Asesinar la soledad
Carolina se ha marchado a Guadalajara y yo me dedico a descubrir lo triste, lo desierta, lo absurda y lo imbécil que sería la vida sin ella. Se marcha una semana a tomar un semanario sobre pruebas psi-cológicas y asuntos relativos a su profesión. Yo me quedo solo una semana a descubrir porque los workaholiks pueden quedarse en el trabajo hasta la media noche y venir en sus días de descanso. Por una razón muy simple: Están solos en el mundo. Si no hay razón para retornar a casa, mejor quedarte encadenado a tu computadora hasta altas horas.
Anoche me sentí extraño, simplemente no me hallaba. La casa ordenada, con el arbolito navideño encendido y sin embargo carente de alma. Cené un poco de ensalada de cangrejo y me puse a escu-char música a un volumen considerablemente alto, WASP y Rob Halford acapararon el repertorio mientras leía Sostiene Pereira y bebía una botella de Merlot. Las bocinas retumbaban y yo daba vueltas en la sala como un jaguar en su jaula. Me detenía a mirar el pinito y luego mi cara en el espejo como si buscara una respuesta o una revelación que no llegaba. Cuando no está Carolina me pongo compulsivo. Me da por beber y reventar las bocinas pero no consigo encontrar la tranquilidad. Habi-tualmente Carolina tiene uno o dos viajes al año, todos relativos a Congresos y seminarios. Yo hasta ahora había mantenido un promedio de por lo menos una cobertura foránea al año y en ocasiones hasta tres. Pero en este año ninguno de los dos había viajado. Hasta ahora, en casi cinco años de vida en común, nuestra separación más larga fue de poco más de tres semanas cuando fui a Nueva York en septiembre de 2001.
Desde octubre de 2002 que regresé del Foro de APEC en Los Cabos, todas las noches las habíamos pasado juntos. Es más, en esta nueva casa nunca había dormido solo. Luego entonces, pasar una no-che en compañía de mi propia soledad no me sentó nada bien. Dormí de la rechingada. Para empezar me fui a acostar como a la 1:30, pero no me podía quedar dormido. Aparte, como si fuera embrujo, me empezó a dar una pinche tos cagante, así nomás de la nada, sin decir agua va.
Hoy me siento mal, con la cabeza pesada y las ideas en coma. Siempre me sienta mal la ausencia de Carolina y me doy cuenta de que si ella no estuviera en mi vida, yo sería un ser terriblemente nocivo para el mundo. Ella se encarga de hacer brotar mis buenas vibras, mis buenos sentimientos, todo lo que tiene que ver con lo bonito. El mundo debe estar agradecido a su dios que yo no esté solo. De otra manera tal vez sería terrorista o asesino serial o me no me tocaría el corazón para ir pateando culos por las calles para tratar de redimir las malas vibras y el instinto asesino que me cargo cuando estoy conmigo mismo.
Carolina se ha marchado a Guadalajara y yo me dedico a descubrir lo triste, lo desierta, lo absurda y lo imbécil que sería la vida sin ella. Se marcha una semana a tomar un semanario sobre pruebas psi-cológicas y asuntos relativos a su profesión. Yo me quedo solo una semana a descubrir porque los workaholiks pueden quedarse en el trabajo hasta la media noche y venir en sus días de descanso. Por una razón muy simple: Están solos en el mundo. Si no hay razón para retornar a casa, mejor quedarte encadenado a tu computadora hasta altas horas.
Anoche me sentí extraño, simplemente no me hallaba. La casa ordenada, con el arbolito navideño encendido y sin embargo carente de alma. Cené un poco de ensalada de cangrejo y me puse a escu-char música a un volumen considerablemente alto, WASP y Rob Halford acapararon el repertorio mientras leía Sostiene Pereira y bebía una botella de Merlot. Las bocinas retumbaban y yo daba vueltas en la sala como un jaguar en su jaula. Me detenía a mirar el pinito y luego mi cara en el espejo como si buscara una respuesta o una revelación que no llegaba. Cuando no está Carolina me pongo compulsivo. Me da por beber y reventar las bocinas pero no consigo encontrar la tranquilidad. Habi-tualmente Carolina tiene uno o dos viajes al año, todos relativos a Congresos y seminarios. Yo hasta ahora había mantenido un promedio de por lo menos una cobertura foránea al año y en ocasiones hasta tres. Pero en este año ninguno de los dos había viajado. Hasta ahora, en casi cinco años de vida en común, nuestra separación más larga fue de poco más de tres semanas cuando fui a Nueva York en septiembre de 2001.
Desde octubre de 2002 que regresé del Foro de APEC en Los Cabos, todas las noches las habíamos pasado juntos. Es más, en esta nueva casa nunca había dormido solo. Luego entonces, pasar una no-che en compañía de mi propia soledad no me sentó nada bien. Dormí de la rechingada. Para empezar me fui a acostar como a la 1:30, pero no me podía quedar dormido. Aparte, como si fuera embrujo, me empezó a dar una pinche tos cagante, así nomás de la nada, sin decir agua va.
Hoy me siento mal, con la cabeza pesada y las ideas en coma. Siempre me sienta mal la ausencia de Carolina y me doy cuenta de que si ella no estuviera en mi vida, yo sería un ser terriblemente nocivo para el mundo. Ella se encarga de hacer brotar mis buenas vibras, mis buenos sentimientos, todo lo que tiene que ver con lo bonito. El mundo debe estar agradecido a su dios que yo no esté solo. De otra manera tal vez sería terrorista o asesino serial o me no me tocaría el corazón para ir pateando culos por las calles para tratar de redimir las malas vibras y el instinto asesino que me cargo cuando estoy conmigo mismo.