Eterno Retorno

Tuesday, December 21, 2021

Libros del 21

 


Muy rara vez me emocionan aquellos libros que  están en boca de todos, pero El infinito en un junco, ensayo de la filóloga aragonesa Irene Vallejo, es una histórica excepción. Aquí no puedo menos que coincidir con todos aquellos que han llenado de elogios a esta obra y la han puesto en la parte alta de todas las listas. El infinito en un junco es excepcional en todos los sentidos.  No es cosa de todos los días que  un trabajo ensayístico sobre la lectura y las bibliotecas  en el mundo antiguo se ponga por encima de las típicas novelas de aparador o los  productos editoriales de microondas sobre narco y política. He leído no pocas obras sobre la historia del libro y la lectura, pero ninguno tan hermosamente narrado. Hasta ahora mis puntajes más altos eran para ensayos como La ciudad de las palabras e Historia de la lectura  de Alberto Manguel o Librerías de Jorge Carrión, pero lo de Irene es punto y aparte. Hay magia y pasión en cada párrafo. Por el tema y por su formación universitaria, era perfectamente posible que la autora entregara un ladrillo académico, un campo minado por citas bibliográficas  y pies de página, pero en  cambio nos regaló un libro hermosamente narrado,  lleno de puentes,  vasos comunicantes  y   guiños cómplices con la época actual y los lectores de todos los tiempos. Una auténtica declaración de principios y amor a los libros.

Otras de las lecturas que marcó el 2021 fue Los que no, del narrador mexicano Álvaro Uribe, una novela generacional en retrospectiva y con buena dosis de autobiografía, en donde el autor nos narra la historia de aquellas amistades de juventud que en algún momento pasaron por ser geniales y que acabaron por naufragar en la altamar de la vida adulta.  Un momento rayano en la epifanía  fue la lectura de los últimos párrafos de Mugre rosa, profética  novela donde la  uruguaya Fernanda Trías nos sumerge en un mundo distópico afectado por una extrañísima plaga que se contagia a través del aire y en donde una mujer cuida a un voraz niño gordo adicto a la comida. Leí ese libro durante un viaje a la Riviera Maya y por un momento tuve la sensación de estar inmerso en el mundo apocalíptico de la novela e imaginé con vívida claridad cuando el herrumbre y la decadencia impregnando el paradisiaco entorno caribeño en el que me encontraba. Leí en un avión Olegaroy, de mi paisano regio David Toscana,  una  sui generis fábula filosófica  sobre un insomne crónico y su anciana madre, quienes pasan la vida yendo de un velorio a otro para robar canapés en el Monterrey de los años 40. Disfruté leyendo Un verdor terrible del chileno-holandés Benjamín Labatut, un híbrido ensayístico sobre los delirios y naufragios mentales que afectaron a hombres de ciencia y también Seis formas de morir en Texas de la andaluza Marina Pérezagua, en donde el corredor de la muerte y el tráfico de órganos se mezclan en una original trama que por desgracia desemboca en un final fallido. Ahora mismo estoy leyendo los geniales cuentos de La claridad, del argentino- español Marcelo Luján, que posiblemente concluya entre hoy y mañana y La tierra de la gran promesa, la nueva novela de Juan Villoro,  que marcha con buen ritmo y que acaso concluiré para fin de año.