De culturozos, lecturas y otros tópicos parasitarios
Ser culturozo no significa necesariamente tener una sana afición por cierta disciplina u oficio considerado artístico, sino el pertenecer o integrar grupúsculos, sectas y pandillas que chapotean en los lodos de determinadas actividades y grillas que suelen aparecer en el espacio menos leído de los periódicos, que como todos lo sabemos, es la sección cultural.
En realidad, a los culturozos no les preocupa tanto el arte en sí (literatura, pintura, música) en com-paración con el empeño que ponen en fortalecer sus socialmente sus carreras. Hace poco leía el blog de una persona de Mexicali que afirmaba que desde sus 18 años se ponía a imaginar las alianzas y grillas que construirían su carrera literaria, de la misma forma que un político plantea su ascenso al poder en base a compadrazgos y padrinazgos. Seamos realistas, ellos ven la vida cultural de esa forma.
Coincido con Chango 100, (para quienes no lo conozca, es el anti culturalozo número 1 de la blogósfe-ra), en el sentido de que la mayoría de los individuos que integran estos grupúsculos culturales, suelen tener un historial de pendejito de la secundaria que por ahí de los 17 o 18 años ve en la cancha cultural su única forma de trascender en la vida. Siguiendo el patrón sociológico que impulsa la integración a toda pandilla, estos seres ven en las sectas culturales la única manera de sudar jugos narcicísticos. Seamos realistas: ningún funcionario de secretarías o direcciones culturales puede presumir en su currículum haber sido campeón goleador de un torneo, capitán de un equipo de hockey o reina de la belleza. La mayoría de las veces son poco agraciados físicamente y arrastran terribles dudas sobre su sexualidad. No es homofobia, pero las escenas artísticas están más plagadas de jotos que las peluquerías.
Pero no coincido con Chango 100 cuando señala que le cuesta trabajo apreciar a la gente culta. Y es que lo culto nada tiene que ver con lo maextrozo o culturozo . Conozco gente muy culta que además ha tenido éxito en los deportes, gusta de los placeres mundanos y es sexualmente exitosa. Yo soy desde mi infancia un incurable adicto a la literatura y sin embargo siempre he preferido acudir un partido de futbol a una aburrida lectura o conferencia.
He conocido personas con un nivel de erudición envidiable a los que jamás verás moviendo el culo en un pinche evento de mierda bañado en vino corriente.
Mis suegros, por ejemplo, son pintores y no precisamente aficionados. De hecho viven de sus cua-dros. La pintura es su única actividad y sin embargo, cuando platicas con ellos te costaría trabajo creer que se dedican al arte. De hecho sus temas de conversación se pasan de sencillos y jamás en la vida, en las muchas pedas que me he puesto con mi suegro, nos hemos dado a la tarea de platicar sobre el cubismo o el impresionismo.
Otro ejemplo: Mi abuelo es un filósofo. Tiene más de 30 libros publicados, casi todos traducidos al alemán y al inglés. Ha dado conferencias alrededor de todo el Mundo y sin embargo, no es alguien que se la pase hablando de Hegel, Kant y Descartes, ni ha convivido jamás con la aristocracia cultural regia y por cierto, al igual que a mí, le gusta mucho el futbol. Él me llevó muchas veces al estadio cuando yo era pequeño y no lo consideraba una actividad frívola propia de plebeyos, como suelen pensar los culturozos de mierda que son antifutboleros por definición.
Llevo demasiados años muy cerca de la literatura y muy lejos de los literatos. No tengo amigos que les gusten las letras ni he tenido nunca una novia con pretensiones de escritora.
A mis 18 años, varias personas me recomendaron que ingresara al taller literario de la Universidad para que pudiera canalizar disciplinadamente mi gusto por las letras. Hice algunas lecturas de poesía, publicamos una antología, hice algunos amigos y decidí que no era lo mío. A mi me divertían más los concursos de oratoria y los torneos de debate político, entre grillos priistas, casi todos estu-diantes de Derecho y Ciencias Políticas (y por cierto gané varios trofeos)
Las lecturas y exposiciones siempre me han dado hueva. Bueno, más las lecturas, conferencias y en-cuentros de escritores, actividades que se me hacen el colmo de la aburrición.
Había una ex colega periodista que un tiempo trabajó aquí y defendía a ultranza la lectura en voz alta y la necesidad de llevar la poesía a todos los rincones de la ciudad. Loable actitud, pero absolutamente contraria a mi forma de disfrutar la literatura.
