¿Qué marca de mezcal bebía Malcolm Lowry?
¿Qué marca de mezcal bebía Malcolm Lowry? Bajo el Volcán
habla tan solo de un Tobalá (posiblemente de pechuga) que servían en El
Farolito, pero asumo que era un licor de
fabricación casera y sin marca registrada. En el México de 1938 no sobraban las
etiquetas. La primera vez que bebí
mezcal en mi vida, en el verano de 1991, tampoco tenía marca. Aquello era un
potaje de garrafa que te servían con cucharón en una casa de los adoquines en
Puerto Escondido, Oaxaca. Tú llevabas tu
propio recipiente y una doña te despachaba. Recuerdo que era baratísimo (tan
barato, que le alcanzaba a un pobre mochilero de 17 años que dormía en la arena
cuando no le alcanzaba para la hamaca). Me aficioné al mezcal en aquel
demencial 91. Mi hermano Adrián dice que la frase es un cliché, pero yo fui mezcalero
muchos años antes de que el mezcal fuera cool y trendy. A principios de los 90,
cuando empezaban a ponerse de moda los tequilas caros estilo Don Julio y Herradura,
yo era visto como un miserable teporocho por beber mezcal. Vaya, pedías un
mezcal y te miraban como si fueras un indigente libando Tonayita envuelto en papel periódico. El único
mezcal comercial que se vendía en los supermercados era el Gusano Rojo que
costaba unos 90 o 100 pesos, cuatro o cinco veces más barato que tequila. Bebí
mezcal durante toda la década de los 90, pero conforme entraba a la edad adulta el
whisky fue ganando terreno en mis preferencias hasta quedarse con el reinado
absoluto. Yo me pasé mis treinta bebiendo Jack Daniels y sin darme cuenta cómo,
el mezcal fue transformando su esencia y su naturaleza.
¿En qué momento se jodió el mezcal, Zavalita? ¿Cuándo
carajos se volvió tan elitista? ¿En qué mal día se lo apropiaron los hípsters?
Treinta años después del desquiciado y alucinante verano del 91, el mezcal es
una bebida trendy, el non plus ultra de lo mamón. En su ensayo “Rebelarse
vende. El negocio de la contracultura”, los canadienses Joseph Heath y Andrew Potter afirman que
mientras el whisky se volvió un símbolo de viejos boomers, el mezcal se volvió
contracooltural y hípster. Nada tan déspota y pedante como las mezcalerías y
los lugares de comida oaxaqueña. Me parece más auténtico y genuino un redneck
con su paliacate de la confederación sureña bebiendo Wild Turkey que un hípster
bebiendo sus tres gotitas de mezcal en 600 pesos en la Casa de la Tlayuda. Sí,
los hípsters jodieron la cultura mezcalera (como joden y pudren casi todo lo que tocan),
pero eso no significa que sus mezcales caigan mal. De hecho me caen muy bien.
Aunque no suelo beberlo todas las semanas, en esta casa no falta nunca el
mezcal. 400 Conejos y Montelobos nunca te dejan abajo, pero la mejor
recomendación que nos han hecho, (cortesía de de Don Luciano, el sabio barman
del Coral y Marina de Ensenada) es el Amarás. Ah pero qué piche delicia de
mezcal. Pura maderita tatemada, a medio camino entre el cuero ahumado y un retrogusto de cacao. Y sí, les concedo
razón a los hípsters (y al gran Don
Luciano, que es un sabio y no es hípster): si en una velada solo bebes buen
mezcal y no lo combinas con otros licores, la cruda brillará por su ausencia.
Tengo que admitirlo: Amarás locamente este licor. ¡Mezcal dijo el Cónsul!
PD- Siendo brutalmente honesto, en el último año la
Ginebra ha desbancado al Whisky y al Mezcal, pero esa, colegas míos, es otra
historia que ya les narraré.