Los animales de costumbres
Hay antílopes a los que les gusta ir a abrevar siempre en el mismo estanque, los mismos días, a la misma hora. Animales de costumbres, rutas y lugares comunes. Animales vulnerables. Tarde o temprano, el leopardo que los observa oculto en la maleza, saltará sobre su lomo y les rebanará la yugular de una dentellada.
Los tiros libres anunciados
Hay balas anunciadas con heraldo. En el futbol sucede lo mismo con algunos grandes ejecutores de tiros libres. Me acuerdo de Jorge “El Mortero” Aravena, jugador chileno del Puebla. No importa cuan-tos defensas altos mande el guardameta poner en la barrera. No importa que las piernas y los ojos del tirador anuncien la dirección del tiro. No importa que la pelota vaya justamente al lugar en don-de está colocado el portero. Haga lo que haga, el pobre estará condenado a ir a recoger la pelota al fondo de las redes. La única diferencia, es que cuando el ejecutor es un experto sicario y no el Morte-ro Aravena y cuando el artefacto son nueve balas y no un balón, no habrá oportunidad de ir a recoger los casquillos al fondo de ninguna red.
La historia de lo que pudo haber sido
Anoche, mientras mirábamos en la Redacción el partido América vs Atlas, mi colega Neto Álvarez, que estaba de guardia dijo: “Cómo se antojan unas birrias bien heladas”. Siempre presto a todo lo que huela a socialización y esparcimiento, mi colega Agustín Pérez contestó con su chilango acento: Pues vamos a echar unas chelitas, ¿que tal si vamos al Ruben Hood? Confieso que luego de un día duro, estuve a punto de romper mis estrictas rutinas de entre semana y decir sí, vamos, pero un par de cosas me hicieron optar por dejarlo para después: Una, que el jueves, día de guardia para mí, se anticipaba como una jornada dura y otra el hecho de que nunca me ha gustado el Ruben Hood. To-das las veces que he ido a ese lugar me he topado con personajes de la política y el periodismo y cuando salgo a distraerme, lo hago precisamente porque quiero huir de los políticos y los periodistas. Al imaginar la hueva que me causaría tener que mirar a ciertos bastardos seudoperiodistas que sue-len ir con frecuencia al sitio, decliné la invitación (tal vez si hubieran dicho Zacaz, hubiera cambiado de opinión) Sin embargo, de haber acudido, hubiéramos encontrado a algunos personajes harto co-nocidos por nosotros. No del mundo de la política ni del periodismo, sino de la procuración de Justicia. Quiúbole cabrón, habría gritado el Agustín al verlo. Que tal Rogelio ¿Cómo ha estado? habría dicho yo, guardando un poco de más distancia. Pero el hubiera es una mentira. La historia de lo que pudo haber sido no existe. A las 22:30 estaba de regreso en casa cenando con Carolina y bebiendo una cerveza Bohemia que poco a poco me fue adormilando hasta que caí en un sueño profundo y por primera vez en muchas noches, no tuve crisis de insomnio.
Hay quienes como Santiago Nassar amanecen condenados a muerte y viven el último día de su vida tan quitados de la pena, tan dueños de la situación, tan confiados en su blindaje, como si la Santísima no fuera a tener la amabilidad de tocarles el hombro al anochecer para recordarles que el 20 se ha terminado.
Hay antílopes a los que les gusta ir a abrevar siempre en el mismo estanque, los mismos días, a la misma hora. Animales de costumbres, rutas y lugares comunes. Animales vulnerables. Tarde o temprano, el leopardo que los observa oculto en la maleza, saltará sobre su lomo y les rebanará la yugular de una dentellada.
Los tiros libres anunciados
Hay balas anunciadas con heraldo. En el futbol sucede lo mismo con algunos grandes ejecutores de tiros libres. Me acuerdo de Jorge “El Mortero” Aravena, jugador chileno del Puebla. No importa cuan-tos defensas altos mande el guardameta poner en la barrera. No importa que las piernas y los ojos del tirador anuncien la dirección del tiro. No importa que la pelota vaya justamente al lugar en don-de está colocado el portero. Haga lo que haga, el pobre estará condenado a ir a recoger la pelota al fondo de las redes. La única diferencia, es que cuando el ejecutor es un experto sicario y no el Morte-ro Aravena y cuando el artefacto son nueve balas y no un balón, no habrá oportunidad de ir a recoger los casquillos al fondo de ninguna red.
La historia de lo que pudo haber sido
Anoche, mientras mirábamos en la Redacción el partido América vs Atlas, mi colega Neto Álvarez, que estaba de guardia dijo: “Cómo se antojan unas birrias bien heladas”. Siempre presto a todo lo que huela a socialización y esparcimiento, mi colega Agustín Pérez contestó con su chilango acento: Pues vamos a echar unas chelitas, ¿que tal si vamos al Ruben Hood? Confieso que luego de un día duro, estuve a punto de romper mis estrictas rutinas de entre semana y decir sí, vamos, pero un par de cosas me hicieron optar por dejarlo para después: Una, que el jueves, día de guardia para mí, se anticipaba como una jornada dura y otra el hecho de que nunca me ha gustado el Ruben Hood. To-das las veces que he ido a ese lugar me he topado con personajes de la política y el periodismo y cuando salgo a distraerme, lo hago precisamente porque quiero huir de los políticos y los periodistas. Al imaginar la hueva que me causaría tener que mirar a ciertos bastardos seudoperiodistas que sue-len ir con frecuencia al sitio, decliné la invitación (tal vez si hubieran dicho Zacaz, hubiera cambiado de opinión) Sin embargo, de haber acudido, hubiéramos encontrado a algunos personajes harto co-nocidos por nosotros. No del mundo de la política ni del periodismo, sino de la procuración de Justicia. Quiúbole cabrón, habría gritado el Agustín al verlo. Que tal Rogelio ¿Cómo ha estado? habría dicho yo, guardando un poco de más distancia. Pero el hubiera es una mentira. La historia de lo que pudo haber sido no existe. A las 22:30 estaba de regreso en casa cenando con Carolina y bebiendo una cerveza Bohemia que poco a poco me fue adormilando hasta que caí en un sueño profundo y por primera vez en muchas noches, no tuve crisis de insomnio.
Hay quienes como Santiago Nassar amanecen condenados a muerte y viven el último día de su vida tan quitados de la pena, tan dueños de la situación, tan confiados en su blindaje, como si la Santísima no fuera a tener la amabilidad de tocarles el hombro al anochecer para recordarles que el 20 se ha terminado.