Eterno Retorno

Wednesday, May 10, 2023

Hábrika trata de volver a esa habitación oculta como Ulises a su Ítaca

 


Ignacio tenía diez años de edad cuando atravesó furtivamente el umbral. Desde entonces nada fue igual. 

Ocurrió una mañana de 1963 en la antigua escuela Cuauhtémoc de Mexicali.

Siempre escapista  e inquieto, Ignacio corría a la deriva durante el recreo,   lejos del bullicio que armaban sus compañeros de tercero de primaria.

Fue entonces cuando al final del jardín  apareció la puerta.

Una extraña puerta de lámina que nunca antes había visto. La curiosidad fue más fuerte que el temor e Ignacio cedió al impulso de empujarla. La puerta se abrió y frente a él apareció otro mundo, fascinante y enigmático.

Ahí, en un cuarto que olía a encierro y humedad, yacían caballetes, pinceles, lápices,  pinturas al óleo cubiertas de polvo y olvido.

Ahí había colores y formas en permanente explosión; geometría onírica. Imágenes hablando su propio lenguaje dentro del abstracto reino oculto que solo Ignacio conocía.

Entonces el niño tuvo una revelación: su camino de vida estaría por siempre hermanado a ese universo de misterio e iluminación.

Aquella ocasión fue única e irrepetible. Días después, cuando a escondidas Ignacio retornó  al lugar, encontró la puerta cerrada con candado. Jamás volvería a abrirse.  Nunca más le fue dado retornar a aquel reino secreto.

Creo que desde entonces, entre multitudes y escaleras,  Ignacio Hábrika trata de volver a esa habitación oculta como Ulises a su Ítaca  y cruzar furtivamente aquella puerta.

¿Qué enigma ocultan esos seres sin rostro que marchan en multitud? ¿Oníricas sombras acaso?

 Contemplo la obra de Hábrika e intuyo  pura sustancia de duermevela  separada por un abismo de la cadena de significados, respuestas y verdades absolutas, ahí donde la razón es una cáscara de nuez que yace a la deriva flotando en un océano en tormenta.

¿A dónde conducen esas escaleras? Intuyo noches blancas y territorios límbicos. Blanca es la noche de ojos derretidos y tercos alucinajes hermafroditas, como roja  e ignota es la madrugada desnuda de artificios, cuando en la playa neuronal del sueño de la razón no sobrevive al alba monstruo alguno, ni vestigios de alta marea y tempestades de antaño.

La escalera es de carbón o de ceniza o acaso sea pura cera derretida. En cualquier caso, conduce a alguna parte.

Pierdo la mirada en la obra de Hábrika y por herencia me queda la sensación de navegar en barcos de arena e intuir naufragios como quien intuye islas encantadas y cantos blasfemos de sirenas donde los poetas marchan en bicicleta al destierro.

Ir deshojando instantes de vida como quien deshoja flores marchitas y peldaños de una escalera que sube o desciende  hacía la habitación donde yacían ocultos los caballetes y los óleos.

Acaso Ignacio quiera retornar a ese preciso instante y tal vez por ello se ha dado a la tarea de inducir a tantos niños al embrujo del arte, llevándolos a navegar por ínsulas y penínsulas en un viaje que nunca termina. (DSB)