Eterno Retorno

Thursday, May 08, 2003


Narrativa de probeta, espermatozoides literarios, prófugos de aburridos onanismos, danzan en la llanura de esta pantalla. La búsqueda es siempre infructuosa, el epígrafe perfecto habita en el cementerio donde yacen los brazos de mi alma. DSB

Las desgracias de Jennifer Sagrario. Un poco de narrativa prófuga de la probeta.

La punta de navaja parece omnipresente en su piel. Cada minuto que transcurre siente un filo deshoyar sus entrañas, cercenar sus arterias, rebanar cada célula viva. Vuelve a tocarse el vientre. La herida palpita, se mueve, parece desafiar a ese hilo en tensión que de un momento a otro reventará y dejará salir el torrente de sangre oscura, mierda y polvo que caerá como catarata sobre el asfalto. El miedo, la sal del sudor sobre sus ojos y la patas de mil insectos que siente caminar bajo su piel se vuelven nada ante las punzadas cada vez más agudas de dolor. No piensa en los policías que jamás repararon en su presencia, tampoco imagina a donde podrá ir después, si aún le resta camino por delante. Sólo siente la inmensa necesidad de tener un cuchillo, unas tijeras, uñas largas carajo, aunque sea, para cortar de un tajo el hilo y dejar abierta la herida.
. Solo es real la invisible navaja, patinando en los extremos de su carne desgarrada que lucha por romper el hilo que los sujeta.
Su frente comenzó a arder cuando aún iba en el autobús. Al ir buscando un taxi afuera de la estación, se dio cuenta que le costaba sostenerse en píe y las punzadas en el vientre deformaban la expresión de su rostro. No pensaba en analgésicos ni remedios. Sólo quería llegar de una buena vez a que la abrieran de nuevo y liberarán el torrente de mierda, sangre y polvo que se revolcaba como una serpiente en su matriz. Ya no recuerda nada del largo recorrido entre las callejuelas del barrio buscando la dirección. Tampoco le queda claro si el chofer hizo demasiadas preguntas, aunque los 56 dólares marcados en el taxímetro fueron suficientes para darse cuenta que la búsqueda había sido larga. No había un centavo más en su bolsillo y pidió bajar en una esquina al azar. Su objetivo no podía estar lejos. No sabe cuantas calles caminó ni como lo hizo. La herida la hacía doblarse y el sudor afiebrado empapaba su blusa. Antes de distinguir el letrero de la calle Feliciano, sintió en su rostro la luz de la torreta y vio frente ella el plástico amarillo que acordonaba el área. Ni siquiera necesitó comprobar que el número de la casa tomada por los agentes de la DEA era el que buscaba. Una última reserva de energía le permitió alejarse de ahí sin despertar sospechas, caminando a paso veloz sin rumbo fijo, hasta que una ráfaga de dolor la hizo derrumbarse sobre la banqueta.
Su mano se desliza entre la accidentada geografía de su cuerpo adolescente. Con los dedos va sintiendo lentamente cada llaga, cada señuelo en su piel flagelada, como si fueran las marcas territoriales grabadas por las fauces de un incubo que la mantiene posesa. Toca sus palmas y su cuello, donde aún persisten huellas de las quemaduras y los cristales enterrados hace más de 10 años. Acaricia su vientre para sentir la herida todavía caliente, a punto de reventar los hilos que la sujetan. Se toca las piernas y los costados, los brazos, el pubis y hasta el rosario que lleva al cuello lo siente ahora como una grieta. Cada marca tiene su esencia, es un testimonio de su historia, Concepción, Concepción, omnipresente en su carne, tatuado en su alma.

