Las redes duermeveleras amanecen vacías
Cara volteada, mordiendo la
arena del fondo marino. Zicatela y sus vestigios, la repentina conciencia de la
Muerte y lo irrevocable de sus designios. Si elijo girar el rostro hacia abajo
habré sacado mi carta fatal. La conciencia del final sin mañana ni vuelta de
hoja. Aquel dejá vu del inminente ahogo me hizo recordar el fusilamiento con
bolas de plastilina o la caída de algún andamio. When Death calls. Por ahora no
queda mucho más. Las redes duermeveleras amanecen vacías y ni desperdicios
quedan del blanco limbo de cinco horas con su respectiva meada impostergable y
la invernal luz de la seis de la mañana que arriba tan pronto, en puntual
sintonía con la primera sacudida de Pappo. Sombras de adornos navideños en la
cortina: moño, esfera y conífera afilando sus silueta sobre la tela. La calma
zen de un domingo decembrino en la mañana, la fantasmal quietud del pino y los
renos rojos. Guadalupano amanecer, ideal
para la mexicanísima cursilería de quienes tequila en mano llorarán a moco
tendido por el charro de Huentitán mientras la cofradía vampírica le chilla a
su Anita Arroz y los atlistas encienden rojinegras veladoras para conjurar un
maleficio de 70 años pesando como loza sobre la lacerada espalda del sostén del
mundo. Babelia dice que Chirbes y sus atormentados
diarios son la neta del 21 y un puntual e inoportuno retortijón mañanero interrumpe
de golpe este exabrupto escritural condenado al aborto en un Word pirata
marcado en rojo.