Partir la catástrofe urbana en dos.
Durante
mis muchos años de reportero fui lo que popularmente se conoce como un “pata de
perro”. A pie, en guayina o en calafia recorrí de cabo a rabo la Tijuana
profunda. Reporteando conocí improbables desafíos topográficos en lo
alto de los cerros o al fondo de cañadas y le fui tomando el pulso a una ciudad
que transpira catástrofe y esperanza. Padecí por años la caótica odisea de
atravesar la urbe en un transporte público paleolítico y el flagelo
de un trazado urbano odiosamente hostil con el peatón. Quiero mucho a Tijuana,
pero su anatomía llega a ser en extremo agresiva con el ciudadano.
Después mi
tren de vida se fue modificando y en los últimos años son muchos más los días
que he pasado sin apenas salir de casa. La pandemia irrumpió y nosotros nos
recluimos en el hogar. Dejamos de salir y cuando lo hacíamos nos
limitábamos a ir Rosarito. A menudo nos pasan semanas o a veces hasta un mes
sin ir a Tijuana. Atrás quedaron los días de “pata de perro” y debo admitir que
sin quererlo, le he ido perdiendo el pulso a la ciudad. Tanto,
que ahora cuando voy suelo acabar aterrado, enfurecido, al borde del
shock. Tal vez me he vuelto en exceso doméstico y con poca tolerancia al caos,
pero ahora cada que recorro las infestadas avenidas de mi ciudad, me da por
pensar que estamos al borde del colapso. Nuestro perpetuo caos vial ya no le
pide nada a la Ciudad de México. La Vía Rápida Oriente ha quedado completamente
anulada por la Ready Lane. Parece una ironía o una mala broma llamarle “rápida”
a una vialidad perpetuamente congestionada y anulada por un cruce
fronterizo. Ni hablar de la Avenida Internacional, donde ir a vuelta
de rueda es la regla y no la excepción. Avanzo lentamente entre la
cacofonía del claxon en caos mayor y a mi alrededor solo veo grúas y
construcciones. Tijuana está llena de nuevas edificaciones, lo cual
habla de una economía dinámica y pujante. Qué bueno es ver grandes inversiones
pero qué malo saber que nuestras calles siguen y seguirán siendo las mismas. El
último censo nos ubica ya como el municipio más poblado de México con 1 millón 922 mil 523 habitantes, aunque todos sabemos que
somos muchísimos más. Ya superamos a monumentos nacionales al hacinamiento como
Iztapalapa, Ecatepec o Nezahualcóyotl. La peor noticia es que el parque vehicular se multiplica aún más rápido
que la población y nuestras calles ya no soportan más carros. ¿Implementar un
“hoy no circula” como en México? Eso derivaría en una compra masiva de
vehículos y no en una inhibición de su uso. Por otra
parte, entre migrantes y deportados la ciudad se ha
sobrepoblado de indigentes. No recuerdo haber visto a tantísima gente viviendo
en la vía pública como ahora. La inseguridad no se limita a la narcoviolencia,
pues más allá de la cacareada guerra de cárteles, son miles los ciudadanos los
que han sido víctimas del crimen desorganizado, que roba y asalta a diestra y
siniestra, en cualquier lugar y a cualquier hora. Por desgracia, nada hace
indicar que haya planes innovadores o soluciones radicales en la agenda de los
ayuntamientos y el gobierno estatal. Tijuana está colapsando, se
torna inhabitable y lo mejor que se les ocurre, es crear un nuevo
municipio llamado Nueva Tijuana, es decir, crear nuevas burocracias
parasitarias y partir la catástrofe urbana en dos.