Tal vez por mi formación dentro de concursos de oratoria y debate, tiendo a fijarme mucho en la forma en que la gente se dirige a un público y la verdad es que la lectura en voz alta, ya sea de documentos o de obras literarias, es un acto en donde el ritmo de la voz se torna monótono, ahuevante, soporífero.
Si vas a leer una historia, mejor cuéntala con tus propias palabras, al estilo de la tradición oral de los juglares y los bardos y si vas a leer un poema, pues mejor recítalo de memoria. Solo así es posible acaparar mi atención.
Yo no leo en público. Yo hablo en público y sin ningún papel a la mano. Leer en público se me hace una grosería, una vil falta de respeto. Hablar en público en cambio requiere habilidad y huevos.
Por lo demás y a manera de conclusión, solo puedo afirmar que soy un opositor del apoyo oficial a proyectos culturales. A menudo la gente me pregunta que pienso del poco apoyo del Gobierno a la cultura. Yo respondo que se me hace mucho. A la chingada, no deberían de darles un centavo ni al Imac, ni al Conaculta y similares. Al carajo. La frase más inteligente que me ha dicho Jesús González Reyes en su vida es la siguiente: Yo soy una persona inculta. A huevo mi Chuy, ¿para que diablos queremos un alcalde culturozo? ¿Nos serviría de algo? No. El gobierno señores, está para tapar baches, poner focos de alumbrado público, detener malandros y no para mantener parásitos becados con nuestros impuestos. Con la lana del Imac, que no sirve para una chingada, taparías varios ba-ches. Con que mantengas limpia mi amada biblioteca Benito Juárez me doy por bien servido, mi buen Chuy. Lo mismo se aplica a las universidades. Que se pongan a formar profesionistas útiles, no a incubar zánganos. Por fortuna Mungaray ha barrido con muchos.
- He aquí un resumen de mis actividades susceptibles de ser consideradas maextrozas y culturozas-
I - He ido dos veces en mi vida al Turístico- Una vez, la primera, fue con mi amigo César Romero (un hombre que profesa un odio sacramental por lo culturozo, solo comparable al de Chango 100)
La segunda fue con mis colegas periodistas Ángel Ruiz y Jorge Morales el día que se celebró el tercer aniversario de Frontera. La cerveza es muy barata y venden Negra Modelo, cosa que aprecio, pero mis sitios preferidos para beber son el Terrazas Vallarta y la Lonchería El Vigía.
II- Jamás en mi vida he ido al Lugar del Nopal. Es más, ni siquiera se en donde se encuen-tra. No es que tenga vetado el lugar. El día que traigan una tocada de ultra brutal death metal ahí estaré, pero como la música silviorodrigoza me resulta detestable, simplemen-te no acudo. La trova cubana me genera una hueva insufrible.
III - Solo una vez en mi vida he acudido en Tijuana a un evento de música electrónica (¿disculpen mi ignorancia ¿eso se llama rave?) Fue en 1999 y lo hice a invitación expresa de Pablo Loza-no, alguien que fue un gran amigo en la prepa, cuando él escuchaba punk y admiraba a Crass. Después tomó un camino equivocado y se alucinó por el techno, hasta transformarse en esa cria-tura post apocalíptica de audífonos que hoy en día definen como Dj. Carolina y yo acudimos al evento que se celebraba en un antro de Rosarito. La verdad es que nos aburrimos soberana y es-pantosamente. Ya lo he dicho en otras ocasiones, yo no odio la música electrónica ni me resulta insoportable. Es más, ni siquiera me desagrada. Simplemente no le entiendo ni le encuentro el chiste a bailar ritmos que casi siempre me resultan igualitos. Para abortos musicales el pop, la banda sinaloense y sobre todas las cosas de este mundo odio el rap y el hip hop.
