Mis hijos suicidas
Me ha dado por parir compulsivamente relatos de seres que emprenden su caminata hacia La Muerte. No es mi culpa; el pozo seco de mis ideas ya no alcanza para más. Sólo puedo concebir personajes que conscientemente traspasan por decreto personal la frontera entre la vida y el resto de su vida. Una vez cruzado el umbral de la No esperanza, los días se transforman en un viaje cuya duración no excederá en ningún caso de uno o cuando mucho, dos años.
Claro, no todos los engendros de mi alucinaje literario pueden ser considerados odiosamente idénticos. Es cierto, la voluntad de besarse con La Muerte acaba por hermanarlos, pero sus formas de llegar hacia ella son contrastantes.
Unos, los más oscuros, emprenden la ruta luego de cerrar con doble candado las puertas de su casa. Cual si fueran marineros que emprenden una travesía hacia océanos desconocidos, cargan sus bodegas de todo aquello que les permita sortear, con ciertas dosis de hedonismo, los peligros de su viaje estático. Estos seres son particularmente afectos a descender y se rodean de alcohol, drogas, pornografía y recuerdos deformes para emprender el viaje final a bordo de una aeronave onanista. Misóginos por vocación y masturbadores incorregibles, mantienen siempre encendida el hambre de la Nada, si bien sus momentos de voluntad plena no son frecuentes. Vaya, quisieran que el suicidio llegara a casa sin invitación ni permiso, silencioso y espontáneo. O bien, desearían tener una suerte de iluminación divina por parte de algún Thanatos materializado capaz de indicarles, sin espacio a la duda, que el instante de entregarse al abismo ha llegado. Pero la realidad es que esta iluminación suici-da nunca llega. Ejemplos de estos seres son Milena, la enfermera checa que decide esconderse en una casa abandonada frente al Pacífico, en donde aguardará la Muerte sin volver a abrir la puerta. Otro ser encudrable en la descripción podría ser también mi personaje de Pick Nic III Milenio, si bien el oasis de cuatro días en su departamento contemplaba un retorno a la cotidiano. Claro, está también el líder de los trabajadores pesqueros recientemente imaginado, quién se refunde en su cuchitril de azotea a masturbarse mientras bebe aguardiente barato y trata de imaginar a que huele exactamente el culo de la tendera de la esquina. Irremediablemente bukowskiano, este lidersucho tiene al menos la bendición del desparpajo. Estos son los seres estáticos que recuerdo por el momento.
Los otros, como lo he dicho, tienden a viajar y suelen irse en busca de un extremo hemisférico con al esperanza de no llegar ni volver nunca. por ahora suelo pensar en Gail la maestra de Shut Gun Tlacuache, que decide arrojarse hacia el Sur con la firme idea de no volver a dar un paso hacia el Norte. Ella aguarda el momento de pedir aventón en la carretera y dar con la Muerte al volante de una vieja troca. En realidad, hay demasiados discípulos de Thanatos circulando por toda aquella autopista que conduce al Sur, pero ninguno sabe a ciencia cierta si la Muerte aún conserva su carruaje o le ha dado por andar a píe.
Me ha dado por parir compulsivamente relatos de seres que emprenden su caminata hacia La Muerte. No es mi culpa; el pozo seco de mis ideas ya no alcanza para más. Sólo puedo concebir personajes que conscientemente traspasan por decreto personal la frontera entre la vida y el resto de su vida. Una vez cruzado el umbral de la No esperanza, los días se transforman en un viaje cuya duración no excederá en ningún caso de uno o cuando mucho, dos años.
Claro, no todos los engendros de mi alucinaje literario pueden ser considerados odiosamente idénticos. Es cierto, la voluntad de besarse con La Muerte acaba por hermanarlos, pero sus formas de llegar hacia ella son contrastantes.
Unos, los más oscuros, emprenden la ruta luego de cerrar con doble candado las puertas de su casa. Cual si fueran marineros que emprenden una travesía hacia océanos desconocidos, cargan sus bodegas de todo aquello que les permita sortear, con ciertas dosis de hedonismo, los peligros de su viaje estático. Estos seres son particularmente afectos a descender y se rodean de alcohol, drogas, pornografía y recuerdos deformes para emprender el viaje final a bordo de una aeronave onanista. Misóginos por vocación y masturbadores incorregibles, mantienen siempre encendida el hambre de la Nada, si bien sus momentos de voluntad plena no son frecuentes. Vaya, quisieran que el suicidio llegara a casa sin invitación ni permiso, silencioso y espontáneo. O bien, desearían tener una suerte de iluminación divina por parte de algún Thanatos materializado capaz de indicarles, sin espacio a la duda, que el instante de entregarse al abismo ha llegado. Pero la realidad es que esta iluminación suici-da nunca llega. Ejemplos de estos seres son Milena, la enfermera checa que decide esconderse en una casa abandonada frente al Pacífico, en donde aguardará la Muerte sin volver a abrir la puerta. Otro ser encudrable en la descripción podría ser también mi personaje de Pick Nic III Milenio, si bien el oasis de cuatro días en su departamento contemplaba un retorno a la cotidiano. Claro, está también el líder de los trabajadores pesqueros recientemente imaginado, quién se refunde en su cuchitril de azotea a masturbarse mientras bebe aguardiente barato y trata de imaginar a que huele exactamente el culo de la tendera de la esquina. Irremediablemente bukowskiano, este lidersucho tiene al menos la bendición del desparpajo. Estos son los seres estáticos que recuerdo por el momento.
Los otros, como lo he dicho, tienden a viajar y suelen irse en busca de un extremo hemisférico con al esperanza de no llegar ni volver nunca. por ahora suelo pensar en Gail la maestra de Shut Gun Tlacuache, que decide arrojarse hacia el Sur con la firme idea de no volver a dar un paso hacia el Norte. Ella aguarda el momento de pedir aventón en la carretera y dar con la Muerte al volante de una vieja troca. En realidad, hay demasiados discípulos de Thanatos circulando por toda aquella autopista que conduce al Sur, pero ninguno sabe a ciencia cierta si la Muerte aún conserva su carruaje o le ha dado por andar a píe.