Eterno Retorno

Monday, September 08, 2003

Hoy es lunes y por primera vez en muchísimos meses no traigo a cuestas una noche de insomnio. Digamos que no fue precisamente la orgía de Morfeo pero al menos dormí, lo que de domingo a lunes suele ser para mí un imposible.


Rosaritense atardecer

Este verano se niega a despedirse. El bochorno de una tarde de septiembre se infiltra por cada resquicio de nuestra casa y un sudorcillo dulzón de resbala por nuestras pieles.
Ante semejante cuadro, justifico el que mi Código Penal de la Conciencia considere un delito grave no salir a la playa a tomarse unas heladísimas cervezas.
Impulsados por una sed de beduino en el Sahara, Carol y yo salimos de casa a las 16:00 horas dispuestos a pasar el resto del día en la playa rosaritense. Desde que vivimos en Hacienda somos más rosaritenses que tijuanos. Aunque nuestra clave catastral y nuestro número telefónico pertenecen a Tijuana, en términos prácticos vivimos en Rosarito (nos toma 12 minutos llegar a la caseta de cobro de Playas Tijuana y menos de cinco llegar al Bulevar Benito Juárez de Rosarito)-
El primer gran dilema consiste en encontrar un cajero con dinero en el Quinto Municipio. Durante el fin de semana, el retiro de efectivo en Rosarito es algo más que una proeza. Encontrar cash en las máquinas de ese Municipio es más complicado que descubrir mantos acuíferos en Mercurio o Venus.
Tras recorrer unos seis cajeros nos resignamos a que tendremos que limitarnos a los 250 pesos que traemos en la bolsa. Nos dirigimos a las palapas playeras del Papas & Beer. Una cerveza después fuimos a una barra playebria un tanto cuanto rascuache y una cerveza después al Iggys. El Sol se desparrama cachondamente en el Pacífico, pero no nos agrada la idea de pistear en donde te quieren ver la cara de gringo. De nada sirve que nos esforcemos en hacer ver a los meseros que hablamos español y pagamos en pesos. Ellos te quieren ver la cara de turista a toda costa lo que significa que sienten la obligación de hacerse los payasos cada que se dirigen a tu mesa y también evalúan la posibilidad de tranzarte algunos cambios, misión en la que fracasan totalmente tratándose de un par de regios como nosotros. Decidimos ir a cenar a un lugar atípico para nuestro estilo: El Carlos & Charles, en donde no ponen cara de susto cuando les enseñas la tarjeta de débito. Alitas de búfalo ultrapicosas y helados tarros de cerveza al razonable precio de dos dólares. La pasamos bien y punto, pero si me dan a escoger, siempre preferiré Terrazas Vallarta y El Vigía a la marcha rosaritense. Mi espíritu tiene más esencia playotijuanera después de todo. Lo peor es que luego de leer a Ángel ya me anda por ir al Terrazas en pleno lunes. Nomás no tengo remedio yo.



El Neto Álvarez me comenta que en la 105 ya pasaron las rolas del Dance of Death de Iron Maiden, álbum que vio la luz ayer. Yo solo he escuchado Wildest Dreams, que tuvieron a bien recetarla en el concierto. Ya me anda por tener ese disquito así que no descarten una espontánea escapada nocturna al otro lado para cumplir con ese loable proposito en la Tower Records. La Bestia bendiga por siempre a la Doncella de Acero, una de las razones por las que vale la pena que la naturaleza dote al hombre del sentido del oído.

