Cuando la ebria red duermevelera es arrojada a la negra fosa del subconsciente
Aquí en este pueblo la gente se viste rara ¿qué es lo raro? Lo no sé: mandiles masónicos, faldas escocesas, gorritos cónicos, vejetes gordinflones sobre algún carrito chocón animando una feria dominguera como en portada de disco de los Dead Kennedys. Yo llevo (o busco) mi roja camiseta de manga larga de la República Checa y visto (o anhelo vestir) mis negras bermudas de tela suavecita. Al parecer hay asaltos y secuestros de niños en este paraje. Te roban en el mar o te llevan al mar, esclavizado a bordo de alguno de sus bergantines. Son piratas pues, pero eso fue antenoche, en un castoreado amanecer ginebrero de tripa doliente.
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En la zona abisal de la
madrugada, cuando la ebria red duermevelera es arrojada a la negra fosa del
subconsciente en donde solo hay un angustiante delirio de persecución a través
de una descomunal nave industrial de donde debo salir. Me persigue una doña
vieja típicamente brujeril, acaso la mórbida abuela de Nuestra parte de noche.
Casi me alcanza y ahora debo dar vuelta en U y salir por la entrada. Algo le
digo de libertades y derechos pero la persecución es tan densa como mi respiración
de whisky irlandés que antecede a mi lectura de El infinito en un junco a las
4:00 de la mañana.