Duplas literarias. Hermandades, asociaciones o némesis capaces de trascender más allá de la mutua admiración y el recelo. La más honesta, duradera y productiva – ni duda cabe- es la de Borges y Bioy. Más de medio siglo cenando, leyendo, chismeando y envejeciendo juntos arrojaron una obra conjunta que vale por sí misma. Bustos Domecq (con su Isidro Parodi) y Suárez Lynch no son Borges o Bioy sino Jorge Adolfo Biorges, el escritor bicéfalo del que habla Álvaro Uribe. Borges y Bioy realmente crearon un tercer escritor amalgamado con personalidad y estilo propio. Ello por no hablar de su fructífera labor como editores y compiladores que tiene su pico más alto en la Antología de la literatura fantástica en donde se suma la enigmática Silvina Ocampo, testigo y partícipe de esa obsesiva encarnación de siameses escriturales. Por fortuna, Lumen acaba de reeditar su obra completa en colaboración en un solo volumen de casi 600 páginas.
Ya sea por terquedad, costumbre o manías compartidas, pero la de Borges y Bioy me parece la más honesta de las amistades literarias. Cierto, aunque hermanados en su condición de burgueses porteños (Adolfo rayano en lo aristocrático) y sus no pocas afinidades literarias, sus dosis de testosterona eran radicalmente desiguales. Bioy seductor, casanova, picaflor y extraordinario tenista, mientras Georgie bordeaba con la asexualidad y la frigidez, eternamente pegado a su madre. Sus mayores deslices fueron sus torpes tentativas románticas con Estela Canto y su casto romance de senectud con María Kodama. Se admiraron mutuamente y se quisieron, aunque más de uno considera una traición que Bioy diseccionara y revelara tantísimas intimidades en su monumental diario llamado simplemente Borges, en donde no se guardó absolutamente nada. En cualquier caso es de agradecer y admirar que ninguno de ellos cediera nunca al mal vicio de la política. Sus patrias fueron sus bibliotecas y su única bandera la escritura.
Por supuesto, no se puede decir lo mismo de Gabo y Marito. Con personalidades mucho más cercanas al macho alfa y más elevadas dosis de testosterona (sobre todo el peruano), era complicado por no decir imposible que esta amistad se mantuviera. Y sin embargo, en algún momento se profesaron una mutua y sincera admiración nunca exenta de envidia. Con el inevitable recelo a cuestas, creo que en algún momento la amistad fue sincera. De hecho la devoción de Marito derivó en un ensayo monumental, Historia de un deicidio. Eran las dos luminarias del Boom, los rockstars indiscutibles de dicha onomatopeya, las más despampanantes joyas del cofre de Carmen Balcells unidos por una intencional vecindad catalana cuando ambos estaban ya en los cuernos de la luna. Gabo le propuso a Marito una novela a cuatro manos, algo sobre historia y dictadores latinoamericanos. Algo interesante habría salido (aunque no sé si tan genial como lo de Biorges). En cualquier caso, el soberano chingadazo asestado por el peruano al colombiano afuera del cine rompió para siempre la amistad. Años después acabaron políticamente polarizados, Gabo como abanderado ideológico de la izquierda más anacrónica, cursi y silviorodrigoza y Marito como vocero del neoliberalismo más rapaz. Ambos son monumentales novelistas. Por la cadencia de la prosa y su vena reporteril, pongo medio escaloncito arriba la obra de Gabo aunque políticamente me confieso mucho más del lado de Mario. El año pasado me leí en media tarde su conversatorio en Lima en 1967 y ahora en un trayecto entre Bogotá y Tijuana, me chuté el folletinesco chismógrafo de Jaime Bayly llamado simplemente Los genios.
Y para rematar don Octa y Carlitos. En algún momento, cuando estaba cruzando la frontera de mis veinte, sus obras fueron omnipresentes en mi vida, pero con la edad adulta me he ido alejando de ambos (nunca he dejado de leer a Borges, a Gabo o a Vargas Llosa, pero hace un rato que no abro un libro de Fuentes y de Paz me dio apenas por releer mostrencos poemas durante la pandemia). Tal vez por ser mis compatriotas o por conocer tan bien el contexto tan odiosamente priista en el que se desarrollaron, pero el caso es que desconfío de ambos. Sin embargo, en algún momento El arco y la lira y La llama doble fueron algo más que una revelación, como en su momento lo fue Aura, La región más transparente o El espejo enterrado. Dos machos Alfa a los que el espíritu de la época condena por maltratar a Elena Garro y a Rita Macedo y sin embargo eso que llamamos literatura mexicana no podría explicarse sin su influencia y su aún (queramos o no) omnipresente sombra. Sosegadamente leo Estrella de dos puntas de Malva Flores. Bayly escribió un folletín de revista del corazón sobre Gabo y Marito; Malva, en cambio, ha escrito un señor Ensayo sobre Fuentes y Paz.
En fin, con esos amigos…
Yo por eso no me junto con escritores.