el aferre de la naturaleza silvestre enmarcando momentos dramáticos
Hey colega, para el reloj un par de minutos, deja de
mirar la pantalla de tu celular y échale un ojo a tu entorno. Fíjate: nuestros
cerros, tradicionalmente yermos y pelones, están atiborrados de flores
amarillas. No recuerdo una primavera con tantísimas flores cubriendo las
laderas de Tijuana. Lo prolongado de las lluvias, la terquedad de los vientos y
los cielos nublados le han confeccionado una falda de pétalos a nuestros
montes. Me gusta esta belleza tan simple, espontánea y baldía que nada pretende
y sin embargo está ahí, maquillando a Tijuana en uno de sus momentos más
complicados como ciudad. El momento en que todo implosiona y la catarsis del
caos dice presente. Me da esperanza pensar en el aferre de la naturaleza
silvestre enmarcando momentos dramáticos. Acaso para miles de migrantes que
solo habrán contemplado Tijuana durante unos días o unas horas, ese sea el
recuerdo que quede: una caótica ciudad de cielos nublados y flores baldías
cubriendo montes y cañones en perpetuo desmoronamiento. Con cuántas miradas
puedes reconstruir e imaginar una ciudad. Aunque a menudo intento mirarla como
si fuera un perfecto extraño recién llegado, a mí ya no me será dado
contemplarla con los ojos de un migrante. La mirada de una niña centroamericana
que patea una pelota junto a una barda fronteriza. La mirada de un padre de
familia que aguarda desesperado una respuesta a su petición de asilo o la
improbable oportunidad de un cruce furtivo. Para miles de ellos Tijuana será
tan solo una angustiante sala de espera acampando frente un muro, una estación
de paso, pero para otros tantos acabará siendo un hogar como lo es para mí y
una ciudad oculta revelará ante sus ojos.
Aquí, frente a nosotros, hay un complicado tejido de
destinos, un mar de velas bajo una tormenta, un cruce de relatos que nunca me
será dado conocer y que acaso se evaporará e irá a vivir al limbo donde moran
las historias de lo que pudo haber sido.