Eterno Retorno

Friday, December 05, 2003

Pornoshop

Me gustan los pornoshops. Digamos que después de las librerías, tiendas de discos y licorerías, es el tipo de comercio que más me interesa visitar. Aunque no soy un gran comprador de pornografía, las más de las veces me entretengo de mirón. La primera vez que visité un pornoshop fue en Toronto Canadá. Yo sabia de la existencia de este tipo de tiendas, pero nunca las había visto hasta entonces.
El comercio de artefactos sexuales está en pañales en nuestro país. En realidad, los pocos pornoshops mexicanos que he visto me dan una inmensa pena. Parece que arrastran una inmensa culpa, una vergüenza muy católica. Recuerdo en el Mercado Juárez de Monterrey, un puestucho, perdido en el segundo piso. La mercancía oculta en una covacha trasera. Muy jodida. No vayamos muy lejos: aquí en Tijuana, una ciudad con una vida sexual de lo más activa, la Black Line está para dar pena. Sí, está en una buena zona como la Río, pero la tienda está del asco. Entras y por supuesto, el hardcore, llámese revistas, videos y consoladores, está en la parte trasera. Si me metes para allá, el dependiente, un pinche gordo cebo, se va en chinga detrás de ti y te pone marca personal. Sientes como si estuvieras com-prando algo clandestino. Ni soñar que vayas en compañía de tu pareja a echar un vistazo. En el fondo creen que ese giro comercial es para puro viejo caliente solitario y puñetero. Para colmo, la Black Line tiene un surtido limitadísimo, raquítico diría yo y a precios de oro. No mames, ¿a quien quieren engañar? Como si no tuviéramos la opción San Diego. Y perdonen el rampante malinchismo, pero es que la Black Line no tiene un carajo que hacer frente a las pornoshops sandieguinas. Les pongo el mejor ejemplo: La tienda Hustler de la Calle 6. No te pases de lanza, vaya tienda; bonita, amplia, bien iluminada. Hay lencería, ropa diversa con el logo de la Hustler, diseños muy creativos y por supuesto chingo de revistas, DVD, consoladores, látigos, parafernalia dominatrix y de más. La tienda es atendida por jovencitas que bien podrían ser modelos de la propia Hustler. Bonitas las niñas. Una acá, con chingo de tatoos, una manga a lo Nicky Six. Música de Duran Duran, atmósfera cool. Nada que ver con la mierda de cuchitril de la Black y su pinche gordo de mierda. La F Street, es más modesta comparada con la Hustler, pero como quiera se defiende, además del ser el Sanborns del porno, pues permite hojear revistas sin compromiso.
Yo he ido con Carol a mirujear en muchos pornoshops alrededor del Mundo. Recuerdo uno en París. El empleado, un amable francesito muy correcto, nos explicaba muy doctamente en el idioma de Balzac la función de los consoladores, mientras yo hacía esfuerzos por recordar mis lecciones en el Liceo Anglo Francés. Ni hablar de Amsterdam, el paraíso del Pornoshop. Ahí, Carol y yo visitamos el Sex Museum, una de las principales atracciones de esta divertida ciudad, aparte del museo de Rembrandt, el museo Van Gogh y el museo de la Mota y el Hash. Ya en anteriores escritos he hablado del St Pauli en Hamburgo, el paraíso de las tiendas sadomasoquistas y el hard core sin contemplaciones. Me gustaría que en México floreciera la industria del pornoshop, pero nuestros católicos complejos lo impiden. Además, ya veo que mi periódico me pediría hacer un pinche reportaje moralista condenando a la hoguera este giro comercial. Así las cosas, tal vez esta Navidad me anime a comprar una artículo de la Hustler, que por cierto, no es barata. Nadie dijo que Larry Flynt fuera un pobretón.


Los complejos de la aristocracia

El Artículo 12 Constitucional crea grandes traumas entre la aristocracia mexicana. Como todo buen estudiante de derecho sabe, este Artículo prohíbe los títulos de nobleza en México y garantiza la igualdad de los ciudadanos ante la Ley. Siendo la aristocracia mexicana tan pintoresca y rimbombante, no dudo que muchos empresarios, juniors, políticos panistas y cerdos de similar ralea ostentarían orgullosos títulos como El Duque de la Colonia Hipódromo, el Conde de la Chapultepec o el Príncipe de Real del Mar. La aristocracia mexicana necesita sentirse admirada, elevada a categoría divina. Por ello disfrutan tanto saliendo en fotografías. Pongo un ejemplo: En la década de los 70, en Monterrey, el Periódico El Norte era el segundón de la plaza debajo de un viejo y anacrónico diario llamado El Porvenir. Un día, un señor llamado Ramón Alberto Garza tuvo a bien fundar un pequeño suplemento extra llamado Sierra Madre que se encartaba en El Norte sólo en el Municipio de San Pedro Garza García y reseñaba las fiestas de los empresarios, los juniors, los bautizos y de más parafernalia ridícula. Fue un éxito total. En poco tiempo El Norte barrio parejo y se transformó en el superlíder de la plaza. Hoy sus suplementos salen tres veces al día y en todas las colonias fresas de Monterrey. Hay suplemento La Silla, Cumbres y no me acuerdo que mierda más. Las jovencitas agotan las ediciones y pasan la mañana buscándose o buscando a sus amigos en las fotos. Creo que las revistas ya entraron en esa dinámica, pues últimamente veo demasiadas publicaciones de muy buen papel y excelente fotografía dónde dedican enorme espacio a reseñar las fiestas de la aristocracia mexicana. No son artistas, no son gente farandulera, son simples aristócratas, personas cuyo único encanto es haber nacido en un hogar podrido en capital. Pronto se aburrieron de ver princesas de Mónaco y reinas de España y las mexicanas (y mexicanos) decidieron buscarse a si mismas en las páginas de las revistas haciendo gala de un derroche de frivolidad, una sobredosis de jugos narcisos. Y yo les canto como la Polla Records: Acordaos que bajo vuestros culos, están afilando los dientes que les quedan.