Enciclopediómano

(Texto odiosamente autobiográfico. Lo siento pero traigo esa crisis de relatar la vida pasada)

Carolina me ha explicado que los coleccionistas son el mejor ejemplo para explicar los trastornos propios de eso que los freudianos llaman Etapa Anal. Los trastornos anales (psicoanalíticamente hablando claro está, los otros se llaman hemorroides) se identifican por las manías de retener y acumular.
Yo padezco el virus del coleccionismo de enciclopedias y revistas. De niño fue algo más fuerte y notorio y hoy es algo más o menos bajo control, pero la realidad es que nunca lo he superado (y como dijo Don Teofilito, ni lo superaré)
Las enciclopedias y revistas siempre han sido mi mayor debilidad. Me fascinaba la idea de ir acumulando volúmenes y saber que en una semana o en un mes habría uno distinto, aguardándome en la tienda. El descubrir una nueva portada, con diferente imagen y color era un placer casi orgásmico. Para no ir más lejos, las colecciones fueron mi puerta de entrada a vicios y pasiones tan adictivas como la literatura y la historia. De niño mi mayor pasión fue la zoología y me dediqué a coleccionar enciclopedias de animales (en ese caso el gusto por los animales fue a priori, pues me fascinaban desde antes de que aprendiera a leer y escribir)
Recuerdo la enciclopedia de la Fauna, dirigida por el zoólogo español Félix Rodríguez de la Fuente (el amigo Félix según el homenaje luctuoso que le dedicaron Enrique y Ana) Tomos amarillos, fotografía a color, diagramas de cadenas alimenticias y hartos mapas. Mi padre me la empezó a comprar por fascículos allá por 1979 hasta que el Autodescuento (supermercado regiomontano hoy desaparecido) comenzó a promover la enciclopedia completa. 12 tomos, uno cada semana. Desde aquí puedo decirte que animal aparecía en la portada de cada tomo. Posteriormente logré reunir completa la Enciclopedia de la Vida Animal Bruguera, un gigantesco diccionario del reino animal de la A a la Z en 18 tomos.
Tres colecciones marcaron el inicio de mi adicción por la historia y la literatura. La primera fue la Enciclopedia Colibrí, que empecé a coleccionar allá por 1982. Al juntar los 12 tomos se formaba un cerro verde en las espaldas de los libros. Dos de los tomos, el 4 y el 9, trataban de historia y desde entonces me empecé a aficionar al tema. El primero trataba sobre los aztecas y la Conquista con todo el intencional efecto lagrimero de la visión de los vencidos. El segundo trataba sobre Independencia, Reforma y Revolución, a la postre mis etapas favoritas de la historia de México y las que he estudiado más a fondo.
La segunda fue colección responsable del inicio de mi adicción por la historia antigua, fue la de Asterix y Obelix. Empecé a comprar este comix con devoción y hoy en día puedo presumir que no me falta uno solo de los títulos enlistados en el menhir de Obelix. Puedo releer esos comix una y otra vez sin cansarme. Es una de mis mejores terapias.
La tercera fueron los fascículos infantiles de Don Quijote, lo que determinó mi gusto por la literatura. En realidad lo del Quijote tiene raíces más profundas. La casa de mi abuelo, donde pasé mi temprana infancia, estaba llena de esculturas y retratos del Quijote en diversos formatos, además de un gigantesco busto en bronce de Cervantes. El personaje me llamaba la atención. Leí los fascículos con pasión, además de seguir la serie de dibujos animados que pasaban todos los días a las 15:00 horas.
Me empecé a aficionar a la literatura caballeresca y tuve a bien a fletarme clásicos en formato infantil como la Flecha Negra, Ivanhoe, Amadís de Gaula y Tirante El Blanco (Sí, aunque no lo crean existe Amadís en formato infantil) Poco después, con ayuda de mi madre, leí el Quijote completo, ahora sí en versión Cervantes y empecé a leer por mi cuenta los clásicos de Salgari, Dumas, Melville y Verne gracias a una enciclopedia que incluía versiones los Tres Mosqueteros, Moby Dick Tom Sawyer, 20 mil leguas de Viaje Submarino y El Corsario Negro entre otras.
Mis primeros libros fueron todos enciclopedias. Todas las que poseo, la mayoría de ellas completas, están en Monterrey en casa de mis padres. Espero traerlas pronto a Tijuana. Hoy en día, la única colección completa que tengo en mi tijuanera casa es Letras Libres y no me siento orgulloso de ello. Hace todavía algunos años compraba religiosamente cada ejemplar de Proceso y Zeta, pero ambas publicaciones han decaído horriblemente y por lo tanto he dejado de adquirirlas. Cuando salió Milenio en 1998 comencé a comprarlo cada semana, pero acabó por aburrirme. Ahora me dedico a adquirir libros de manera anárquica y laboro en un periódico cuyos ejemplares históricos me dedico a almacenar.
Ya he perdido la costumbre de coleccionar cartas y reliquias de viejos amores. Hay una cascada de recuerdos materiales que se han ido a reposar a la basura, un rostro que refleja un kilometraje abultado y una cabeza en donde la información se transforma en espectro.

