Hasta la vista Davis
La primera foto que me tomaron ejerciendo mi oficio aquí en Tijuana (y para ser honesto no recuerdo quién me la tomó) se remonta a junio de 1999. Es en el lobby del Grand Hotel. Yo visto traje y traigo el pelo de hongo, o de lechuga, al más puro estilo de Miguelito el de Mafalda. Grabadora en mano cual si fuera una pistola, hago titánicos esfuerzos para abrirme paso entre la multitud y entrevistar a Gray Davis.
El gobernador de California me pareció una persona sencilla, agradable y con bastante oficio político.
Un año después, en junio de 2000, volví a ver a Davis, en esta ocasión como anfitrión de la Conferencia de Gobernadores Fronterizos en Sacramento.
Fue un anfitrión de lujo con la prensa, a la que otorgó todo tipo de facilidades (lástima que la prensa texana que seguía a Bush acaparara más de tres cuartas partes de la sala)
Recuerdo que Davis ofreció una fiesta para los periodistas en un restaurante- bar del centro de Sa-cramento. Agradable ambiente, apretones de manos, sana camaradería.
Contemplo aquella fotografía que tomó mi colega Tizoc Santíbañez de los nueve gobernadores fronterizos (faltaba López Nogales) frente al Capitolio de Sacramento. Esa foto, que fue portada de El Imparcial y Frontera, es reflejo de un tiempo que se fue para siempre.
Ahí estaba George Bush, todavía como gobernador texano, recetador compulsivo de inyecciones letales, soñando despierto con la Casa Blanca y sus futuras guerras. Estaba Patricio Martínez, gobernador de Chihuahua mucho antes de recibir el plomazo que le recetó una loca en las escaleras de Palacio. Estaba Fernando Canales con su Nuevo León viviendo aún en idilio panista, sin imaginar que su asenso al gabinete presidencial tres años después sería su mayor descenso en los peldaños de la política. Y ahí estaba el orgulloso anfitrión Gray Davis, apapachando a los invitados y seguramente ni en su peor pesadilla se le apareció el día 7 de octubre, en que se convirtió en el primer gobernador californiano de la historia en ser destituido.
El sábado en que terminó la conferencia, fuimos a cenar al Hard Rock de Sacramento. Íbamos gente de varios periódicos y algunos jóvenes funcionarios demócratas de California. Una agradable charla. Recuerdo a los funcionarios californianos, veinticincoañeros, agudos, con un muy buen arsenal de cultura general en su conversación (esto tomando en cuenta la desventaja de ser gringos). Hablamos de todo un poco, pero sobre todo de política binacional. Parecen tiempos lejanísimos, pues la charla era de lo más optimista, llena de buenos deseos. El mundo era distinto hace tres años y nunca imaginé estas tinieblas.
La llegada de Schwarzegger a California es un buen escupitajo de humor negro, una mala broma para acabar de mear sobre un mundo que no parece hartarse de irse al carajo. Para un planeta cada vez más totalitario, miedoso, inculto y feudal, nada mejor que la figura de un Terminator en Sacramento. Es la imagen perfecta para ilustrar el estilo de los nuevos tiempos.
La primera foto que me tomaron ejerciendo mi oficio aquí en Tijuana (y para ser honesto no recuerdo quién me la tomó) se remonta a junio de 1999. Es en el lobby del Grand Hotel. Yo visto traje y traigo el pelo de hongo, o de lechuga, al más puro estilo de Miguelito el de Mafalda. Grabadora en mano cual si fuera una pistola, hago titánicos esfuerzos para abrirme paso entre la multitud y entrevistar a Gray Davis.
El gobernador de California me pareció una persona sencilla, agradable y con bastante oficio político.
Un año después, en junio de 2000, volví a ver a Davis, en esta ocasión como anfitrión de la Conferencia de Gobernadores Fronterizos en Sacramento.
Fue un anfitrión de lujo con la prensa, a la que otorgó todo tipo de facilidades (lástima que la prensa texana que seguía a Bush acaparara más de tres cuartas partes de la sala)
Recuerdo que Davis ofreció una fiesta para los periodistas en un restaurante- bar del centro de Sa-cramento. Agradable ambiente, apretones de manos, sana camaradería.
Contemplo aquella fotografía que tomó mi colega Tizoc Santíbañez de los nueve gobernadores fronterizos (faltaba López Nogales) frente al Capitolio de Sacramento. Esa foto, que fue portada de El Imparcial y Frontera, es reflejo de un tiempo que se fue para siempre.
Ahí estaba George Bush, todavía como gobernador texano, recetador compulsivo de inyecciones letales, soñando despierto con la Casa Blanca y sus futuras guerras. Estaba Patricio Martínez, gobernador de Chihuahua mucho antes de recibir el plomazo que le recetó una loca en las escaleras de Palacio. Estaba Fernando Canales con su Nuevo León viviendo aún en idilio panista, sin imaginar que su asenso al gabinete presidencial tres años después sería su mayor descenso en los peldaños de la política. Y ahí estaba el orgulloso anfitrión Gray Davis, apapachando a los invitados y seguramente ni en su peor pesadilla se le apareció el día 7 de octubre, en que se convirtió en el primer gobernador californiano de la historia en ser destituido.
El sábado en que terminó la conferencia, fuimos a cenar al Hard Rock de Sacramento. Íbamos gente de varios periódicos y algunos jóvenes funcionarios demócratas de California. Una agradable charla. Recuerdo a los funcionarios californianos, veinticincoañeros, agudos, con un muy buen arsenal de cultura general en su conversación (esto tomando en cuenta la desventaja de ser gringos). Hablamos de todo un poco, pero sobre todo de política binacional. Parecen tiempos lejanísimos, pues la charla era de lo más optimista, llena de buenos deseos. El mundo era distinto hace tres años y nunca imaginé estas tinieblas.
La llegada de Schwarzegger a California es un buen escupitajo de humor negro, una mala broma para acabar de mear sobre un mundo que no parece hartarse de irse al carajo. Para un planeta cada vez más totalitario, miedoso, inculto y feudal, nada mejor que la figura de un Terminator en Sacramento. Es la imagen perfecta para ilustrar el estilo de los nuevos tiempos.