IV – Solo he acudido a dos eventos literarios en Tijuana. Una fue la presentación de Flores de Mario Bellatín y lo hice por la razón, cosa excepcional, de que me tocó hacer la cobertura para Mosaico, además del gran respeto que siento por este escritor, cuya presentación, por cierto, no fue para nada aburrida y de hecho ni siquiera leyó el libro que supuestamente presentaba, sino que se dedicó a mostrar fotografías. El segundo fue una lectura de Sergio Pitol sobre Joseph Con-rad. Un gran escritor hablando sobre una pluma sagrada parecía un platillo irresistible, pero el viejito tenía una forma tan monótona de leer, que me largué mucho antes de que terminara. Soy mucho más feliz en casa leyendo tranquilamente y a mi ritmo El tañido de una flauta, que haciendo esfuerzos por concentrar mi oído dentro de un ritmo ahuevante. (Por cierto que el ejemplar de El tañido de una flauta es Editorial Era, primera edición y pertenece a mi colega Fausto Ovalle. No te preocupes, yo cuido mucho los libros y en el momento en que me indiques lo haré llegar a tus manos)
V- Una vez acudí a un taller de literatura impartido en el Cecut por Mario Bellatín días antes del 11 de septiembre de 2001. Fue un taller sui generis en el que se trató de escribir una novela colectiva sobre los chinos en BC. Confieso que puse de mi parte por integrarme y trabajar. Mario me calló muy bien y lo mejor de todo fue la excelente comida china que cenamos el día que terminó el taller. Fuera de eso, nunca he vuelto a tallerear en Tj, aunque a eso sí estoy más que dispuesto a entrarle, siempre y cuando vayamos a trabajar en serio.
VI - No se lo que es el arte- instalación, no se lo que es el arte conceptual, no se nada de danza con-temporánea y no sabría como definir un performance. Hace muchos años, cuando se cumplió el primer aniversario de la muerte de Kurt Cobain, salí en una especie obrita representando al músico. A mi nunca me gustó mucho Nirvana, pero fui el único rubio de mata larga que encontraron y me ofre-cieron el papel (mi mata por cierto era mucho más larga que la de Kurt y era una mata metalera, no de pinche grunge, un género que considero satelital e inferior)
VII- Viviendo en Monterrey acudía a Marco a las inauguraciones de exposición porque ahí sí, cosa rara, había muy buen vino pero casi nunca me tomaba la molestia de darme un rol para ver los cua-dros. Más bien me hacía compa de un mesero para que mi copa jamás estuviera vacía.
VIII- No pienso acudir a ver a Pavarotti. No me interesa en lo más mínimo y para ser honesto, ni siquiera se que rolas canta-
IX Nunca he participado en un certamen literario, nunca he postulado para una beca, nunca me he inscrito a un encuentro. Honestamente, me dría mucho más orgullo ganar un premio periodístico a uno literario.
Ser culturozo no significa necesariamente tener una sana afición por cierta disciplina u oficio considerado artístico, sino el pertenecer o integrar grupúsculos, sectas y pandillas que chapotean en los lodos de determinadas actividades y grillas que suelen aparecer en el espacio menos leído de los periódicos, que como todos lo sabemos, es la sección cultural.
En realidad, a los culturozos no les preocupa tanto el arte en sí (literatura, pintura, música) en com-paración con el empeño que ponen en fortalecer sus socialmente sus carreras. Hace poco leía el blog de una persona de Mexicali que afirmaba que desde sus 18 años se ponía a imaginar las alianzas y grillas que construirían su carrera literaria, de la misma forma que un político plantea su ascenso al poder en base a compadrazgos y padrinazgos. Seamos realistas, ellos ven la vida cultural de esa forma.
Coincido con Chango 100, (para quienes no lo conozca, es el anti culturalozo número 1 de la blogósfe-ra), en el sentido de que la mayoría de los individuos que integran estos grupúsculos culturales, suelen tener un historial de pendejito de la secundaria que por ahí de los 17 o 18 años ve en la cancha cultural su única forma de trascender en la vida. Siguiendo el patrón sociológico que impulsa la integración a toda pandilla, estos seres ven en las sectas culturales la única manera de sudar jugos narcicísticos. Seamos realistas: ningún funcionario de secretarías o direcciones culturales puede presumir en su currículum haber sido campeón goleador de un torneo, capitán de un equipo de hockey o reina de la belleza. La mayoría de las veces son poco agraciados físicamente y arrastran terribles dudas sobre su sexualidad. No es homofobia, pero las escenas artísticas están más plagadas de jotos que las peluquerías.
Pero no coincido con Chango 100 cuando señala que le cuesta trabajo apreciar a la gente culta. Y es que lo culto nada tiene que ver con lo maextrozo o culturozo . Conozco gente muy culta que además ha tenido éxito en los deportes, gusta de los placeres mundanos y es sexualmente exitosa. Yo soy desde mi infancia un incurable adicto a la literatura y sin embargo siempre he preferido acudir un partido de futbol a una aburrida lectura o conferencia.