Sobre Camus y mis insomnes revelaciones

A veces, o más bien dicho muy frecuentemente, en medio de un sueño profundo despierto de manera brusca y repentina. Bebo agua y comprendo que me será imposible volver a dormir.
En esos momentos las ideas y pensamientos tienen un matiz absolutamente distinto, diría incluso alucinante. Los pensamientos no emergen como producto de un ejercicio de razonamiento. Se transforman en verdades absolutas. Creo que más bien son revelaciones. Uno tiene de repente certezas absolutas, una conciencia total e incuestionable.
Tal vez los psiquiatras tengan cierta explicación neuro-química en términos más o menos incomprensibles que, palabras más palabras menos, me digan que el sueño interrumpido bruscamente genera alguna descompensación en mi cerebro.
No me gustan esos estados de la mente, pues son ciertamente traumáticos. A menudo, en mis veladas de insomne, las “re-velaciones” tienden a ser crueles. La madrugada del miércoles me sucedió. Desperté a las 2:30 de la madrugada. Me fui a la sala. El engranaje mental comenzó a calentar motor a marchas forzadas
“Soy el Thanatos más absoluto, soy la pulsión de muerte en estado puro”, me decía a mí mismo. Más que un razonamiento parecía un mantra. Me vi de pronto como el ser más oscuro del mundo, un arsenal de energía destructiva. Un No perpetuo, un apóstata hormonal.
Enciendo la lámpara y abro al azar el Mito de Sísisfo de Camus. Las páginas leídas tienen un efecto contundente en mí. El argelino diserta sobre la conciencia del ser absurdo y la forma en que el hombre de fe deposita su deseo en otra persona. Vivir con plena conciencia del absurdo de la vida y de uno mismo. Subrayé varios párrafos. Me gustaría transcribir frases textuales pero he dejado el libro en el carro. Al rato voy por él.
Traté de imaginar como sería mi vida si tuviera yo algún tipo de fe en algo superior o creyera que hay vida después de la muerte. Imagínate, creer ciegamente que hay una suerte de tribunal celestial que evalúa tus actos y que la muerte es solo el paso a un reino de bienestar eterno o en su defecto de condena. Pero hace mucho, antes incluso de adentrarme en el existencialismo, se instaló en mi mente la conciencia del absurdo absoluto. También como una certeza incuestionable. Jajaja, el ateísmo llegó a mi alma por medio de una revelación celestial.
Después la mañana llega, fría y silenciosa a colarse como espectro por la ventana. Las revelaciones y las certezas absolutas se difuminan cual vampiros en la luz. La anestesia de lo cotidiano se infiltra lentamente en mis venas. Sísifo está al píe de la montaña. La gran roca está frente a él. Es un largo camino hacia la cima.

Sobre los amigos

Medito sobre las palabras de Morcillo sobre el destino de los amigos. Cito textualmente: “Unos han muerto, otros se han ido, unos mas se han casado y alejado de la vida mundana, unos más continúan el desmadre hasta sus últimas consecuencias”.
Yo soy un vivo ejemplo de ello. Me fui, me casé y me alejé de la vida mundana. Voluntaria o involuntariamente mandé al carajo a mucha gente desde hace cuatro años.
Los amigos comparten épocas, circunstancias, estados de ánimo, realidades irrepetibles. Después todo se transforma en fantasmas de polvo. Mis grandes amigos de la prepa en el DF, los de Monterrey. Los quiero, los recuerdo con cariño. Hasta ahí. Hoy todo se reduce, si acaso, a una llamada en el cumpleaños o un mail corto, un ajeno y ritual ¿que has hecho?
“¿Y que se hizo Basave?”, preguntará distraídamente alguien en medio de una peda en Monterrey. Imagino la respuesta: “No se, supe que se casó y se fue a Tijuana, creo que trabaja en un periódico. Quien sabe si siga ahí. Siempre estuvo loco ese cabrón”.
En Tijuana me he dedicado consciente e intencionalmente a cerrar puertas, tender barreras y rechazar invitaciones. No sabría decir exactamente la razón. Creo que simplemente porque hay cierta convivencia que no me nace. Si algo aborrezco son esas borracheras club de Toby exclusivamente masculinas, donde los comensales eructan verdades absolutas y chismorreos deformes. Pero aborrezco aún más esas tertulias laborales de tinte oficialista, en donde verás los rostros de la gente que miras todos los días. El tema de esas reuniones, inevitablemente, será el trabajo, los rencores laborales, los viboréos, los rumores. A la mierda. Si algo detesto es hablar de este universo, platicar acerca de los compañeros ausentes y las fuentes, las notas, los reportajes, del estúpido y aborrecible mundo de los periodistas, que somos una raza despreciable como pocas. Mi paraíso de fin de semana, es beber un vino con Carolina en casa o en un buen restaurante, con buena música de fondo o unas cervezas en mi adorada playa tijuanense. Dosis extremas de metal, un buen partido de futbol, mucho mar, mucho vino. Lo demás, es la historia del tiempo perdido.
Luego de cuatro largos años, en esta ciudad no tengo amigos ni enemigos. Tan solo un gigantesco montón de conocidos, una que otra persona que me cae bien y cordiales relaciones fundadas en la sana distancia.
Alguien, que me pide no mencionar su nombre, decía en su blog que le hubiera gustado haberme conocido en un lugar distinto a esta redacción. Tiene toda la razón del mundo. Esta redacción es el peor lugar para conocerme. Aquí se cuecen mis peores vibras y es por ello que tiendo murallas de hierro. En cualquier otro lugar o circunstancia se encontrará un mejor Daniel que aquí.