Eterno Retorno

Wednesday, December 03, 2003

Frío

Nunca he sido friolento. De hecho me he cansado de repetir que prefiero siempre y en cualquier circunstancia el frío al calor. Recuerdo mis correrías invernales en Nueva Inglaterra. Los fines de semana, por la mañana, dejaba mi bicicleta amarrada en la desolada estación de Acton y tomaba el tren hacia Boston. Por la noche retornaba a la estación y de los manubrios de la bici colgaban estalactitas de hielo. Después recorría pedaleando los aproximadamente 12 kilómetros que me separaban del poblado de Groton. Pese a los guantes, mis nudillos estaban abiertos, desgarrados como un cuero viejo.
La casa de la familia Davy en Groton estaba en lo alto de una colina que en invierno se cubría de nieve. La familia Davy me regaló un deslizador de color azul en la Navidad de 1986.
Acostado sobre mi nuevo juguete, me arrojaba colina abajo, unos 200 o 300 metros de pronunciada pendiente. Al llegar a terreno plano, el deslizador y por consiguiente mi cuerpo, quedaban sepultados bajo tremendos bombones de nieve. Yo tenía 12 años de edad, era inmensamente feliz y supe por vez primera lo que se sentía revolcarse en ese estado del H2O llamado nieve. 10 años después, en la Navidad de 1996, volví a deslizarme sobre el mismo artefacto y en la misma colina retacada igualmente de nieve. Tenía entonces 22 años, me encontraba en casa de la familia Davy y volví a ser inmensamente feliz. Recuerdo una noche de noviembre, caminando por las desoladas calles de Reykjavik en busca del único Youth Hostel de Islandia. El suelo bajo mis píes era una enorme pista de hielo y la posibilidad de encontrar abierto el YH era por demás incierta. Lo encontré, ubicado a un costado del estadio nacional de Islandia. Para mi sorpresa, era atendido por un hondureño. Fueron tres días llenos de sorpresas en esa pequeña y hermosa ciudad donde Leif Eriksonn y Björk están elevados a la categoría de héroes nacionales. El frío boreal me redimía y yo sigo afirmando hoy en día que si debiera elegir mi país ideal para habitar en este Mundo, ese país sería, sin duda alguna, Islandia.
El frío de Escocia no le pide nada al de Islandia e incluso podría afirmar que es aún más crudo. En busca de emular las hazañas de los personajes de Irvine Welsh, salimos una noche un argentino, un italiano y yo en busca de Guiness y escocesas a los antros de la Princess Avenue en Edimburgo. El frío y los precios en libras esterlinas no nos inhibieron. Al final, también proclamé mi amor por la tierra de Brave Heart.
Anoche Tijuana me resulto espantosamente frío. Fue una madrugada congelante. Una tos nocturna y vampírica que jamás se digna a aparecer bajo la luz del día, me estuvo martirizando. El jarabe que compré en la farmacia Gusher le hizo a mi pinche tos lo que el aire a Juárez. Esa señora que llaman Chingada me estaba cargando a cuestas. Yo, el hombre de hielo, amante de sagas vikingas y heladas noches boreales, me estaba cagando de frío en mi propia casa. Hacienda del Mar me resultaba una suerte de glacial antártico. Tos, insomnio, soledad e incertidumbre, deseos de mandar todo al carajo. El frío es también una cuestión espiritual. Un cuerpo solo en una cama se enfría más que una caguama en la hielera. Nunca he pasado frío cuando Carolina duerme a mi lado. Ayer fue mi segunda noche en soledad y sentí dormir en un iglú. Mis ideas están congeladas, mis deseos también. Lo he comprobado una vez más: Una noche sólo puede ser dulce cuando hay dos cuerpos en una cama.