Semana Santa, transcurrió en Santa Paz. No hubo salida a carretera (bueno, en realidad yo todas las mañanas de mi vida salgo a carretera pero eso es un decir) Es más, los cuatro días libres ni siquiera fuimos a Tijuana. Nos limitamos a Rosarito, Popotla y nuestro sacrosanto hogar. Paradójicamente, los días de descanso fueron aprovechados para trabajar. Pintamos toda la pared de la escalera de color calabaza y colgamos un par de candiles en el comedor y en la sala. También hubo espacio para el ejercicio, pues agarré la bici para darme unos roles por la playa y le di una buena leída al nuevo libro de Henning Mankell y a los de Troyant que tengo en la fila.
El sábado adoptamos una perra sarnosa. Es una boxer auténtica muy venida a menos por el hambre, las privaciones y los maltratos. La encontramos caminando por el monte, asustada y temblorosa. Carol, que no puede soportar el sufrimiento animal, me convenció para que la recogiéramos y ahí nos tienes en la labor. Creo que en menos de un mes esa perrita de mirada triste estará fuerte y rebosante y nadie más volverá nunca a hacerle el feo.
Y como era de esperarse, los cuatro días transcurrieron como un suspiro y aquí estoy de nuevo, tundiendo tecla y maquinando perversidades.
El sábado adoptamos una perra sarnosa. Es una boxer auténtica muy venida a menos por el hambre, las privaciones y los maltratos. La encontramos caminando por el monte, asustada y temblorosa. Carol, que no puede soportar el sufrimiento animal, me convenció para que la recogiéramos y ahí nos tienes en la labor. Creo que en menos de un mes esa perrita de mirada triste estará fuerte y rebosante y nadie más volverá nunca a hacerle el feo.
Y como era de esperarse, los cuatro días transcurrieron como un suspiro y aquí estoy de nuevo, tundiendo tecla y maquinando perversidades.