Los culos blancos de los globalifóbicos
Los globalifóbicos tienen el culo blanco. Lo comprobé hoy al mirar la foto de Reforma. Que idílicos, que caricaturescos y que ilusos son estos personajes. Después de todo, embriagarse en los jardines de la utopía siempre será orgásmico. Me sucede a menudo con las causas políticas y las ideologías. Suelo odiar a algunas con fervor, pero sus contrapartes ideológicas, a las que en teoría debería apoyar, me producen, en el mejor de los casos, una cierta ternura contagiada de lástima. Ideológicamente yo soy, o debería ser, un globalifóbico, pero la globalifilia es un hermoso idilio, una suerte de capsulita de Carpe Diem con justificante político. Mientras las masas del mundo permanecemos atadas al horario esclavo del feudo luchando cada día para no ser arrojados del purgatorio de la fuerza productiva, el Club del Globo, filia y fobia por igual, se pasean de la mano por los paraísos playeros del Mundo escenificando ante las cámaras sus teatritos.
En los refrigerados salones atiborrados de guardias, los dueños de este changarro llamado planeta se postran a besar las pezuñas de ese becerro de oro llamado Mercado Libre y disertan peroratas a favor de las infinitas bondades de la macroeconomía neoliberal.
Afuera, bajo el cachondo Sol del Caribe, los dulces cuerpos sudados de la utopía se despojan de sus ropajes (puedo jurar que más de uno se quitó una camiseta del Che) y se arrojan a la arena.
¿Cambiarás al Mundo enseñando un blanco culo a los policías de Quintana Roo?
Probablemente no, pero aseguras una foto morbosona que le de la vuelta a las redacciones del orbe y lo bailado ¿quién chingados te lo quita? O qué ¿acaso has oído de un hippie que la haya pasado mal en las protestas contra Vietnam? Uff, habrá que sacar un censo de cuantos niños fueron fabricados en las deliciosas cogidas de una concentración de protesta. Imagino una novela futura, narrada en primera persona: - Mis padres, diría el protagonista, eran lo que en ese entonces llamaban globalifóbicos. Me concibieron a sus 17 años dentro de una tienda de campaña, cuando protestaban contra la OMC en Seattle (o Praga, o Génova o Cancún). Mi padre nos abandonó cuando yo aún no cumplía un año de edad. Siguió su militancia política aunque dentro de los cánones de los partidos de socialdemocracia moderada. Hoy en día es un parlamentario que negocia sus votos con la cúpula conservadora. Mi madre, que se unió al movimiento por sus deseos de viajar, vivir la vida y echar desmadre, se olvidó de toda militancia apenas nací y se vio obligada a planchar y lavar la ropa de unos cuantos capitalistas. Hoy en día maldice no haber estudiado una carrera que le permitiera trabajar en una enorme empresa tras-nacional”. ...carajo, ya me estoy inspirando. Ya basta de mamadas, hay que ponerse a trabajar para que este feudalismo periodístico siga adelante.
Los globalifóbicos tienen el culo blanco. Lo comprobé hoy al mirar la foto de Reforma. Que idílicos, que caricaturescos y que ilusos son estos personajes. Después de todo, embriagarse en los jardines de la utopía siempre será orgásmico. Me sucede a menudo con las causas políticas y las ideologías. Suelo odiar a algunas con fervor, pero sus contrapartes ideológicas, a las que en teoría debería apoyar, me producen, en el mejor de los casos, una cierta ternura contagiada de lástima. Ideológicamente yo soy, o debería ser, un globalifóbico, pero la globalifilia es un hermoso idilio, una suerte de capsulita de Carpe Diem con justificante político. Mientras las masas del mundo permanecemos atadas al horario esclavo del feudo luchando cada día para no ser arrojados del purgatorio de la fuerza productiva, el Club del Globo, filia y fobia por igual, se pasean de la mano por los paraísos playeros del Mundo escenificando ante las cámaras sus teatritos.
En los refrigerados salones atiborrados de guardias, los dueños de este changarro llamado planeta se postran a besar las pezuñas de ese becerro de oro llamado Mercado Libre y disertan peroratas a favor de las infinitas bondades de la macroeconomía neoliberal.
Afuera, bajo el cachondo Sol del Caribe, los dulces cuerpos sudados de la utopía se despojan de sus ropajes (puedo jurar que más de uno se quitó una camiseta del Che) y se arrojan a la arena.
¿Cambiarás al Mundo enseñando un blanco culo a los policías de Quintana Roo?
Probablemente no, pero aseguras una foto morbosona que le de la vuelta a las redacciones del orbe y lo bailado ¿quién chingados te lo quita? O qué ¿acaso has oído de un hippie que la haya pasado mal en las protestas contra Vietnam? Uff, habrá que sacar un censo de cuantos niños fueron fabricados en las deliciosas cogidas de una concentración de protesta. Imagino una novela futura, narrada en primera persona: - Mis padres, diría el protagonista, eran lo que en ese entonces llamaban globalifóbicos. Me concibieron a sus 17 años dentro de una tienda de campaña, cuando protestaban contra la OMC en Seattle (o Praga, o Génova o Cancún). Mi padre nos abandonó cuando yo aún no cumplía un año de edad. Siguió su militancia política aunque dentro de los cánones de los partidos de socialdemocracia moderada. Hoy en día es un parlamentario que negocia sus votos con la cúpula conservadora. Mi madre, que se unió al movimiento por sus deseos de viajar, vivir la vida y echar desmadre, se olvidó de toda militancia apenas nací y se vio obligada a planchar y lavar la ropa de unos cuantos capitalistas. Hoy en día maldice no haber estudiado una carrera que le permitiera trabajar en una enorme empresa tras-nacional”. ...carajo, ya me estoy inspirando. Ya basta de mamadas, hay que ponerse a trabajar para que este feudalismo periodístico siga adelante.