Un ridículum autobiográfico- El periodismo es adictivo, peor de dañino para la salud que la heroína, pero como un vil tecato de la palabra escrita, no he aprendido a vivir sin él ni se vivir de otra forma.
Mi relación con los medios de comunicación inició el 18 de febrero de 1993 cuando por primera vez una entrevista hecha por mi fue transmitida en el programa radiofónico de futbol Tiro Libre.
Días antes, mi primo Héctor Medina y yo habíamos sido invitados a trabajar como reporteros en ese programa que se transmitía dos veces por semana en la radiodifusora regio-montana Stereo Siete.
En la radio la historia parecía tener prisa. El conductor de Tiro Libre tenía una agenda muy cargada y pronto nos delegó la conducción a Héctor y a mi. En el verano de ese mismo año, nos ofrecieron la conducción de un programa nocturno para estudiantes que se transmitía todos los días de doce a dos de la madrugada.
Durante los siguientes tres años vivimos desvelados, poniendo en la cabina toda la creati-vidad que quedara en las alforjas tras agotadoras jornadas de estudio y trabajo.
Por aquellos años, un grupo de compañeros y yo empezamos a editar una revista mensual que se llamó Bitácora y que pese a los números rojos que arrojaron los primeros tiempos, ha logrado sobrevivir hasta la fecha, ahora bajo el nombre de Común. Hoy en día todavía participo con esta publicación aunque sólo como columnista.
En 1996 terminé mis estudios universitarios y la experiencia en Bitácora me acabó de confirmar que mi vocación es la palabra escrita. Con mi cédula profesional de abogado en la mano, decidí ir a buscar trabajo en un periódico.
Debuté como reportero de la Sección Local del Periódico El Norte de Monterrey el jueves 5 de junio de 1997. A partir de ese día y hasta la fecha, cada pequeña o gran alegría, cada centavo ganado y cada arranque de ira se los debo al periodismo escrito.
De mis dos años en El Norte me llevo un rosario de anécdotas. Me gusta recordar cuando me convertí en taxista pirata por tres días para denunciar la protección de las autoridades a las mafias del volante. También recuerdo cuando el 19 de abril de 1998, una fotografía mía que mostraba unos soldados apagando un incendio en las sierras del sur de Nuevo León, fue seleccionada para aparecer en portada de El Norte y Reforma. Al día siguiente, mi emoción se fue a los suelos cuando encontré en portada una enorme fotografía de Octavio Paz. El poeta había muerto pasadas las diez de la noche y envió mi fotografía a la página dos. Nunca más he vuelto colocar una fotografía en primera plana.
Por misterios de la aleatoriedad que aún no acierto a explicar del todo, una tarde de febrero fui invitado a formar parte de la creación de un nuevo diario tijuanense que buscaría empezar a hacer una nueva forma de periodismo en esa ciudad. La propuesta de pertenecer a la generación fundadora de un diario me sedujo desde un principio, pero la decisión no era sencilla.
Fue la noche del domingo 21 de marzo de 1999 cuando tomé la decisión definitiva. Mi última nota en El Norte, lo recuerdo, fue una crónica sobre la consulta ciudadana que ese día llevó a cabo el Ejército Zapatista en todo el país Al anochecer mi decisión de salir y dejar mi natal Monterrey era irrevocable. La única alternativa era mirar hacia la península de Baja California.
Sólo hasta que estuve en Tijuana, pude darme cuenta que participar en la fundación de un periódico demandaría algo más que insomnios y sobredósis de buena voluntad.
Durante meses nos la pasamos haciendo y deshaciendo varias veces al día el que sería nuestro primer ejemplar.
La madrugada del domingo 25 de julio de 1999, congregados todos en la imprenta, vimos nacer el primer número de nuestro diario que nosotros mismos nos encargamos de encartar para ir después a repartirlo a las calles. Habíamos pasado meses planeando el primer número, pero ahora teníamos menos de 24 horas para elaborar el segundo.
