Quiero volver a estudiar
Hoy por la mañana acudí a dar una plática a la UABC, concretamente a Humanidades. Me pidieron que hablara sobre géneros periodísticos. Me gusta ir a las universidades y me gusta empaparme de esa dulce utopía. Extraño el aula. Muy tarde descubrí que los estudios universitarios no son un medio, sino un fin en si mismo. Me sucedió algo similar hace unos meses, cuando Rafa Saavedra me invitó a participar a un panel en Humanidades junto con mi colega Héctor Javier de Zeta. Vi a los estudiantes y sentí envidia de ellos y tuve deseos de estar otra vez en un aula.
Quiero volver a estudiar, siempre lo he deseado, pero yo recibí mi título universitario un 18 de mayo de 1996 y desde entonces no piso una escuela en calidad de alumno.
Ojo, no quiero estudiar, como le sucede a muchos ilusos con afán de superarme como persona y os-tentar un título de maestría que me permita colocarme mejor en la vida profesional. Eso es un ab-surdo. En términos utilitarios, estudiar no sirve de nada. Yo soy un licenciado en derecho que jamás recibió una clase de periodismo y llevo 10 años metido en esto. Quiero estudiar por el mero placer de hacerlo, de poder hacer del conocimiento mi tarea oficial en la vida. Estudiar es una utopía, una dulce y bella utopía. Los estudiantes creen que están en camino de llegar a algo, que se están preparando, construyendo los peldaños de su vida, sin darse cuenta que ya llegaron, que eso que tienen en sus manos es bastante chingón. Me gustaría hacer como Humphery Blogart, que ha vuelto a los estudios. En verdad admiro su decisión y estoy seguro de que tarde o temprano seguiré sus pasos.
Yo no voy a decir la clásica estupidez de que salir a desempeñarse en el mundo profesional es la rea-lidad y el aula la utopía. La vida profesional es igualmente falsa, una vil alucinación de mal gusto. La diferencia es que cuando estudias tu fin, en teoría, es conocer. Cuando trabajas, tu único fin posible es hacer dinero, poseer, hacerte de patrimonio, casa propia, carro, nivel de vida y luchar cada día para no caer en el infierno de la pobreza. Pendejadas que te impone el sistema capitalista si te metes a su mierda de juego.
Los chicos de comunicación
Por lo que a la exposición respecta me fue bien. Hablé durante dos horas que se me fueron volando. La maestra, una chica llamada Ixel, tuvo un accidente al abrir la reja de la Sala Audiovisual. Se prensó el dedo en la reja y de inmediato empezó a sangrar de manera copiosa. Chingo de sangre, al grado que el piso quedó cubierto de gotas rojas. Luego me pidieron que les explicara los pasos para escribir una nota informativa y cómo le hago para saber que es lo importante. Dije algunas verdades: Para hacer periodismo se necesita puro y vil sentido común, y un poquito de astucia zorra que te regala la calle, pero puedes prescindir de unas clases. Basta con saber contar las cosas con coherencia, tener un poquito de lógica para saber qué es lo importante y lo intrascendente. Les dije que el perio-dismo, como la prostitución, se aprende en la calle y que en realidad no necesitas estudios universi-tarios para ejercerlo. Claro, no les dije que les espera una realidad muy culera cuando traten de buscar chamba, que se toparán con empresas caciques que les pagarán sueldos de hambre, que en el mundo del periodismo somos pocos los que podemos vivir únicamente de la profesión y trabajar para un solo medio sin tener que buscar ingresos extras y caer tan bajo al grado de prostituirte y hacerle los boletines o la comunicación oficial a un político (el grado más acabado e indigno de prostitución al que puede caer un periodista, según yo) No les recomendé que mejor se preparen en un taller de carpintería o mecánica, pues esos oficios tienen más futuro que el periodismo.
Me gusta convivir con estudiantes de comunicación aunque jamás en mi vida me pasó por la cabeza estudiar esa carrera. Y mira que en mi familia hay comunicólogos. Mi mamá estudió comunicación, una tía, un tío y un primo a los que aprecio muchísimo también. Ninguno de ellos ejerce hoy en día algo parecido al periodismo. Yo en cambio, el único abogado de la familia después de mi abuelo, soy un viejo periodista de 29 años que desde 1993 está metido en este pantano de arenas movedizas del que no puede salir y que por razones incomprensibles canta a todo pulmón esta rola de Andrés Calamaro: Siempre elegí la misma dirección, la difícil la que usa el salmón.
