Y sigue la mata dando con los cuentos. Acá va otro comienzo de relato que estoy pasando en limpio. Este cuento lo escribí el 30 de diciembre de 1999, en medio de la paranoia del Y2K. Yo se que en términos de lectura, lo más popular en un blog son los agarrones entre blogueros y lo más impopular, es escribir cuentos o poemas. Ni pex. A mi últimamente me ha dado por sacar cuentos del sótano.
Pick Nic III Milenio
Todo amenaza entonces con estallar, no puede sosegarse, simplemente, no se está. Drena a mil por hora, le arden la piel y las ideas, los deseos se vuelven anárquicos. Subconsciente arremete, danza exhibicionista, le exige algo así como un fetiche, un artefacto cualquiera con que derramar el sentido, el sabor a café y los kilos de menta en lo que aparece el mensaje.
Sudor, tasa fría, taquicardia, transfer interrumpted, file not found. Ya se alza sobre las tinieblas el Sol del último día. Cuidado: toda nueva luz es una amenaza de aterrizaje, tenazas que exprimen elixir de somnolencia en sus ojos. La almohada lo aborta, es áspera, sudorosa, hace corto circuito. Quedan dos sorbos fríos en la cafetera y dos rayas que deben ser aspiradas antes de raspar suelo.
La silla tiene chicle y el monitor, después de dos días de ser universo existencial, arde como un comal.
Cuatro días, estudio, calefacción, la PC y un pandemonio de mitológicas aberraciones enredadas como moscas en la telaraña aguardando en casa para él.
Se lo dijeron la mañana del 28, cuando un par de aspirinas trataba infructuosamente de colocar la cruda en plano neutral y claro, pensó que era una inocentada, malas bromas del Lic. que hasta el día 25 en la mañana lo hizo ir a terminar con el Expediente Campbell.
Pero no, la cosa iba muy en serio; el Lic salía para Sidney esa mañana a ponerse una peda en un avión que le daría la vuelta al mundo para celebrar el fin de Milenio en varias plazas del Planeta y dejó dicho el despacho, se cerraba, “así como lo oyeron, sin explicaciones, hasta el día 3 de enero, no quiero sorpresas, los hackers van a estar como jauría hambrienta, lárguense, son libres.
Le costaba creer las instrucciones de su jefe, pero el 29 en la mañana comprobó con sorpresa que en efecto, se había marchado y las ordenes de cerrar la oficina eran terminantes. Él mismo puso llave a la oficina y la idea de tener frente a él cuatro días libres le resultó inconcebible. Lo lógico sería apro-vechar para viajar, antrear un poco, pero... ¿para qué? mejor diseñar un superpaquete solitario, un picknik de fin de Milenio sin salir del estudio para esperar la llamada.
Ya en la calle iba haciendo mentalmente la lista de de ingredientes del supercamping: : Tres botellas de litro de Diet, la Hustler edición de enero, la cámara digital, una botella de Chivas, un bote de catovit y tres gramos de coca que fue a conectar en las inhóspitas laderas de Héroes Ferrocarrileros. Café y válium había suficiente.
Llegó al estacionamiento de su condominio; seguros, bastón, alarmas y se fue ascensor arriba, piso 12, entró a su apartamento y cerró la puerta con la firme convicción de no abrirla en cuatro días.
Ahí estaba su piso, su soledad, todo su paraíso.
Desde que trabajaba en el despacho pasaba en casa las horas apenas suficientes para dormir y fueron las noches que se le fueron en vela, en el messenger con Cayita y más tarde con Almir o Felicidad. Nunca era suficiente; al llegar el amanecer tenía que decir adiós, darse el duchazo de agua fría y salir volándose rojos, atragantándose con el termo de café negro, ahorcándose con la corbata en el elevador todo para llegar y encontrar el correo electrónico atiborrado de mensajes, la mesa de pape-les y los gritos del Lic. en el teléfono.
Así se le iban 16 horas. Por la noche, quien nunca fallaba en el messenger era Cayita. Parecía que lo observaba desde el balcón. La puerta del estacionamiento subterráneo se abría, dejaba el auto a toda prisa y los segundos en el elevador le parecían insoportables. Al encender la computadora, Cayita in-variablemente estaba “on line”.
Cayita vive en el Piso 6. Hace once meses se encontraron por casualidad en el elevador, pero no se di-jeron una palabra. Esa misma noche, cuando él estaba en animada charla cibernética con Felicidad, apareció un recuadro en la pantalla: Cayita desea agregarlo a su lista de contactos. Aceptó.