Abrirnos paso en Tijuana no ha sido tarea fácil. Al momento de escribir este texto, celebramos cuatro años y medio de vida, consolidados ya como el segundo diario más leído de la plaza y cerca de poder arrebatar el primer sitio.
Es cierto, hemos recibido golpes duros pero las satisfacciones han sido más. Me he dado cuenta de que en odiosa comparación con Monterrey, hacer periodismo en Tijuana es una suerte de apostolado. La posición geográfica de esta ciudad la convierte en un mosaico de contrastes que no he visto en ninguna otra parte del país. En sus calles hay un mar de historias. Tristemente, también ha sido campo de batalla en las guerras del narcotráfico que tantas ocasiones ha salpicado de sangre nuestra portada.
Pero la mayor sorpresa que hasta ahora me ha deparado esta profesión, la recibí la noche del 14 de septiembre de 2001. Había concluído una semana particularmente complicada y cuando mi esposa Carolina y yo hacíamos planes para pasar la noche del Grito de Independencia en Ensenada , sonó el teléfono. Unas horas después ya volaba de San Diego rumbo a Nueva York y la noche del Grito de Independencia la pasé caminando por la Quinta Avenida en busca de un sitio económico donde hospedarme. Con recursos en extremo limitados, mi tarea sería buscar en cada esquina de la Gran Manzana historias de mexicanos que hubieran resultado afectados de una u otra forma por los actos terroristas. Nunca imaginé que encontraría tantos y tan desgarradores testimonios.
Particularmente intensa fue la noche del 28 al 29 de septiembre cuando enfundado en un traje de bombero entré por primera vez a la Zona Cero a caminar entre las ruinas de las Torres Gemelas, todo gracias al equipo mexicano de rescate Topos, que accedieron a inscribirme como uno de ellos y a quienes ayudé como pude en sus labores.
Una experiencia así, sirvió para confirmar una vez más mi deseo de seguir siendo periodista hasta el último día de mi vida. - Daniel Salinas Basave
Mi relación con los medios de comunicación inició el 18 de febrero de 1993 cuando por primera vez una entrevista hecha por mi fue transmitida en el programa radiofónico de futbol Tiro Libre.
Días antes, mi primo Héctor Medina y yo habíamos sido invitados a trabajar como reporteros en ese programa que se transmitía dos veces por semana en la radiodifusora regio-montana Stereo Siete.
En la radio la historia parecía tener prisa. El conductor de Tiro Libre tenía una agenda muy cargada y pronto nos delegó la conducción a Héctor y a mi. En el verano de ese mismo año, nos ofrecieron la conducción de un programa nocturno para estudiantes que se transmitía todos los días de doce a dos de la madrugada.
Durante los siguientes tres años vivimos desvelados, poniendo en la cabina toda la creati-vidad que quedara en las alforjas tras agotadoras jornadas de estudio y trabajo.
Por aquellos años, un grupo de compañeros y yo empezamos a editar una revista mensual que se llamó Bitácora y que pese a los números rojos que arrojaron los primeros tiempos, ha logrado sobrevivir hasta la fecha, ahora bajo el nombre de Común. Hoy en día todavía participo con esta publicación aunque sólo como columnista.
En 1996 terminé mis estudios universitarios y la experiencia en Bitácora me acabó de confirmar que mi vocación es la palabra escrita. Con mi cédula profesional de abogado en la mano, decidí ir a buscar trabajo en un periódico.
Debuté como reportero de la Sección Local del Periódico El Norte de Monterrey el jueves 5 de junio de 1997. A partir de ese día y hasta la fecha, cada pequeña o gran alegría, cada centavo ganado y cada arranque de ira se los debo al periodismo escrito.