Música para mis oídos

Camino por la Avenida Revolución- Los comerciantes y jaladores me asedian: Naked girls, big pussy waiting for you, the finest masaje, mexican art, taxi, ¿you want a taxi?- Es inútil. Soy su peor negocio, su terrible decepción. Un güero que habla español, que carga pesos y no dólares, que como buen regiomontano sabe como ahorrar dinero y que hasta ahora jamás ha comprado algo en un puesto de la Revo, ni ha cogido con una puta. Doy vuelta en la Calle Sexta. Un niño mixteco me sigue corriendo, se para delante de mis piernas y extiende su mano. No se resigna a mi indiferencia y me sigue un buen rato, pero no logra obtener una sola moneda, primero, porque efectivamente, no traigo cambio que darle y segundo, porque detesto la pordioserez institucionalizada de la Revo. Sé que la moneda que le dé, irá a parar al bolso de su codiciosa madre que observa a lo lejos y que ha hecho de la limosna un estilo de vida, enseñando a su hijo a creer que un rubio siempre está cargado de dólares y que en Navidad suele verse afectado por ataques de católica piedad. Me dirijo a la Ciruela Eléctrica. He dejado apartados algunos discos. Mis primeras compras compulsivas navideñas. Consumista consumado. He aquí las elecciones: Tierra Santa, Sangre de Reyes, una banda española de heavy metal muy clásico, con riffs muy a lo Maiden en la época del Powerslave. Buenos guitarristas y puros temas históricos: David y el Gigante, La Ciudad Secreta, Juana de Arco, La Armada Invencible, El Laberinto del Minotauro, son algunas de las rolas que conforman este disco, que escucho en este preciso instante. Segunda adquisición: Rush in Rio- Un disco triple del concierto de esta banda en Brasil en el 2002, en la mismita gira que los fui a ver a San Diego, octubre del 2002 para ser exactos. Un señor concierto, memorable, uno de los mejores conciertos a los que he acudido en mi vida. Me da mucho gusto que hayan grabado un Live de esta memorable gira. El set list es idéntico, abren con Tom Sawyer y cierran con Working Man. 29 rolitas en total, más de tres horas de virtuosismo musical. Y vaya que me consta que ese concierto en verdad dura eso, incluidos los solos de Neil Peart y hasta un cuento. Tercera adquisición: Pescado Rabioso, Artaud. Todo un misterio para mí. El Pescado es recomendación de PG Beas a cuyo oído musical tengo inmensa fe. Aún no lo escucho. Me preparo para hacerlo al llegar a casa. De pilón y sólo por ser un cliente distinguido, el Sergio me regaló otro del Pescado Rabioso, llamado simplemente Pescado donde vienen rolitas como Panadero Ensoñado, Iniciado y Poseído del Alba y La Cereza del Zar. Gracias por el detalle. Salgo de ahí, cargado con mis objetos de placer. El niño mixteco se ha ido, por lo que no hay riesgo de culpas católico-burguesas por mi derroche y yo emprendo el retorno de nuevo por la Revo escuchando el coro de meseros y jaladores quienes cual hienas hambrientas sueñan con darle una buena tajada a mi navideña cartera. Señores, en vez de vender margaritas con aguardiente y putas con celulitis, deberían tratar de venderme unos buenos discos rockeros que alegren mi vida como este de Rush que me estoy fletando en este preciso momento y que me está poniendo en excelente estado. There s a trouble in the forest... A huevo The Trees- Rolonón-

Prendidón como estoy con el disquito, me permito incluir en Eterno Retorno la reseña que hice del concierto de Rush, publicada en Frontera el 27 de septiembre de 2002 con chingonas fotos de Tizoc Santibáñez- - La había subido ya? Vale madre, fue un conciertazo- Va de nuez-

Sonido preciso como ayer, como hoy
Hipnotiza Rush a seguidores
La banda canadiense dejó al público que asistió a su concierto entre la euforia y el asombro al realizar un viaje musical por temas de sus 28 años de carrera.