Hoy por la mañana acudí a dar una plática a la UABC, concretamente a Humanidades. Me pidieron que hablara sobre géneros periodísticos. Me gusta ir a las universidades y me gusta empaparme de esa dulce utopía. Extraño el aula. Muy tarde descubrí que los estudios universitarios no son un medio, sino un fin en si mismo. Me sucedió algo similar hace unos meses, cuando Rafa Saavedra me invitó a participar a un panel en Humanidades junto con mi colega Héctor Javier de Zeta. Vi a los estudiantes y sentí envidia de ellos y tuve deseos de estar otra vez en un aula.
Quiero volver a estudiar, siempre lo he deseado, pero yo recibí mi título universitario un 18 de mayo de 1996 y desde entonces no piso una escuela en calidad de alumno.
Ojo, no quiero estudiar, como le sucede a muchos ilusos con afán de superarme como persona y os-tentar un título de maestría que me permita colocarme mejor en la vida profesional. Eso es un ab-surdo. En términos utilitarios, estudiar no sirve de nada. Yo soy un licenciado en derecho que jamás recibió una clase de periodismo y llevo 10 años metido en esto. Quiero estudiar por el mero placer de hacerlo, de poder hacer del conocimiento mi tarea oficial en la vida. Estudiar es una utopía, una dulce y bella utopía. Los estudiantes creen que están en camino de llegar a algo, que se están preparando, construyendo los peldaños de su vida, sin darse cuenta que ya llegaron, que eso que tienen en sus manos es bastante chingón. Me gustaría hacer como Humphery Blogart, que ha vuelto a los estudios. En verdad admiro su decisión y estoy seguro de que tarde o temprano seguiré sus pasos.
Yo no voy a decir la clásica estupidez de que salir a desempeñarse en el mundo profesional es la rea-lidad y el aula la utopía. La vida profesional es igualmente falsa, una vil alucinación de mal gusto. La diferencia es que cuando estudias tu fin, en teoría, es conocer. Cuando trabajas, tu único fin posible es hacer dinero, poseer, hacerte de patrimonio, casa propia, carro, nivel de vida y luchar cada día para no caer en el infierno de la pobreza. Pendejadas que te impone el sistema capitalista si te metes a su mierda de juego.
Los chicos de comunicación
Por lo que a la exposición respecta me fue bien. Hablé durante dos horas que se me fueron volando. La maestra, una chica llamada Ixel, tuvo un accidente al abrir la reja de la Sala Audiovisual. Se prensó el dedo en la reja y de inmediato empezó a sangrar de manera copiosa. Chingo de sangre, al grado que el piso quedó cubierto de gotas rojas. Luego me pidieron que les explicara los pasos para escribir una nota informativa y cómo le hago para saber que es lo importante. Dije algunas verdades: Para hacer periodismo se necesita puro y vil sentido común, y un poquito de astucia zorra que te regala la calle, pero puedes prescindir de unas clases. Basta con saber contar las cosas con coherencia, tener un poquito de lógica para saber qué es lo importante y lo intrascendente. Les dije que el perio-dismo, como la prostitución, se aprende en la calle y que en realidad no necesitas estudios universi-tarios para ejercerlo. Claro, no les dije que les espera una realidad muy culera cuando traten de buscar chamba, que se toparán con empresas caciques que les pagarán sueldos de hambre, que en el mundo del periodismo somos pocos los que podemos vivir únicamente de la profesión y trabajar para un solo medio sin tener que buscar ingresos extras y caer tan bajo al grado de prostituirte y hacerle los boletines o la comunicación oficial a un político (el grado más acabado e indigno de prostitución al que puede caer un periodista, según yo) No les recomendé que mejor se preparen en un taller de carpintería o mecánica, pues esos oficios tienen más futuro que el periodismo.
Me gusta convivir con estudiantes de comunicación aunque jamás en mi vida me pasó por la cabeza estudiar esa carrera. Y mira que en mi familia hay comunicólogos. Mi mamá estudió comunicación, una tía, un tío y un primo a los que aprecio muchísimo también. Ninguno de ellos ejerce hoy en día algo parecido al periodismo. Yo en cambio, el único abogado de la familia después de mi abuelo, soy un viejo periodista de 29 años que desde 1993 está metido en este pantano de arenas movedizas del que no puede salir y que por razones incomprensibles canta a todo pulmón esta rola de Andrés Calamaro: Siempre elegí la misma dirección, la difícil la que usa el salmón.