La estúpida adolescencia (expiación de traumas)

Con toda la carga de falsedad que supone un análisis intelectual, solemos caer en una visión idílica de la adolescencia. A menudo los adultos idealizamos esa etapa de la vida cual si se tratase del edén perdido y desde esta aburrida orilla de la vida elevamos el teen spirit a un plano lírico exaltando las virtudes de una supuesta autenticidad y rebeldía.
Confieso que hace un buen rato que no convivo con adolescentes. Una hermana y mi hermano están en esa etapa de la vida, pero ellos viven en Monterrey y hace más de un año que no los veo.
Para los clasemedieros o altoclasemedieros, la adolescencia es la menos auténtica de las etapas de la existencia. Me refiero a esa etapa que va de los 12 a los 15 años en donde el teenager se convierte en el recipiente idóneo de toneladas de mierda consumista.
Cito textualmente a H. Yepez: - La gruta de la que hablaba Platón es precisamente la adolescencia, ese momento en que sales a ver el mundo verdadero, y luego regresas al mundo de la mentira para volver a ser esclavo de las sombras- No coincido o más bien dicho, no puedo coincidir con él.
De la secundaria extraño solamente los litros de energía sexual, la capacidad de dormir de 14 a 16 horas y el derroche de condición física que me permitía jugar varios partidos completos de futbol al día, recorrer 50 kilómetros en bici y aparte masturbarme con pasión. Pero la adolescencia tiene mucho de insegura y muy poco de auténtica.
Tal vez porque tuve la horrible e insufrible desgracia de empezar a ser adolescente en un lugar como San Pedro Garza García, yo recuerdo a los catorceañeros como seres obsesionados a un nivel enfermizo por las marcas, los peinados, los apellidos, las compañías, los carros, los saludos y las palabras. Consulten un ejemplar cualquiera de la edición Sierra Madre Joven del Periódico El Norte y se darán cuenta de lo que hablo.
Los adolescentes regios, o más precisamente los sanpetrinos, conforman una sociedad más clasista, puritana, estricta y conservadora que la victoriana del Siglo XIX. Son seres detestables que irradian las más selectas flatulencias de la peste católica. No se si aún se sigan reuniendo los domingos afuera de la Iglesia de Fátima y sigan corriendo sus carros por la Avenida Roberto Garza Sada, pero no veo motivos para que hayan cambiado. La pendejez no es evolutiva y se transmite fielmente de generación en generación.
Aquella fue una etapa dura para mí. Me expulsaron del Liceo en segundo de secundaria y dado que era un ladronzuelo con altas dosis de estupidez en sus métodos, fui a caer en el Centro Tutelar. Por aquel entonces me dedicaba a andar en bici días enteros explorando Monterrey y sus alrededores. Mi único gran amigo era odiado en mi casa. Dado que la totalidad de mi tiempo libre se la dedicaba a mi cuerpo, apenas si leía (leí muchísimo más de niño que de adolescente) y cuando estaba en mi casa me dedicaba a escribir una inocente porno novela.
La aleatoridad, el destino, o la mano de algún piadoso Demonio tuvo a bien liberarme de ese universo inundado en la peste a loción y llevarme a tiempo Fort Collins Colorado a habitar en la soledad de las montañas y posteriormente a la Gran Tenochtitlán en donde me dediqué a seguir fielmente los señalamientos de ese caminito amarillo que algunos llaman senderos de perdición. Y solo entonces fui feliz-