Las fronteras de la pluma
Por recomendación aparecida en el blog de humphrey, que suelo leer con bastante regularidad, fui a visitar por vez primera el blog de Juan Pablo. Leo una reflexión sobre la mediocridad de los escritores sonorenses.
Me llama la atención su comentario. Debo aclarar que no conozco un solo escritor sonorense en realidad y entiendo lo que menciona en el sentido del horripilante provincianismo caciquil en el que suelen caer las mediocres aristocracias locales. Sin embargo, creo que el bloguero en cuestión falla al señalar como una limitante el no salir de los mismos clichés de corrales de vacas, cerveza Tecate y desierto. Limitarse a un espacio geográfico o a un entorno, por reducido que sea, no condiciona ni mutila de manera alguna la calidad de un texto ni la creatividad del escritor. De hecho, muchas de las plumas más endemoniadamente chingonas que han dedicado a parir eso que llaman literatura, se limitaron en forma sorprendente a una geografía por demás reducida. Recorrer el mundo y el tiempo con una pluma nunca ha sido garantía de calidad, de la misma forma que escribir un millón de páginas sobre el patio de la casa no es necesariamente un pasaporte al aburrimiento. La obra de Rulfo jamás abandona los pueblos de Jalisco. La pluma de Faulkner jamás cruza la frontera de los poblacos rednecks de su Sur Profundo. El propio García Márquez rara vez se anima a escapar del entorno de sudor tropical de la costa caribe colombiana. Salvo en Perros de Riga, Mankell jamás saca a su Kurt Wallander de la aldea de Ystad en el Sur de Suecia y su universo más lejano, suele ser el puerto de Malmö. Claro, en el otro extremo está mi compa Borges que se la pasa saltando en el tiempo y el mama mundi, pero la realidad es que encerrar la pluma en el gallinero del poblaco o sacarla a recorrer galaxias, es cosa que pasa a segundo término. Lo que importa, como siempre, es saber contar una historia como Dios o Satanás manda.
Por recomendación aparecida en el blog de humphrey, que suelo leer con bastante regularidad, fui a visitar por vez primera el blog de Juan Pablo. Leo una reflexión sobre la mediocridad de los escritores sonorenses.
Me llama la atención su comentario. Debo aclarar que no conozco un solo escritor sonorense en realidad y entiendo lo que menciona en el sentido del horripilante provincianismo caciquil en el que suelen caer las mediocres aristocracias locales. Sin embargo, creo que el bloguero en cuestión falla al señalar como una limitante el no salir de los mismos clichés de corrales de vacas, cerveza Tecate y desierto. Limitarse a un espacio geográfico o a un entorno, por reducido que sea, no condiciona ni mutila de manera alguna la calidad de un texto ni la creatividad del escritor. De hecho, muchas de las plumas más endemoniadamente chingonas que han dedicado a parir eso que llaman literatura, se limitaron en forma sorprendente a una geografía por demás reducida. Recorrer el mundo y el tiempo con una pluma nunca ha sido garantía de calidad, de la misma forma que escribir un millón de páginas sobre el patio de la casa no es necesariamente un pasaporte al aburrimiento. La obra de Rulfo jamás abandona los pueblos de Jalisco. La pluma de Faulkner jamás cruza la frontera de los poblacos rednecks de su Sur Profundo. El propio García Márquez rara vez se anima a escapar del entorno de sudor tropical de la costa caribe colombiana. Salvo en Perros de Riga, Mankell jamás saca a su Kurt Wallander de la aldea de Ystad en el Sur de Suecia y su universo más lejano, suele ser el puerto de Malmö. Claro, en el otro extremo está mi compa Borges que se la pasa saltando en el tiempo y el mama mundi, pero la realidad es que encerrar la pluma en el gallinero del poblaco o sacarla a recorrer galaxias, es cosa que pasa a segundo término. Lo que importa, como siempre, es saber contar una historia como Dios o Satanás manda.