Eterno Retorno

Thursday, May 22, 2003



“Intenten si pueden detener a un hombre que viaja con su suicidio en el ojal”. Dice Vila- Matas que decía Rigaut

No sé muy bien lo que me espera, pero, de cualquier modo, iré hacia eso riendo. Strubb, en Moby Dick

Cumpliendo con mi tarea de periodismo narrativo, hay van tres evocaciones nostálgicas recién extraídas de la manga...

Un recuerdo

El recuerdo más antiguo de mi infancia, y sin duda el más fuerte, fue mi primera visión del mar. Habría sido una tarde de agosto, puedo jurar que el 18, desde el puente que une a Puerto Isabel con la Isla del Padre.
Los primeros en impresionarse fueron mis ojos, pues nunca había visto tanta inmensidad. Pero después descubrí que el mar sonaba y me arrullaba en el suelo. El mar sabía a sal y tenía olor. Estaba en todas partes, impregnado en mi cuerpo. Hoy en día contemplo el Pacífico todas las mañanas de mi vida, pero a veces olvido que existe. Y es que este mar no huele.

Un maestro

Imposible no empezar la descripción de Pablo Urquiza por su barba. Aunque al escucharlo leer El lazarillo de Tormes con ese acento cordobés, uno se olvidaba de todo lo demás y se trasladaba con él a ese picaresco Toledo del Siglo XVI. El cuerpo flaco de Pablo Urquiza era la literatura hecha carne. Un día, antes de la mitad del curso, desapareció de nuestras vidas dejando por herencia un altero de libros en nuestra imaginación.

Una ciudad
El olor antecede la visión de las montañas. Químicos y sustancias, para fabricar quien sabe cuantas cosas, brotan de las chimeneas de los altos hornos. Después el rugir de los camiones, la sinfonía del claxon y el retumbar del tren bajo el color naranja del Puente del Obispo. Solo entonces cae uno en la cuenta de que ya está siendo acechado por el Cerro de la Silla.