Por Daniel Salinas Basave
Chula Vista, California (PH)
dsalinas@frontera.info
Cual si la noche californiana fuera una gigantesca batería, miles de brazos se alzaron golpeando el cielo con imaginarias baquetas, mientras otros, en hipnótico silencio, se preguntaban como un trío puede ser capaz de crear y ejecutar música con tan obsesiva precisión.
Y es que después de vivir un concierto de Rush nada puede ser igual, máxime cuando la banda dedicó más de tres horas a desparramar virtudes musicales.
El recorrido incluyó una muestra de todo lo hecho entre los 28 años que separan su renacentista “Vapor Trails” del 2002, de ese nostálgico trabajo titulado simplemente “Rush”, nacido en 1974, cuando un grupo de jóvenes que trabajaban en una gasolinera, empezaban a innovar la forma de hacer música en los bares de Toronto.
Haciendo gala de puntualidad canadiense, las luces del Coors Ampitheatre de Chula Vista se apagaron exactamente a las ocho de la noche y tras casi un minuto en la oscuridad, se escuchó la inconfundible entrada de “Tom Sawyer”.
Las luces se encendieron.
Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart estaban ahí, saludando a su emocionado auditorio y rompiendo los cánones al iniciar la velada con esa pieza dedicada al héroe más famoso de la saga de Mark Twain, misma que tradicionalmente han usado para despedirse.
Con semejante introducción, el público estaba más que en sintonía cuando los de Toronto recetaron “Distant Early Warning”, “New World Man”, “Roll The Bones”, “Earthshine”, esta última de su más reciente creación, para continuar con “The Big Money”.
Sin abusar demasiado del discurso, Geddy Lee dio entrada a una canción que hacía varios tours no era escuchada sobre un escenario y que habla sobre cierto problema en lo profundo de un bosque entre los árboles de maple: “The Trees”, un clásico de su álbum “Hemispheres” a la que siguió “Feewill” del “Permanent Waves”.
Cuando las luces volvieron a encenderse y Geddy Lee anunció la llegada del intermedio, tanto los fanáticos como los hasta ese día indiferentes a la música de Rush, parecían tener demasiado claro que un concierto así no puede menos que inmortalizarse en el recuerdo.
Tras un cuarto de hora en el que todo fue una constante desbandada hacia el puesto de las camisas del recuerdo y una larga fila en torno a las cervezas, comenzó la segunda parte.
Fue ahí donde el trío demostró que si lo suyo es tocar endemoniadamente bien sus instrumentos, su equipo de producción hace lo propio a la hora de inyectarle al espectáculo una buena dosis de tecnología.
La figura de un juguetón dragoncito apareció en las pantallas gigantes y al tomar entre sus manos un disco de banda, arrojó una bocanada de fuego que salió de la pantalla e hizo erupción en el escenario al tiempo que Rush reaparecía ejecutando “One Little Victory”, pieza de inusitada fuerza que recuerda sus más antiguos trabajos y que abre su nuevo álbum.
A partir de ese momento todo fueron cambios de imágenes en las pantallas y juegos de rayos láser apuntando en todas direcciones del auditorio, mientras los músicos daban saltos en el tiempo e interpretaban lo mismo una pieza con la carga sentimental de “Ghost Rider” o “Secret Touch” de su último álbum, que un clásico de su época más estilizada tecnológicamente hablando como “Red Sector A” del “Grace Under Pressure”
Y claro, cuando se tiene enfrente a un hechicero de los tambores, no podía faltar una buena dosis de Neil Peart poniendo en evidencia que cada parte de sus extremidades parece haber sido diseñada por la naturaleza para tocar una batería en todas las formas posibles e imposibles.
Después de casi 20 minutos de en que los miles de espectadores yacían hipnotizados por el bataqueo de Peart, Lifeson y Lee dieron un descanso a su baterista y se dedicaron a demostrar que también saben tocar con maestría guitarras acústicas.
Tocó el turno a Alex de enseñar que además de tocar guitarra también sabe chiflar, contar cuentos de animales y aderezar la noche con un blues sabrosón, perfecto preámbulo para un opus de ciencia ficción como la inmortal “Overture” del “2112”.
Tras el recorrido por las estrellas, la mesa estaba puesta para redondear la noche con “Limelight” y “The Spirit of The Radio”, con la cual pretendieron despedirse, pero después de una velada así, decir adiós resultaba demasiado doloroso y sin hacerse mucho del rogar, el trío de la Provincia de Ontario retornó a sus puestos.
Tras más de tres horas de ensueño musical, una reliquia de 28 años como “Working Man”, fue la encargada de dar ahora sí la despedida definitiva.
La noche era fresca, los rayos láser parecían haber dejado una estela en el universo y en el interior de miles de almas que se encaminaban a la salida, retumbaba aún el sonar de una mágica batería.