La existencia de librerías oníricas a las que uno regresa cada cierto tiempo
Navegar sobre las dos horas de diferencia con el centro de la República. He llegado a un hotel en la Ciudad de México. Viajo (creo interpretar) en plan de trabajo. Cobertura, reporteo, chambitas de antaño. Algo pude haber olvidado y traigo el chincual de maximizar el tiempo, de sacarle raja y provecho a esas dos orugas. En Baja California no es tan tarde, pero acá son ya las 15:18. De eso sí no tengo duda. El único pez concreto yaciente en mi red duermevelera son las tres y dieciocho de la tarde y la sensación de que el colchón horario no es tan amplio ni permite tantos lujos, aunque siempre se puede jugar con él. Algo se me ha perdido y me hace cavilar, pero ya me anda por bajar y salir a caminar por cierta placita donde hay, cómo no, cierta vieja librería en donde ya he explorado en anteriores duermevelas y claro, debo traer un libro entre ojos, aunque ando más bien en plan de dejarme sorprender y acechar por algún improbable ejemplar no contemplado. También me pregunto dónde voy a comer y barajeo ciertas opciones no tan caras donde al parecer hay buena carne.
Lo
emocionante y destacable es la existencia de librerías oníricas a las que uno
regresa cada cierto tiempo, porque ésta de la red duermevelera no se basa en
alguna librería real en específico. Creo recordar que está al lado de un
restaurante, frente a una plaza, en la planta baja de un viejo centro
comercial. No está muy bien surtida pero se defiende. Existe solo en el
subconsciente pero creo que he regresado a ella en no pocas duermevelas. Espero en la siguiente me den por lo menos una bolsa y un separador de recuerdo.