Entre Andrés Neuman y los compas de Nuevo Periodismo, no me queda otra que escribir una chingada autobiografía. Aquí va un intento. A ver que tal.
Hubo un momento en mi vida en que pensé que era justo y necesario empezar a escribir una autobiografía. Consideré que había vivido tantas cosas, que bien merecían la pena ser contadas. Yo tenía entonces siete años de edad y la plena seguridad de que mi existencia era interesantísima. De hecho esa fue la primera vez que me dio por escribir una historia y consideré que la mejor y más interesan-te era la de mi vida.
Por mi madre me enteré que las historias que narraban vidas, se llamaban biografías y que si era uno mismo quien las escribía, entonces debían llamarse autobiografías.
Empecé a redactar la fascinante historia en un cuaderno de color azul, pero a la hora de agarrar el lápiz me di cuenta que la historia de mi vida no era tan larga ni era capaz de ocupar un libro tan gordo como yo pensaba.
Lo ordinario sería empezar con una burocrática fecha que indique que nací el 21 de abril de 1974 en Monterrey Nuevo León, producto de un amorío furtivo entre dos estudiantes preparatorianos de 17 años, que no tuvieron a bien enterarse que en los años setenta ya existía la píldora y el condón.
De mi infancia, mi recuerdo más nítido es el enorme jardín de la casa de mi abuela, en donde viví hasta los ocho años y en donde tenía la plena certeza de que podía caber el mundo entero y en cuyos árboles podía ocurrir cualquier prodigio mágico.
Fue también a los siete u ocho años cuando visité por vez primera la redacción de un periódico. El edificio del Periódico El Norte ya se encontraba en ese entonces en la equina de las calles Washington y Zaragoza. Mi madre, que era estudiante de Comunicación, trabajó ahí brevemente, no creo que más de seis meses. En ese entonces no me imaginaba que yo, que ni siquiera fui comunicólogo, sino licenciado en Derecho, acabaría por ingresar a trabajar a esa misma redacción un 5 de junio de 1997.
¿Qué hace un abogado trabajando de reportero? Me han hecho y me he hecho esa pregunta infinitas veces y en cada una respondo algo distinto. Hoy prefiero quedarme con la duda.
La cuestión es que desde ese día hasta la fecha (son las 20:17 y estoy de guardia en la redacción escribiendo esta carta) me dedico de tiempo completo al periodismo escrito. Cada alegría, cada coraje y cada centavo ganado en estos años se lo debo a este oficio.
La gente también me pregunta cómo fue posible que un 21 de marzo de 1999 me fuera de El Norte y de mi ciudad natal para venir a radicar a Tijuana para empezar a trabajar en la fundación de un nuevo periódico. También he dado todo tipo de respuestas (disculpen, pero yo estoy más acostumbrado a hacer preguntas que a responderlas) La cuestión es que la madrugada del 25 de julio de 1999, está-bamos frente a las prensas sacando el primer ejemplar del periódico Frontera. El tiempo es humo que se diluye en un abrir y cerrar de ojos. Mañana saldrá a las calles de Tijuana el número 1505 y yo sigo en aferrado a mi trinchera, tundiendo teclas.
Y aunque aquí me pagan por hacer reportajes de investigación sobre temas duros, tengo una hormona de periodista cultural que nunca me ha dejado en paz. Por ello y por puro y simple amor al arte, escribo cada domingo una columna de comentarios sobre libros en el suplemento cultural Minarete. La columna se llama Pasos de Gutenberg y aunque estoy más que consciente que es la parte menos leída de mi trabajo, es la más constante y no peco de hipócrita si digo que es la que más quiero. Además, vaya a donde vaya, junto con la cámara y la grabadora siempre llevo un libro en la mano.
Y como dijo Iced Earth (escucho su disco en este momento) This is the Path I Choose
Hubo un momento en mi vida en que pensé que era justo y necesario empezar a escribir una autobiografía. Consideré que había vivido tantas cosas, que bien merecían la pena ser contadas. Yo tenía entonces siete años de edad y la plena seguridad de que mi existencia era interesantísima. De hecho esa fue la primera vez que me dio por escribir una historia y consideré que la mejor y más interesan-te era la de mi vida.
Por mi madre me enteré que las historias que narraban vidas, se llamaban biografías y que si era uno mismo quien las escribía, entonces debían llamarse autobiografías.
Empecé a redactar la fascinante historia en un cuaderno de color azul, pero a la hora de agarrar el lápiz me di cuenta que la historia de mi vida no era tan larga ni era capaz de ocupar un libro tan gordo como yo pensaba.
Lo ordinario sería empezar con una burocrática fecha que indique que nací el 21 de abril de 1974 en Monterrey Nuevo León, producto de un amorío furtivo entre dos estudiantes preparatorianos de 17 años, que no tuvieron a bien enterarse que en los años setenta ya existía la píldora y el condón.
De mi infancia, mi recuerdo más nítido es el enorme jardín de la casa de mi abuela, en donde viví hasta los ocho años y en donde tenía la plena certeza de que podía caber el mundo entero y en cuyos árboles podía ocurrir cualquier prodigio mágico.
Fue también a los siete u ocho años cuando visité por vez primera la redacción de un periódico. El edificio del Periódico El Norte ya se encontraba en ese entonces en la equina de las calles Washington y Zaragoza. Mi madre, que era estudiante de Comunicación, trabajó ahí brevemente, no creo que más de seis meses. En ese entonces no me imaginaba que yo, que ni siquiera fui comunicólogo, sino licenciado en Derecho, acabaría por ingresar a trabajar a esa misma redacción un 5 de junio de 1997.
¿Qué hace un abogado trabajando de reportero? Me han hecho y me he hecho esa pregunta infinitas veces y en cada una respondo algo distinto. Hoy prefiero quedarme con la duda.
La cuestión es que desde ese día hasta la fecha (son las 20:17 y estoy de guardia en la redacción escribiendo esta carta) me dedico de tiempo completo al periodismo escrito. Cada alegría, cada coraje y cada centavo ganado en estos años se lo debo a este oficio.
La gente también me pregunta cómo fue posible que un 21 de marzo de 1999 me fuera de El Norte y de mi ciudad natal para venir a radicar a Tijuana para empezar a trabajar en la fundación de un nuevo periódico. También he dado todo tipo de respuestas (disculpen, pero yo estoy más acostumbrado a hacer preguntas que a responderlas) La cuestión es que la madrugada del 25 de julio de 1999, está-bamos frente a las prensas sacando el primer ejemplar del periódico Frontera. El tiempo es humo que se diluye en un abrir y cerrar de ojos. Mañana saldrá a las calles de Tijuana el número 1505 y yo sigo en aferrado a mi trinchera, tundiendo teclas.
Y aunque aquí me pagan por hacer reportajes de investigación sobre temas duros, tengo una hormona de periodista cultural que nunca me ha dejado en paz. Por ello y por puro y simple amor al arte, escribo cada domingo una columna de comentarios sobre libros en el suplemento cultural Minarete. La columna se llama Pasos de Gutenberg y aunque estoy más que consciente que es la parte menos leída de mi trabajo, es la más constante y no peco de hipócrita si digo que es la que más quiero. Además, vaya a donde vaya, junto con la cámara y la grabadora siempre llevo un libro en la mano.
Y como dijo Iced Earth (escucho su disco en este momento) This is the Path I Choose