De mis dos años en El Norte me llevo un rosario de anécdotas. Me gusta recordar cuando me convertí en taxista pirata por tres días para denunciar la protección de las autoridades a las mafias del volante. También recuerdo cuando el 19 de abril de 1998, una fotografía mía que mostraba unos soldados apagando un incendio en las sierras del sur de Nuevo León, fue seleccionada para aparecer en portada de El Norte y Reforma. Al día siguiente, mi emoción se fue a los suelos cuando encontré en portada una enorme fotografía de Octavio Paz. El poeta había muerto pasadas las diez de la noche y envió mi fotografía a la página dos. Nunca más he vuelto colocar una fotografía en primera plana.
Por misterios de la aleatoriedad que aún no acierto a explicar del todo, una tarde de febrero fui invitado a formar parte de la creación de un nuevo diario tijuanense que buscaría empezar a hacer una nueva forma de periodismo en esa ciudad. La propuesta de pertenecer a la generación fundadora de un diario me sedujo desde un principio, pero la decisión no era sencilla.
Fue la noche del domingo 21 de marzo de 1999 cuando tomé la decisión definitiva. Mi última nota en El Norte, lo recuerdo, fue una crónica sobre la consulta ciudadana que ese día llevó a cabo el Ejército Zapatista en todo el país Al anochecer mi decisión de salir y dejar mi natal Monterrey era irrevocable. La única alternativa era mirar hacia la península de Baja California.
Sólo hasta que estuve en Tijuana, pude darme cuenta que participar en la fundación de un periódico demandaría algo más que insomnios y sobredósis de buena voluntad.
Durante meses nos la pasamos haciendo y deshaciendo varias veces al día el que sería nuestro primer ejemplar.
La madrugada del domingo 25 de julio de 1999, congregados todos en la imprenta, vimos nacer el primer número de nuestro diario que nosotros mismos nos encargamos de encartar para ir después a repartirlo a las calles. Habíamos pasado meses planeando el primer número, pero ahora teníamos menos de 24 horas para elaborar el segundo.
Abrirnos paso en Tijuana no ha sido tarea fácil. Al momento de escribir este texto, celebramos cuatro años y medio de vida, consolidados ya como el segundo diario más leído de la plaza y cerca de poder arrebatar el primer sitio.
Es cierto, hemos recibido golpes duros pero las satisfacciones han sido más. Me he dado cuenta de que en odiosa comparación con Monterrey, hacer periodismo en Tijuana es una suerte de apostolado. La posición geográfica de esta ciudad la convierte en un mosaico de contrastes que no he visto en ninguna otra parte del país. En sus calles hay un mar de historias. Tristemente, también ha sido campo de batalla en las guerras del narcotráfico que tantas ocasiones ha salpicado de sangre nuestra portada.
Pero la mayor sorpresa que hasta ahora me ha deparado esta profesión, la recibí la noche del 14 de septiembre de 2001. Había concluído una semana particularmente complicada y cuando mi esposa Carolina y yo hacíamos planes para pasar la noche del Grito de Independencia en Ensenada , sonó el teléfono. Unas horas después ya volaba de San Diego rumbo a Nueva York y la noche del Grito de Independencia la pasé caminando por la Quinta Avenida en busca de un sitio económico donde hospedarme. Con recursos en extremo limitados, mi tarea sería buscar en cada esquina de la Gran Manzana historias de mexicanos que hubieran resultado afectados de una u otra forma por los actos terroristas. Nunca imaginé que encontraría tantos y tan desgarradores testimonios.
Particularmente intensa fue la noche del 28 al 29 de septiembre cuando enfundado en un traje de bombero entré por primera vez a la Zona Cero a caminar entre las ruinas de las Torres Gemelas, todo gracias al equipo mexicano de rescate Topos, que accedieron a inscribirme como uno de ellos y a quienes ayudé como pude en sus labores.
Una experiencia así, sirvió para confirmar una vez más mi deseo de seguir siendo periodista hasta el último día de mi vida. - Daniel Salinas Basave