He conocido personas con un nivel de erudición envidiable a los que jamás verás moviendo el culo en un pinche evento de mierda bañado en vino corriente.
Mis suegros, por ejemplo, son pintores y no precisamente aficionados. De hecho viven de sus cua-dros. La pintura es su única actividad y sin embargo, cuando platicas con ellos te costaría trabajo creer que se dedican al arte. De hecho sus temas de conversación se pasan de sencillos y jamás en la vida, en las muchas pedas que me he puesto con mi suegro, nos hemos dado a la tarea de platicar sobre el cubismo o el impresionismo.
Otro ejemplo: Mi abuelo es un filósofo. Tiene más de 30 libros publicados, casi todos traducidos al alemán y al inglés. Ha dado conferencias alrededor de todo el Mundo y sin embargo, no es alguien que se la pase hablando de Hegel, Kant y Descartes, ni ha convivido jamás con la aristocracia cultural regia y por cierto, al igual que a mí, le gusta mucho el futbol. Él me llevó muchas veces al estadio cuando yo era pequeño y no lo consideraba una actividad frívola propia de plebeyos, como suelen pensar los culturozos de mierda que son antifutboleros por definición.
Llevo demasiados años muy cerca de la literatura y muy lejos de los literatos. No tengo amigos que les gusten las letras ni he tenido nunca una novia con pretensiones de escritora.
A mis 18 años, varias personas me recomendaron que ingresara al taller literario de la Universidad para que pudiera canalizar disciplinadamente mi gusto por las letras. Hice algunas lecturas de poesía, publicamos una antología, hice algunos amigos y decidí que no era lo mío. A mi me divertían más los concursos de oratoria y los torneos de debate político, entre grillos priistas, casi todos estu-diantes de Derecho y Ciencias Políticas (y por cierto gané varios trofeos)
Las lecturas y exposiciones siempre me han dado hueva. Bueno, más las lecturas, conferencias y en-cuentros de escritores, actividades que se me hacen el colmo de la aburrición.
Había una ex colega periodista que un tiempo trabajó aquí y defendía a ultranza la lectura en voz alta y la necesidad de llevar la poesía a todos los rincones de la ciudad. Loable actitud, pero absolutamente contraria a mi forma de disfrutar la literatura.
Tal vez por mi formación dentro de concursos de oratoria y debate, tiendo a fijarme mucho en la forma en que la gente se dirige a un público y la verdad es que la lectura en voz alta, ya sea de documentos o de obras literarias, es un acto en donde el ritmo de la voz se torna monótono, ahuevante, soporífero.
Si vas a leer una historia, mejor cuéntala con tus propias palabras, al estilo de la tradición oral de los juglares y los bardos y si vas a leer un poema, pues mejor recítalo de memoria. Solo así es posible acaparar mi atención.
Yo no leo en público. Yo hablo en público y sin ningún papel a la mano. Leer en público se me hace una grosería, una vil falta de respeto. Hablar en público en cambio requiere habilidad y huevos.
Por lo demás y a manera de conclusión, solo puedo afirmar que soy un opositor del apoyo oficial a proyectos culturales. A menudo la gente me pregunta que pienso del poco apoyo del Gobierno a la cultura. Yo respondo que se me hace mucho. A la chingada, no deberían de darles un centavo ni al Imac, ni al Conaculta y similares. Al carajo. La frase más inteligente que me ha dicho Jesús González Reyes en su vida es la siguiente: Yo soy una persona inculta. A huevo mi Chuy, ¿para que diablos queremos un alcalde culturozo? ¿Nos serviría de algo? No. El gobierno señores, está para tapar baches, poner focos de alumbrado público, detener malandros y no para mantener parásitos becados con nuestros impuestos. Con la lana del Imac, que no sirve para una chingada, taparías varios ba-ches. Con que mantengas limpia mi amada biblioteca Benito Juárez me doy por bien servido, mi buen Chuy. Lo mismo se aplica a las universidades. Que se pongan a formar profesionistas útiles, no a incubar zánganos. Por fortuna Mungaray ha barrido con muchos.
- He aquí un resumen de mis actividades susceptibles de ser consideradas maextrozas y culturozas-
I - He ido dos veces en mi vida al Turístico- Una vez, la primera, fue con mi amigo César Romero (un hombre que profesa un odio sacramental por lo culturozo, solo comparable al de Chango 100)
La segunda fue con mis colegas periodistas Ángel Ruiz y Jorge Morales el día que se celebró el tercer aniversario de Frontera. La cerveza es muy barata y venden Negra Modelo, cosa que aprecio, pero mis sitios preferidos para beber son el Terrazas Vallarta y la Lonchería El Vigía.
