Hay algo esencialmente esperpéntico en la coronación de un rey
Hay
algo esencialmente esperpéntico en la coronación de un rey, una teatralización
del ridículo absoluto. Toda liturgia de poder es por definición circense, pero
en estos tiempos el cirquito en cuestión tiene esencia de escupitajo en la cara, un vil
insulto a la injuria. Para mí tiene el mismo valor de un ride de Disney, una
puesta en escena de parque temático.
“La
humanidad sólo será libre cuando el último rey sea ahorcado con las tripas del
último sacerdote”. Lo siento si te resulto visceral y anacrónico, pero esa
frase de Denis Diderot (o acaso del abate Jean Meslier) es uno mis mantras de
vida. Yo soy pura esencia del Siglo de las Luces y creo que solo el regicidio y
el deicidio nos liberan como humanidad. Solo un mundo sin dioses y sin reyes
puede aspirar a ser un mundo libre.
Sí,
ya hemos hecho nuestros esfuerzos por matar reyecitos, pero al final volvemos a
las andadas monárquicas. Casi un siglo y medio antes de que los franceses inventaran
su guillotina, los ingleses le cortaron la cabeza a su rey. Al primero de los Carlitos
(Estuardo se apellidaba y era escocés) lo decapitaron a hachazo vil en 1649. Como aún
no creaban la eficientísima guillotina, el corte del cuello dependía del
músculo y el buen pulso de un verdugo fortachón. Agárrate si el verdugo
amanecía crudo el día de la ejecución.
Oliver
Cromwell convirtió a Inglaterra en una mancomunidad republicana. Durante una
década no hubo rey ni reina en Londres, pero Cromwell era esencialmente un
mojigato. Lord Protector, devoto del providencialismo, se creía un enviado de
dios pero la malaria no le perdonó la vida y la posteridad se le orinó encima.
Su cuerpo podrido fue desenterrado y “ejecutado”, su cabeza exhibida y
arrastrada en Westminister mientras los británicos restauraban la monarquía en
1660 con el segundo de los Carlitos, el hijo del descabezado, que se llevó de
maravilla con el recién creado parlamento e inventó el jueguito de Whigs contra
Torys para mantenerlos entretenidos. Desde entonces la monarquía inglesa se
mantiene sin interrupciones y ahora el tercero de los Carlitos, yaciente en
plena andropausia, vuelve a escenificar la añeja y lucrativa comedia.
El
pueblo necesita tradiciones que le generen sentido de pertenencia e identidad,
dicen y el Hola y las revistas del corazón necesitan fotos. “God save the Queen cause tourists are money”,
cantó Sex Pistols en el 77 y no le faltaba razón, pero Johnny Rotten se transformó
en una ridícula tía gorda trumpista y ese brote que llamaban punk acabó siendo
parte esencial del circo.
Ni
modo, qué le vamos a hacer. Nos gusta el montaje y las celebradas
tradiciones incluyen mantras y rituales
anacrónicos. Carlitos no solo es el rey de los británicos, sino el defensor de
la fe, una suerte de sumo pontífice de la iglesia anglicana, esa religión de
microondas creada a las prisas por Enrique VIII para poderse divorciar de
Catalina y casarse por la ley divina con Ana Bolena para acto seguido aburrirse
de ella y mandarla decapitar, así como el tercer Carlitos y Diana se aburrieron
y se odiaron mutuamente, pero a falta de decapitación siempre habrá oportunos
accidentes automovilísticos. El siempre puntual diosito anglicano salve a
Camilia.
¿Y
si a Carlitos le diera por proclamarse ateo o librepensador? ¿Se lo permite su
papel de defensor de la fe? En la era del Homo Deus aún hay monarcas
pontífices. Yorks, Plantagenets, Lancasters, Tudors,
Windsors, all of them rotten to the core. Venga Carlitos, heredero del rey Arturo y
la reina Ginebra que le hizo de chivo los tamales con Lancelot. No caerás en
combate como Ricardo III (el último rey en morir en batalla) pero acaso eres
tan feo y poco agraciado como él, pero no tienes un Shakespeare que se inspire
en ti para una tragedia. Acaso la inteligencia artificial narre tu historia
como ya lo ha hecho Netflix.
Y
no colegas, no crean que no miro mi realidad y la cruz de mi mexicanísima
parroquia. Cierto, por estos rumbos
tenochas a los reyes no les ha ido muy bien que digamos. A Moctezuma lo mató su
pueblo a pedradas y a Iturbide y a Maximiliano los dejaron como coladeras en paredones
republicanos, pero esa vocación regicida no nos ha impedido tener hartos
presidentitos con complejo de reyezuelos que con todo y su aura de republicana
democracia, no son más que merolicos de opereta jugando al monarca absoluto. Solo
mira a tu alrededor
En
fin. Faltan tripas de pontífices para ahorcar reyezuelos. No ha servido de
mucho que digamos, pero nada perdemos con seguir intentándolo. Lo siento: este
sábado amanecí un poco anarco.