Ese descomunal limbo literario existe y me emociona
Lo que un buen lector conoce en una vida es apenas la puntita de un iceberg infinito. Sé de la existencia alabadísimos genios a los que a la fecha nunca he leído. Vaya, sé que existe La broma infinita de Foster Wallace o El hombre sin atributos de Robert Musil y sin embargo debo confesar que jamás les he metido diente y es muy posible que me muera sin leerlos. Hay decenas de premios Nobel de los que no he leído un miserable párrafo.
Hay
obras reconocidas y premiadas que jamás leeré porque no me alcanzará la vida,
pero también hay un universo infinito de obras geniales cuyo nombre jamás
conoceremos. Lo que trascendió, sobrevivió y alcanzó la parcial inmortalidad
del canon es apenas un retazo.
No
sabemos si Homero fue un personaje real o mitológico o si acaso fueron muchas
personas, pero sabemos que existen La Ilíada y La Odisea y forman parte
del patrimonio cultural de la humanidad. Tal vez un filólogo o un historiador
me exigiría pruebas, pero por pura ley de probabilidad y sentido común, puedo
asegurar que hay muchas Ilíadas y muchas Odiseas que se perdieron para siempre
y nunca nos fue dado conocer. La enciclopedia universal de la literatura nonata
está infestada de libros de los que no quedó vestigio alguno, consumidos por la
polilla o por el fuego en la Biblioteca de Alejandría o Bagdad. También debe
haber habido otros Dantes en la Florencia del Siglo XIII y otros Shakespeares
en la Inglaterra isabelina de los que no queda polvo en el viento.