Club de los 27
Mi primer encuentro con Baja
California ha entrado al club de los 27. Toda una vida. Los bebés que nacieron en el mítico 16 de
octubre de 1998 en que pisé por vez primera esta península, están llegando hoy a la edad de Jimmy Hendrix,
Janis Joplin, Jim Morrison, Amy Winehouse y compañía. Que es un soplo la vida,
que 27 años no es nada, diría el Zorzal Criollo y vaya que han sido un soplo
estos 27 añitos.
Viernes 16 de octubre de 1998: salí
de Monterrey al amanecer e hice escalas en Chihuahua y Hermosillo. Era un día
muy claro y lo más fascinante, es que recuerdo a la perfección el momento en
que vi por primera vez en Mar de Cortés desde la ventana del avión. Dejaba atrás
la costa sonorense y sin saberlo estaba cruzando un umbral del que no habría
retorno. Estaba entrando a mi tierra prometida, mi sitio en el mundo, aunque
entonces no pudiera intuirlo. Carol me aguardaba en el aeropuerto y me recibió
con unas flores y un racimo de primeras veces y primeros encuentros con lo que hoy
se llama vida cotidiana. Por primera vez recorrí la carretera Escénica por donde
hoy circulo todas las mañanas del mundo y contemplé al Sol ocultarse tras las
Islas Coronados tal como hice ayer y tal como deseo hacer hoy. Comí mis primeros
tacos de pescado y marlin; descorché mi primera botella del valle ensenadense (la
primera de miles); hice mi primera fila frente la garita de San Ysidro para
consumar mi primer cruce fronterizo y me subí al trolley; me dejé revolcar por mi
primera ola del Pacífico rosaritense (y solo entonces descubrí que este mar es una
hielera) y viví mi primera noche en la Revu; vi por vez primera el Río
Purgatorio en Tijuana y la bola del Cecut; bebí mi primera cerveza en el Sótano
Suizo y me subí en el asiento trasero de una guayina amarilla que iba de
Rosarito a Tijuana. Hoy he vivido más de la mitad de mi vida en esta tierra.
Aquí nació nuestro hijo y aquí compramos nuestra casa. Hace poco Carol y yo
platicábamos sobre lo extraño que resulta enamorarse de un sitio tan suigéneris
como este. Algunos le llamarían adicción al caos, pero en la caósfera hemos
construido un oasis y un nido en donde se vive algo muy parecido a la felicidad.