“¿Me recuerdas? Soy tu vecina, nos acabamos de topar en el elevador. Nada en especial. Sólo platicar un poco y contarte de mi vida, digo, si es que te interesa”. Desde entonces no ha habido un solo día en once meses en que no conversen, aunque nunca, ni por casualidad, han vuelto a verse. Cayita dice que será mejor no conocerse. Nuestros cuerpos pueden prescindir del odioso tacto.
Pick Nic III Milenio
Todo amenaza entonces con estallar, no puede sosegarse, simplemente, no se está. Drena a mil por hora, le arden la piel y las ideas, los deseos se vuelven anárquicos. Subconsciente arremete, danza exhibicionista, le exige algo así como un fetiche, un artefacto cualquiera con que derramar el sentido, el sabor a café y los kilos de menta en lo que aparece el mensaje.
Sudor, tasa fría, taquicardia, transfer interrumpted, file not found. Ya se alza sobre las tinieblas el Sol del último día. Cuidado: toda nueva luz es una amenaza de aterrizaje, tenazas que exprimen elixir de somnolencia en sus ojos. La almohada lo aborta, es áspera, sudorosa, hace corto circuito. Quedan dos sorbos fríos en la cafetera y dos rayas que deben ser aspiradas antes de raspar suelo.
La silla tiene chicle y el monitor, después de dos días de ser universo existencial, arde como un comal.
Cuatro días, estudio, calefacción, la PC y un pandemonio de mitológicas aberraciones enredadas como moscas en la telaraña aguardando en casa para él.
Se lo dijeron la mañana del 28, cuando un par de aspirinas trataba infructuosamente de colocar la cruda en plano neutral y claro, pensó que era una inocentada, malas bromas del Lic. que hasta el día 25 en la mañana lo hizo ir a terminar con el Expediente Campbell.
Pero no, la cosa iba muy en serio; el Lic salía para Sidney esa mañana a ponerse una peda en un avión que le daría la vuelta al mundo para celebrar el fin de Milenio en varias plazas del Planeta y dejó dicho el despacho, se cerraba, “así como lo oyeron, sin explicaciones, hasta el día 3 de enero, no quiero sorpresas, los hackers van a estar como jauría hambrienta, lárguense, son libres.
Le costaba creer las instrucciones de su jefe, pero el 29 en la mañana comprobó con sorpresa que en efecto, se había marchado y las ordenes de cerrar la oficina eran terminantes. Él mismo puso llave a la oficina y la idea de tener frente a él cuatro días libres le resultó inconcebible. Lo lógico sería apro-vechar para viajar, antrear un poco, pero... ¿para qué? mejor diseñar un superpaquete solitario, un picknik de fin de Milenio sin salir del estudio para esperar la llamada.
Ya en la calle iba haciendo mentalmente la lista de de ingredientes del supercamping: : Tres botellas de litro de Diet, la Hustler edición de enero, la cámara digital, una botella de Chivas, un bote de catovit y tres gramos de coca que fue a conectar en las inhóspitas laderas de Héroes Ferrocarrileros. Café y válium había suficiente.
Llegó al estacionamiento de su condominio; seguros, bastón, alarmas y se fue ascensor arriba, piso 12, entró a su apartamento y cerró la puerta con la firme convicción de no abrirla en cuatro días.
Ahí estaba su piso, su soledad, todo su paraíso.
Desde que trabajaba en el despacho pasaba en casa las horas apenas suficientes para dormir y fueron las noches que se le fueron en vela, en el messenger con Cayita y más tarde con Almir o Felicidad. Nunca era suficiente; al llegar el amanecer tenía que decir adiós, darse el duchazo de agua fría y salir volándose rojos, atragantándose con el termo de café negro, ahorcándose con la corbata en el elevador todo para llegar y encontrar el correo electrónico atiborrado de mensajes, la mesa de pape-les y los gritos del Lic. en el teléfono.
Así se le iban 16 horas. Por la noche, quien nunca fallaba en el messenger era Cayita. Parecía que lo observaba desde el balcón. La puerta del estacionamiento subterráneo se abría, dejaba el auto a toda prisa y los segundos en el elevador le parecían insoportables. Al encender la computadora, Cayita in-variablemente estaba “on line”.
Cayita vive en el Piso 6. Hace once meses se encontraron por casualidad en el elevador, pero no se di-jeron una palabra. Esa misma noche, cuando él estaba en animada charla cibernética con Felicidad, apareció un recuadro en la pantalla: Cayita desea agregarlo a su lista de contactos. Aceptó.
“¿Me recuerdas? Soy tu vecina, nos acabamos de topar en el elevador. Nada en especial. Sólo platicar un poco y contarte de mi vida, digo, si es que te interesa”. Desde entonces no ha habido un solo día en once meses en que no conversen, aunque nunca, ni por casualidad, han vuelto a verse. Cayita dice que será mejor no conocerse. Nuestros cuerpos pueden prescindir del odioso tacto.