Libros del 21
Muy rara vez me emocionan aquellos libros que están en boca de todos, pero El
infinito en un junco, ensayo de la filóloga aragonesa Irene Vallejo, es
una histórica excepción. Aquí no puedo menos que coincidir con todos aquellos
que han llenado de elogios a esta obra y la han puesto en la parte alta de
todas las listas. El infinito en un junco es excepcional en todos los sentidos. No es cosa de todos los días que un trabajo ensayístico sobre la lectura y las
bibliotecas en el mundo antiguo se ponga
por encima de las típicas novelas de aparador o los productos editoriales de microondas sobre
narco y política. He leído no pocas obras sobre la historia del libro y la
lectura, pero ninguno tan hermosamente narrado. Hasta ahora mis puntajes más
altos eran para ensayos como La ciudad de las palabras e Historia
de la lectura de Alberto Manguel
o Librerías
de Jorge Carrión, pero lo de Irene es punto y aparte. Hay magia y pasión en
cada párrafo. Por el tema y por su formación universitaria, era perfectamente
posible que la autora entregara un ladrillo académico, un campo minado por citas
bibliográficas y pies de página, pero en
cambio nos regaló un libro hermosamente
narrado, lleno de puentes, vasos comunicantes y guiños cómplices con la época actual y los
lectores de todos los tiempos. Una auténtica declaración de principios y amor a
los libros.
Otras de las lecturas que marcó el 2021 fue Los
que no, del narrador mexicano Álvaro Uribe, una novela generacional en
retrospectiva y con buena dosis de autobiografía, en donde el autor nos narra
la historia de aquellas amistades de juventud que en algún momento pasaron por
ser geniales y que acabaron por naufragar en la altamar de la vida adulta. Un momento rayano en la epifanía fue la lectura de los últimos párrafos de Mugre
rosa, profética novela donde la uruguaya Fernanda Trías nos sumerge en un
mundo distópico afectado por una extrañísima plaga que se contagia a través del
aire y en donde una mujer cuida a un voraz niño gordo adicto a la comida. Leí
ese libro durante un viaje a la Riviera Maya y por un momento tuve la sensación
de estar inmerso en el mundo apocalíptico de la novela e imaginé con vívida
claridad cuando el herrumbre y la decadencia impregnando el paradisiaco entorno
caribeño en el que me encontraba. Leí en un avión Olegaroy, de mi paisano
regio David Toscana, una sui generis fábula filosófica sobre un insomne crónico y su anciana madre,
quienes pasan la vida yendo de un velorio a otro para robar canapés en el
Monterrey de los años 40. Disfruté leyendo Un verdor terrible del
chileno-holandés Benjamín Labatut, un híbrido ensayístico sobre los delirios y
naufragios mentales que afectaron a hombres de ciencia y también Seis
formas de morir en Texas de la andaluza Marina Pérezagua, en donde el
corredor de la muerte y el tráfico de órganos se mezclan en una original trama
que por desgracia desemboca en un final fallido. Ahora mismo estoy leyendo los
geniales cuentos de La claridad, del argentino- español Marcelo Luján, que posiblemente
concluya entre hoy y mañana y La tierra de la gran promesa, la
nueva novela de Juan Villoro, que marcha
con buen ritmo y que acaso concluiré para fin de año.