Eterno Retorno

Sunday, July 24, 2022

¿Qué marca de mezcal bebía Malcolm Lowry?


 

¿Qué marca de mezcal bebía Malcolm Lowry? Bajo el Volcán habla tan solo de un Tobalá (posiblemente de pechuga) que servían en El Farolito, pero asumo que era un licor  de fabricación casera y sin marca registrada.  En el México de 1938 no sobraban las etiquetas.  La primera vez que bebí mezcal en mi vida, en el verano de 1991, tampoco tenía marca. Aquello era un potaje de garrafa que te servían con cucharón en una casa de los adoquines en Puerto Escondido,  Oaxaca. Tú llevabas tu propio recipiente y una doña te despachaba. Recuerdo que era baratísimo (tan barato, que le alcanzaba a un pobre mochilero de 17 años que dormía en la arena cuando no le alcanzaba para la hamaca). Me aficioné al mezcal en aquel demencial 91. Mi hermano Adrián dice que la frase es un cliché, pero yo fui mezcalero muchos años antes de que el mezcal fuera cool y trendy. A principios de los 90, cuando empezaban a ponerse de moda los tequilas caros estilo Don Julio y Herradura, yo era visto como un miserable teporocho por beber mezcal. Vaya, pedías un mezcal y te miraban como si fueras un indigente libando  Tonayita envuelto en papel periódico. El único mezcal comercial que se vendía en los supermercados era el Gusano Rojo que costaba unos 90 o 100 pesos, cuatro o cinco veces más barato que tequila. Bebí mezcal durante toda la década de los 90,  pero conforme entraba a la edad adulta el whisky fue ganando terreno en mis preferencias hasta quedarse con el reinado absoluto. Yo me pasé mis treinta bebiendo Jack Daniels y sin darme cuenta cómo, el mezcal fue transformando su esencia y su naturaleza.

¿En qué momento se jodió el mezcal, Zavalita? ¿Cuándo carajos se volvió tan elitista? ¿En qué mal día se lo apropiaron los hípsters? Treinta años después del desquiciado y alucinante verano del 91, el mezcal es una bebida trendy, el non plus ultra de lo mamón. En su ensayo “Rebelarse vende. El negocio de la contracultura”,  los canadienses  Joseph Heath y Andrew Potter afirman que mientras el whisky se volvió un símbolo de viejos boomers, el mezcal se volvió contracooltural y hípster. Nada tan déspota y pedante como las mezcalerías y los lugares de comida oaxaqueña. Me parece más auténtico y genuino un redneck con su paliacate de la confederación sureña bebiendo Wild Turkey que un hípster bebiendo sus tres gotitas de mezcal en 600 pesos en la Casa de la Tlayuda. Sí, los hípsters jodieron la cultura mezcalera  (como joden y pudren casi todo lo que tocan), pero eso no significa que sus mezcales caigan mal. De hecho me caen muy bien. Aunque no suelo beberlo todas las semanas, en esta casa no falta nunca el mezcal. 400 Conejos y Montelobos nunca te dejan abajo, pero la mejor recomendación que nos han hecho, (cortesía de de Don Luciano, el sabio barman del Coral y Marina de Ensenada) es el Amarás. Ah pero qué piche delicia de mezcal. Pura maderita tatemada, a medio camino entre el cuero ahumado  y un retrogusto de cacao. Y sí, les concedo razón a los hípsters  (y al gran Don Luciano, que es un sabio y no es hípster): si en una velada solo bebes buen mezcal y no lo combinas con otros licores, la cruda brillará por su ausencia. Tengo que admitirlo: Amarás locamente  este licor. ¡Mezcal dijo el Cónsul!

PD- Siendo brutalmente honesto, en el último año la Ginebra ha desbancado al Whisky y al Mezcal, pero esa, colegas míos, es otra historia que ya les narraré.