Eterno Retorno

Monday, September 01, 2003

Dado que estamos hablando del Casillero del Diablo, Me permito incluir un pasaje de Lo que yace en el culo de Amber Aravena- Es el pasaje abajo mencionado en el que la absurda y antojable Amber pasa la Navidad recorriendo el Golden Gate- Dejemos que se a ella quien nos cuente su casillera experiencia sanfranciscana.

Por lo menos la pasada Navidad fue digna de recordarse. Pasé toda la noche recorriendo el Golden Gate, ida y vuelta una y otra vez. Si fuera tan maniática de las cifras como Derek, hubiera contado más de 10 vueltas en ambos sentidos. Tal vez fueron muchas más. Llegué cuando estaba atardeciendo y cruzar el puente me produjo tal excitación que decidí hacerlo otra vez. La segunda fue mejor que la primera, así que hubo una tercera y después una cuarta y así hasta que amaneció y el tanque de la gasolina estuvo vacío. Solo detuve dos veces la marcha, ambas para descorchar una botella de Casillero del Diablo. Minutos antes, en una licorería de San Francisco, compré todas las existencias de Casillero que había en la cava, 17 botellas para ser precisos (ya me estoy pareciendo a Derek) Bebí las dos botellas mientras recorría el Golden Gate pisando al fondo el ace-lerador. En el stereo puse un disco de Mercedes Sosa. Por un momento pensé que ese era mi destino último. El Carpe Diem total estaba en recorrer un puente de un lado a otro. ¿Podía alguien impedírmelo? Suponiendo que no fuera consumiendo alcohol, no estaba haciendo nada ilegal ¿O se puede impedir a una ciudadana que dedique el resto de su vida a dar vueltas en un puente? ¿Que las parecería? Mientras la sociedad mundial hablaba horrorizada del terrorismo y el Presidente regaba las flores de la guerra, mientras un millón de imbéciles ahorraban para comprar una casa y otro millón huía de sus deudas crediticias, Amber Aravena había encontrado el sentido de la vida en recorrer un puente. Tal vez hasta pude declararme a mi misma como la fundadora de una secta cuyo único ritual de pertenencia fuera el gastar la gasolina dando vueltas en el Golden Gate. Pero mi papel de sacerdotisa de la nueva secta se extinguió al amanecer del día de Navidad. Dos botellas de Casillero habían tocado fondo y yo me estaba durmiendo en el volante. Pensé dejarlo al azar, como si se tratara de apostar que sucedería primero: Mi detención a cargo de un policía californiano o mi estrellamiento contra uno de los barrotes del puente. Increíblemente, ni una de las dos cosas sucedió y dado que hasta mi instinto suicida parecía estar amodorrado, acabé por largarme del puente para ir a dormir a un hotelucho en el Barrio Chino. Dormí casi de corrido hasta el amanecer del otro día. Cuando desperté ya era 26 de diciembre. Debo haber dormido unas 22 horas. El anciano de la recepción se tomó la libertad de entrar al cuarto en la mañana para verificar que no me hubiera suicidado. “Disculpe, pero en esta época la gente se siente sola y les da por matarse”, se justificó. Me largué del hotelucho y volví al Golden Gate no sin antes volver a llenar el tanque de la Durango dispuesta a agotarlo dando vueltas. Pero ahora me aburrí muy pronto. Luego de la tercera vuelta ya estaba harta del Golden Gate y de San Francisco, así que volví a largarme a la carretera.- Continuará