temática y
escenario.
"Insensatez" trata sobre un corrector de estilo de nacionalidad salvadoreña
que es contratado por el arzobispado guatemalteco para revisar los
expedientes sobre la guerra sucia que la dictadura militar orquestó contra
el pueblo quiché.
Dicho informe debe ser publicado a la brevedad y nuestro corrector
salvadoreño se sumerge en la lectura de escalofriantes testimonios de
masacres, torturas y vejaciones de toda clase.
El personaje en cuestión, un patán despreocupado al que únicamente le
interesa cobrar sus honorarios y ligar con las voluntarias españolas que
trabajan en el arzobispado, comienza a adentrarse en las cientos de páginas
que debe corregir, primero con un afán burocrático y chambista, que
gradualmente va transformándose en una obsesión y desencadena en franca
paranoia.
Como en Conrad, el horror es una sombra, una intuición, un recuerdo, pero
aún así es omnipresente.
En cada una de las páginas que revisa el personaje, encuentra testimonios
sobre un holocausto que sabe espantosamente real e impune.
Al final, el despreocupado corrector es un poseso de los infiernos
individuales que ha leído en cada una de esas páginas en donde, dicho sea de
paso, se narran horrores que por desgracia no inventó Castellanos Moya y
padecieron decenas de miles de indígenas guatemaltecos.
Eso sí, la novela es leída con rapidez. Por lo que a mí respecta, la comencé
a leer cuando un avión despegaba de Monterrey y acabé justocuando
aterrizábamos en Tijuana. Poco menos de tres horas en que me quedó un sabor
de ¿Y eso fue todo?
Castellanos Moya nunca defrauda, pero prefiero sus tiempos violentos.