II- Jamás en mi vida he ido al Lugar del Nopal. Es más, ni siquiera se en donde se encuen-tra. No es que tenga vetado el lugar. El día que traigan una tocada de ultra brutal death metal ahí estaré, pero como la música silviorodrigoza me resulta detestable, simplemen-te no acudo. La trova cubana me genera una hueva insufrible.
III - Solo una vez en mi vida he acudido en Tijuana a un evento de música electrónica (¿disculpen mi ignorancia ¿eso se llama rave?) Fue en 1999 y lo hice a invitación expresa de Pablo Loza-no, alguien que fue un gran amigo en la prepa, cuando él escuchaba punk y admiraba a Crass. Después tomó un camino equivocado y se alucinó por el techno, hasta transformarse en esa cria-tura post apocalíptica de audífonos que hoy en día definen como Dj. Carolina y yo acudimos al evento que se celebraba en un antro de Rosarito. La verdad es que nos aburrimos soberana y es-pantosamente. Ya lo he dicho en otras ocasiones, yo no odio la música electrónica ni me resulta insoportable. Es más, ni siquiera me desagrada. Simplemente no le entiendo ni le encuentro el chiste a bailar ritmos que casi siempre me resultan igualitos. Para abortos musicales el pop, la banda sinaloense y sobre todas las cosas de este mundo odio el rap y el hip hop.
IV – Solo he acudido a dos eventos literarios en Tijuana. Una fue la presentación de Flores de Mario Bellatín y lo hice por la razón, cosa excepcional, de que me tocó hacer la cobertura para Mosaico, además del gran respeto que siento por este escritor, cuya presentación, por cierto, no fue para nada aburrida y de hecho ni siquiera leyó el libro que supuestamente presentaba, sino que se dedicó a mostrar fotografías. El segundo fue una lectura de Sergio Pitol sobre Joseph Con-rad. Un gran escritor hablando sobre una pluma sagrada parecía un platillo irresistible, pero el viejito tenía una forma tan monótona de leer, que me largué mucho antes de que terminara. Soy mucho más feliz en casa leyendo tranquilamente y a mi ritmo El tañido de una flauta, que haciendo esfuerzos por concentrar mi oído dentro de un ritmo ahuevante. (Por cierto que el ejemplar de El tañido de una flauta es Editorial Era, primera edición y pertenece a mi colega Fausto Ovalle. No te preocupes, yo cuido mucho los libros y en el momento en que me indiques lo haré llegar a tus manos)
V- Una vez acudí a un taller de literatura impartido en el Cecut por Mario Bellatín días antes del 11 de septiembre de 2001. Fue un taller sui generis en el que se trató de escribir una novela colectiva sobre los chinos en BC. Confieso que puse de mi parte por integrarme y trabajar. Mario me calló muy bien y lo mejor de todo fue la excelente comida china que cenamos el día que terminó el taller. Fuera de eso, nunca he vuelto a tallerear en Tj, aunque a eso sí estoy más que dispuesto a entrarle, siempre y cuando vayamos a trabajar en serio.
VI - No se lo que es el arte- instalación, no se lo que es el arte conceptual, no se nada de danza con-temporánea y no sabría como definir un performance. Hace muchos años, cuando se cumplió el primer aniversario de la muerte de Kurt Cobain, salí en una especie obrita representando al músico. A mi nunca me gustó mucho Nirvana, pero fui el único rubio de mata larga que encontraron y me ofre-cieron el papel (mi mata por cierto era mucho más larga que la de Kurt y era una mata metalera, no de pinche grunge, un género que considero satelital e inferior)
VII- Viviendo en Monterrey acudía a Marco a las inauguraciones de exposición porque ahí sí, cosa rara, había muy buen vino pero casi nunca me tomaba la molestia de darme un rol para ver los cua-dros. Más bien me hacía compa de un mesero para que mi copa jamás estuviera vacía.
VIII- No pienso acudir a ver a Pavarotti. No me interesa en lo más mínimo y para ser honesto, ni siquiera se que rolas canta-
IX Nunca he participado en un certamen literario, nunca he postulado para una beca, nunca me he inscrito a un encuentro. Honestamente, me dría mucho más orgullo ganar un premio periodístico a uno literario.